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Un mundo cada vez mejor, digan lo que digan

Son tantas las variables culturales, geográficas e históricas que convierten los índices de desigualdad en verdaderos estorbos conceptuales que esgrimen los demagogos constantemente.

Bernie Sanders senador independiente y aspirante a la candidatura presidencial democrata de los EE UU. (EFE)
Carlos A. Montaner

25 de mayo 2019 - 16:19

Miami/¿La copa está medio vacía o medio llena? Depende. Según Bernie Sanders el 1% de la sociedad se enriquece exponencialmente mientras los pobres, 40 millones de norteamericanos, el 13% del censo, carecen de recursos para tener una vida digna.

¿Es eso verdad? También depende de lo que uno llame una “vida digna”. La pobreza en Estados Unidos se mide por los ingresos. Una familia de 4 personas que recibe menos de $25,000 dólares es considerada “pobre”. Pero se trata de una pobreza relativa. Esa familia dispone de viviendas y escuelas públicas. De bonos para adquirir alimentos sin costo. De electricidad, teléfonos, agua potable, internet. De autos y calles asfaltadas. De protección policiaca y de un sistema judicial con abogados de oficio que representan a las víctimas y a los victimarios.

Por otra parte, el desempleo en Estados Unidos continúa reduciéndose. Eso es magnífico. Sigue siendo el país de las oportunidades, como determina la riada de inmigrantes legales o ilegales que arriban anualmente. No obstante, un CEO o Presidente de una empresa importante gana 312 veces al año lo que percibe un empleado promedio. Eso es problemático y refleja lo que dictamina el Índice Gini: el 20% más rico de la nación obtiene mucha más riqueza que el 20% más pobre.

Corrado Gini era un estadístico italiano, fascista, que en 1912, hace más de un siglo, diseñó una fórmula para establecer la división de los ingresos entre los quintiles de cualquier sociedad. (Con los años y los palos el matemático abandonó el fascismo). Supuestamente, el Índice o Coeficiente Gini mide la equidad o igualdad que reina en el país que se somete al análisis. Grosso modo la región más igualitaria es la Escandinava y una de las más desiguales es Latinoamérica.

Son tantas las variables culturales, geográficas e históricas que convierten esos índices de desigualdad en verdaderos estorbos conceptuales que esgrimen los demagogos constantemente. “El Gini” es casi inútil. Dos de las naciones más “desiguales” son, precisamente, Panamá y Chile, las que más han crecido en la región y las que más se acercan al pleno empleo.

Cuba, país en el que casi todos viven miserablemente, anda por los 40 y la mayor parte de la población sueña con instalarse en Chile o en Panamá, y no digamos en Estados Unidos

Pero, cuando uno exhibe, orgulloso, lo que sucede en Chile, los adversarios no tardan en levantar el rencoroso dato de que Chile y Panamá tienen un Índice Gini que excede la cifra de 50, cuando los países escandinavos poseen menos de 30. Con arreglo a este coeficiente 0 sería la igualdad absoluta y 100 la desigualdad total. Cuba, país en el que casi todos viven miserablemente, anda por los 40 y la mayor parte de la población sueña con instalarse en Chile o en Panamá, y no digamos en Estados Unidos, cuyo “Gini” es 45.

Tal vez es más confiable el Índice de Desarrollo Humano que publica anualmente la ONU. Es algo más completo. Pondera tres factores: los niveles de ingreso per cápita, los de escolaridad y la esperanza de vida. El economista español Leandro Prados de la Escosura, citado por Juan Ramón Rallo, otro economista destacado, midió la desigualdad entre países de 1870 al 2015 y halló que, aunque las poblaciones se alejaban en lo tocante a ingresos monetarios, se acercaban en escolaridad y esperanza de vida. (La reseña de la obra de Prados de la Escosura a cargo de Rallo puede encontrarse en El Cato Institute).

Pero el IDH tampoco es suficiente. Le falta un análisis de las diferencias entre quienes viven en la capital o en las zonas más distantes. Un asalariado en Buenos Aires recibe casi el doble de uno que realiza la misma tarea en Jujuy o en Salta. Algo que sucede, por ejemplo, con relación a Ciudad México y a Chiapas. Y le falta el signo de las migraciones, y de las oportunidades de desarrollo personal que presentan las grandes urbes cuando se contrastan con las zonas rurales, porque no se ha encontrado una manera eficiente de detallar la “movilidad social”. Sabemos que existe y caracteriza a la sociedad norteamericana, y, en general, a las sociedades de mercado, pero no hay forma de medirla convenientemente.

Entre Thomas Piketty, autor de El Capital en el siglo XXI, el rey de los pesimistas, y Steven Pinker, Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism, and Progress, me quedo con los optimistas. A trancas y barrancas vivimos en un mundo cada vez mejor.

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