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No pienso, luego sobrevivo

En una reunión con los intelectuales, el caudillo plasmó la fórmula definitiva que se impondría a los escritores

Varios prominentes literatos fueron condenados al silencio permanente al no permitírseles publicar sus obras. (Cubarte)
Ariel Hidalgo

07 de julio 2021 - 23:25

Miami/El partido único que gobierna Cuba creó una sección ideológica encargada de determinar qué podía pensar la población y qué no –"no se preocupen en pensar. Nosotros les ahorramos ese trabajo"–, porque pensar diferente a los lineamientos podía ser peligroso. Así que había que tener cuidado con lo que se pensaba y, sobre todo, no articular esas ideas en palabras. En caso de no obedecer, el destino del transgresor podía ser el ostracismo o la cárcel. De esta manera, se impuso en la población una norma inversa al método cartesiano. En vez de la famosa fórmula filosófica de Descartes en el Discurso del método, "pienso, luego existo", otra muy distinta: "no pienso, luego sobrevivo".

Vinieron los cierres de revistas, la censura y la represión de los escritores, pues sólo debía acatarse la línea política del Partido. Se sacaron de las bibliotecas todos aquellos libros que no cumplieran los "requisitos" y fueron guardados bajo llave, en espacios bien custodiados. En una reunión con los intelectuales, el caudillo plasmó la fórmula definitiva que se impondría a los escritores: "Dentro de la Revolución, todo, fuera de la Revolución, nada". Varios prominentes literatos fueron condenados al silencio permanente al no permitírseles publicar sus obras, y uno de ellos, incluso, arrestado y obligado a un humillante mea culpa. Luego tocó el turno a profesores, e incluso a miembros del propio Partido, en lo que se conoció como "causa de la microfracción", cuando algunos fueron expulsados de sus posiciones y los más prominentes, encarcelados.

A un joven profesor de marxismo comenzaron a vigilar sus clases y a revisar los cuadernos de sus alumnos, y como llegaron a la conclusión de que preparaba sus lecciones directamente de las obras de los clásicos, o sea, Marx y Engels, y no de los manuales redactados en la Rusia estalinista, registraron su hogar y encontraron el cuerpo del delito. No armas de fuego o explosivos, sino algo peor: nada menos que un peligroso manuscrito.

Luego tocó el turno a profesores, e incluso a miembros del propio Partido, en lo que se conoció como "causa de la microfracción", cuando algunos fueron expulsados de sus posiciones y los más prominentes, encarcelados

Los celosos guardianes de las opiniones "políticamente correctas" leyeron el texto y se aterrorizaron. El joven profesor había utilizado el método de análisis marxista, no para criticar al capitalismo como había hecho Marx, sino para criticar el propio sistema social de los regímenes gobernados por los partidos comunistas.

Fue arrestado de inmediato. Lo amenazaron y le prohibieron volver a dar una clase más en su vida. Pero como en libertad continuaba transmitiendo sus ideas, fue detenido nuevamente. La Seguridad del Estado le atribuyó problemas mentales y lo encerró en el hospital psiquiátrico de Mazorra, en un recinto donde jamás un médico ni un guardia se atrevían a entrar, atestado de presos comunes desequilibrados donde no faltaban asesinos y violadores.

Cuando algunos de ellos le preguntaron por qué estaba preso y él respondió que por escribir contra el Gobierno, lo consideraron el más loco de todos ellos y se distanciaron de él. El psiquiatra que lo atendió no le encontró nada grave y, cuando supo por qué estaba preso, diagnosticó "trastorno de la personalidad" y lo devolvió a la Seguridad del Estado.

La Seguridad lo envió a la cárcel junto a otros presos políticos. Pero como en la cárcel siguió hablando de sus ideas a los demás presos, fue incomunicado en una estrecha celda tapiada de los pabellones de la muerte, detrás de cuatro puertas de hierro, sin contacto con otros presos ni visitas de familiares, donde recibía sus escasos alimentos en un pozuelo canino por un agujero de la plancha de hierro a ras del suelo que solo se abría desde afuera.

