Un mundo perfecto para las dictaduras

CUBA Y LA NOCHE

Los políticos vacilan, las empresas solo quieren lucrarse y la gente común se polariza cada vez más en las redes sociales

Integrantes de la Policía Nacional Bolivariana se enfrentan a manifestantes durante una protesta contra los resultados de las elecciones presidenciales, en Caracas (Venezuela).
Integrantes de la Policía Nacional Bolivariana se enfrentan a manifestantes durante una protesta contra los resultados de las elecciones presidenciales, en Caracas. / EFE/Ronald Peña R.
Yunior García Aguilera

11 de septiembre 2024 - 20:33

Madrid/América Latina sufrió varias dictaduras durante el siglo XX. Uno de sus propósitos declarados era detener el avance del comunismo en la región, frenar la influencia de la URSS y de Cuba, su punta de lanza en la región. Estos regímenes fueron derrotados en las calles, en las urnas o por transiciones permitidas por ellos mismos. Pero el rastro de sangre que dejaron solo logró avivar el rencor contra las ideologías de derecha e incubar una mística de izquierdas que sería aprovechada más tarde por líderes populistas. Tras la caída del Muro de Berlín, Fukuyama habló de “el fin de la historia”. Parecía que había triunfado definitivamente la democracia liberal. Sin embargo, todavía no era el fin.

Al régimen de Cuba se le dejó como un caso perdido contra quien no valía la pena emplear demasiada fuerza o darle la estocada final. Desaparecería por sí sola, como un perro moribundo, o se vería obligada a transformarse. Empujarla a asumir recetas aperturistas debía surtir el mismo efecto que en Europa del Este. No obstante, subestimaron la habilidad del régimen para aprovechar la miseria a su favor, victimizarse, hacer más dependiente a la ciudadanía de sus migajas, despertar nuevas simpatías en el mundo y esperar agazapado el momento oportuno para expandir, otra vez, su influencia.

Hoy, finalizando el primer cuarto del nuevo siglo, hay tres dictaduras de puro estilo castrista en América Latina y un puñado de pseudodemocracias que apuntalan a estos regímenes y coquetean con el autoritarismo. Las dictaduras de hoy anotaron todos los errores de sus predecesores y tienen un nuevo manual a prueba de urnas, estallidos sociales y transiciones. El mundo tampoco es aquel de los años noventa.

Contrario a lo que algunos esperan con un empacho de nostalgia, EE UU no va a intervenir en la región, ni con Kamala, ni con Trump en la Casa Blanca

Paradójicamente, China fue uno de los países que más se benefició de la globalización neoliberal. El gigante rojo se convirtió en una potencia super capitalista sin ceder terreno en lo ideológico. Y la Rusia de Putin, por su parte, jugó al “hagamos a Rusia grande otra vez”. Mientras esto ocurría, las clases medias norteamericanas se vieron afectadas cuando las grandes empresas migraron hacia países con mano de obra barata. Esto generó un caldo de cultivo perfecto para las ideas ultranacionalistas, el rebrote de los sentimientos antiinmigrantes y la necesidad de un líder fuerte enfocado en lo doméstico. La superpotencia norteamericana está en pleno declive, amenazada por sus fisuras internas y orientada en lo externo hacia su principal enemigo: China. Esto ha provocado que desvíe su atención de América Latina y delegue el liderazgo en países como México y Brasil, hoy gobernados por la izquierda. Contrario a lo que algunos esperan con un empacho de nostalgia, EE UU no va a intervenir en la región, ni con Kamala, ni con Trump en la Casa Blanca.

Consciente del mundo en que vivimos, Maduro comete el fraude más grande de la historia para mantenerse en el poder, obliga al presidente electo a exiliarse, reprime y hostiga a la oposición… y no pasa nada. Ortega, por su parte, hace y deshace de la manera más burda en Nicaragua, aplastando los derechos más elementales… y ahí sigue. Díaz-Canel, en Cuba, encarcela y destierra a la disidencia, lleva la crisis económica y social a niveles inhumanos… y a nadie le importa. Ahí están, sin urnas, pero con armas; sin derechos para todos, pero con leyes totalitarias; sin sociedad civil, pero con instituciones dóciles y plegadas a sus caprichos.

Ahí están, sin urnas, pero con armas; sin derechos para todos, pero con leyes totalitarias; sin sociedad civil, pero con instituciones dóciles y plegadas a sus caprichos

Es el mundo perfecto para estos desvergonzados dictadores. ¿A quién le afectan un par de sanciones, mientras los Brics les suministren los alivios oportunamente? ¿Para qué sirven cuatro denuncias y declaraciones fuertes en cumbres internacionales, si al final son letra muerta? ¿Qué más da lo que diga la prensa europea, si sus Gobiernos juegan a la extrema prudencia, sin atreverse siquiera a llamar a las dictaduras por su nombre?  

A las personas que sufren bajo estas dictaduras solo les quedan tres caminos: sublevarse, escapar o bajar la cabeza. La última opción es ideal para perpetuar a los dictadores y hacer que la población se resigne a la miseria material y humana. La segunda constituye un problema para los países con democracias sólidas, donde las olas migratorias provocan cada vez más descontento entre sus propios votantes. Y la primera opción representa una tumba o una cárcel segura, para quienes se atrevan a asumirla.

Paralelo a todo esto, está el tema de las redes sociales. A priori, es una herramienta tremendamente eficaz para denunciar atropellos y movilizar a la población. Pero también tienen su lado oscuro. La sobresaturación de noticias suele normalizar el problema, sea cual sea, convirtiendo la información en ruido. La gente puede seguir con atención una crisis durante un par de meses, pero luego viene el hartazgo y la necesidad trivial de pasar página y centrar la atención en la siguiente crisis, como si la vida real fuera una plataforma de streaming donde hacemos zapping hacia el próximo show de entretenimiento. Las opiniones, por otro lado, no solo llegan de expertos o gente bien informada. Es habitual que la estupidez domine los foros, sustituyendo los argumentos por consignas, las ideas por insultos y las propuestas concretas por gritos vacíos.

Es habitual que la estupidez domine los foros, sustituyendo los argumentos por consignas, las ideas por insultos y las propuestas concretas por gritos vacíos

A nadie le sorprende que el hombre que derrotó a Maduro de manera aplastante en las urnas haya tenido que huir del país donde su integridad se veía amenazada. Pero tampoco sorprende que la masa acostumbrada a Marvel y DC se decepcione rápidamente si no le ve poderes sobrehumanos al héroe. Ya se leen en las redes ataques contra Edmundo González, por el pecado de seguir vivo. Contrario a lo que piensa la masa acostumbrada a series de Netflix, los muertos no cambian regímenes, lo hacen los vivos. Cuando escucho a María Corina Machado decir “esto es hasta el final”, jamás espero que ese final sea su muerte, porque no son tiempos de mártires. Y los cubanos deberíamos saber esto. La muerte de Oswaldo Payá no supuso peligro alguno para el régimen, al contrario, si él siguiera vivo tal vez la oposición tendría el liderazgo del que hoy carecemos.

Sería terrible que, dentro de una década, en lugar de tres, América Latina duplique sus dictaduras. Y sería terrible que la comunidad internacional siga sin hacer nada al respecto. Mientras los políticos vacilan, las empresas solo quieren lucrarse y la gente común se polariza cada vez más en las redes sociales, estamos creando el mundo perfecto para que las dictaduras se expandan, como una pandemia.  

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