Aquella "área especial", donde hablar en voz alta podía costar una brutal golpiza, estaba destinada para condenados a la pena capital y para personas peligrosas que habían perpetrado hechos de sangre. Pero al parecer, él era el más peligroso de todos, porque había cometido un delito horrendo: pensar. Lo sacaron solamente para llevarlo a un tribunal, y en juicio sumarísimo lo condenaron a ocho años de cárcel bajo acusación de "revisionismo".

¿Qué significaba "revisionismo"? Cuando mucho después lo buscara en el diccionario, leería esto: "Tendencia a someter a revisión metódica doctrinas, interpretaciones o prácticas establecidas con el propósito de actualizarlas y a veces de negarlas".

Cuando algunos de ellos le preguntaron por qué estaba preso y él respondió que por escribir contra el Gobierno, lo consideraron el más loco de todos ellos

Como había publicado muchos artículos en revistas y hasta un libro sobre la historia del movimiento obrero que se hallaba en la bibliografía suplementaria de todas las carreras de letras, añadieron en la sentencia este mandato: "Y en cuanto a sus obras, destrúyanse mediante el fuego".

Aquel joven profesor que fue confinado en aquella ergástula estrecha y tapiada durante un año y veinte días es quien estas páginas escribe hoy, cuarenta años después.

¿Por qué tanto miedo a las palabras de un hombre aislado y casi desnudo?

En un mundo capitalista Marx predicó crear y desarrollar una conciencia de clase entre los obreros para que se unieran y derrocaran al Estado burgués, pero una vez que ese Estado fue derrocado, los intérpretes de la doctrina de aquel genial teórico crearon un régimen social suficientemente controlado como para que nadie más pudiera crear conciencia de nada.

Una de las razones por las cuales esta nueva modalidad de dictadura es muy difícil de derrocar es el casi absoluto control de las ideas. El hombre que después impondría en Cuba este férreo sistema publicó desde la cárcel, en época de Fulgencio Batista, algunos artículos en revistas del país contra aquel régimen de facto.

Después de los años 60, cuando la actual dictadura se impuso, era impensable que un preso político pudiera hacer lo mismo, porque todas las publicaciones, revistas, periódicos, estaciones de radio y canales de televisión, si no fueron cerrados, pasaron bajo el control del Estado con una férrea censura. Así ocurrió igualmente con el sistema educativo. Toda la enseñanza pasó a manos del Estado. Ese monopolio de la "información" –palabra que entrecomillo porque más exacto sería decir "monopolio de la desinformación"– les permitía el control de la conciencia colectiva.

"Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella". Nunca fueron más reales esas palabras del que, después de emitirlas, impuso su propio modelo de sociedad.

Aquel joven profesor que fue confinado en aquella ergástula estrecha y tapiada durante un año y veinte días es quien estas páginas escribe hoy

Todo era falso, pero la mayoría del pueblo lo creía. Y cuando un prisionero salía de prisión y contaba los horrores que había vivido, lo tildaban de mentiroso, porque en Cuba ya no se golpeaba a los presos. No le creían ni aunque enseñara las cicatrices de las bayonetas. "Sabe Dios en qué bronca de bares le dieron esos navajazos". Y si el pueblo no creía, ¿cómo iba a creer el mundo?

Por eso, a un año de ser sacado de mi confinamiento, media docena de prisioneros políticos creamos el primer grupo de derechos humanos, la célula madre de lo que después fue el movimiento disidente.

Hoy, con las computadoras personales, los teléfonos móviles e internet, ese mundo de la mentira comienza a derrumbarse. Con los blogs, las redes sociales, las revistas y los periódicos independientes, el ciberespacio se ha ido llenando de ideas y de información, y la nomenclatura, atrincherada en su búnker, va quedando cada vez más aislada y cada vez más necesitada de servicios psiquiátricos por un nuevo mal: los ataques de pánico que provoca la ideofobia.

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