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No me sentí libre hasta que devolví los 10.200 dólares que costó mi salida de Cuba

Unos meses después, conseguí dos trabajos –uno de noche y otro de día–, y al fin logré independizarme

Un grupo de migrantes cubanos que intenta cruzar de Guatemala a México en su travesía hacia EE UU. (14ymedio)
Alejandro Mena Ortiz

17 de septiembre 2023 - 14:33

Miami/Una segunda parte del viaje de los cubanos para llegar a Estados Unidos vía Nicaragua, de la que no se habla tanto, es la devolución de la deuda que contrajimos para poder pagar el viaje. La mayoría de nosotros, sin propiedades para vender en la Isla, no teníamos el dinero necesario (alrededor de 10.000 dólares por persona) y tuvimos que pedir prestado a familiares en Miami. A algunos eso les ha supuesto enemistades y problemas.

Es el caso de un conocido cuyo padre pagó 20.000 dólares para sacarlos a él y a su hermana de Cuba. Muy jóvenes ambos, de 22 o 23 años, en cuanto llegaron a este país y empezaron a trabajar fueron obligados a entregar todo lo que ganaban, absolutamente todo, a su progenitor, con el que tenían que vivir. Aunque lograron pagarlo en poco tiempo, unos seis o siete meses, los muchachos no pueden evitar un mal sabor de boca, pues piensan que un padre no debería cobrarles a sus hijos. Por eso, ahora que viven independientes no les importa verlo poco.

Más suerte tuvo mi amigo José, que llegó a Miami por las mismas fechas que yo, en marzo del año pasado. Él y su padre, que vino dos meses después, quedaron debiendo 22.000 dólares a un tío suyo, pero este, una persona bastante acomodada, les ha dado la oportunidad de pagarlos cuando puedan. José piensa hacerlo pronto, en cualquier caso, con la indemnización que está esperando por un accidente que sufrió pocos meses después de llegar a EE UU (lo atropellaron y nunca ha recuperado del todo la movilidad en un brazo, por una fractura del codo, y tuvo que ser operado varias veces).

Venir con hijos pequeños entraña muchas más dificultades, entre otras cosas porque no se pueden quedar solos en casa, alguien los tiene que cuidar, y la gente que cuida niños cobra carísimo

Otro conocido, Carlos, puesto que pudo vender un carro que tenía en su Holguín natal, solo tuvo que pedir a un primo 3.000 dólares para la travesía. Cuando llegó a EE UU, quiso empezar a pagar de inmediato en pequeñas mensualidades, pero el primo se negó a aceptar un pago a plazos, porque, decía, "entonces no iba a ver el dinero". Carlos ya tiene reunido más del dinero que debe, pero prefiere seguir ahorrando un poco más, "para no quedarse en cero".

Yusleidis, una amiga que salió de la Isla con su marido y sus dos niños, no lamenta haberse endeudado. El total del viaje de los cuatro costó 35.000 dólares, y llevan trabajando durísimo desde que llegaron para poder saldar esa deuda. Venir con hijos pequeños entraña muchas más dificultades, entre otras cosas porque no se pueden quedar solos en casa, alguien los tiene que cuidar, y la gente que cuida niños cobra carísimo.

Poco a poco, han logrado ir liquidando gran parte de lo que deben y, finalmente, han logrado vender su casa en Cárdenas (Matanzas). Con ello no solo saldarán la deuda sino que pueden buscar un hogar mejor que el diminuto efficiency (un cuarto o espacio de una casa muchas veces rentado de manera irregular) que comparten los cuatro. A pesar de las duras condiciones en las que han vivido, ella agradece todos los días la decisión que tomaron y dice que haber salido de Cuba es lo mejor que le pudo pasar, que no importa si eran 35.000 dólares como si hubieran sido 100.000, ella lo que necesitaba era salir del desastre de país aquel.

En mi caso, y de igual manera, solo tengo palabras de agradecimiento a mis prestamistas, mi primo y su mujer. La travesía que hice de Cuba a EE UU, a través de Nicaragua, Honduras, Guatemala y México, iba a costar en principio entre 7.000 y 8.000 dólares. Pero el pasaje a Managua por aquellos días se encareció y en la ruta tuve que pagar extras, así que el total ascendió a 10.200 dólares.

Al principio, la propuesta de mi primo –que redondearon a 10.000, perdonándome 200 dólares– era pagarles poco a poco, cuando me independizara. Finalmente, al cabo de dos o tres meses se vieron urgidos del dinero y me pidieron empezar a pagar en ese momento. Acordamos un plazo mensual de 500 dólares, sin intereses de ningún tipo.

A pesar de las duras condiciones en las que han vivido, ella agradece todos los días la decisión que tomaron y dice que haber salido de Cuba es lo mejor que le pudo pasar

Teniendo en cuenta que yo no pagaba renta, que no tenía carro y que solo ayudaba con la comida de la casa, se me hacía bastante fácil pagarlo con el trabajo que tenía. Pronto me di cuenta de la mayor dificultad: el dinero para mandar a mi familia en Cuba no iba a ser mucho.

En la Isla dejé una familia numerosa que incluye dos niños, mi madre, mi padre, mi padrastro y, en aquel momento, mi abuelita –que ya murió–, mi mujer y mi hijastro (que pudieron salir con parole humanitario y llevan conmigo tres meses). Repartía entre todos lo que mandaba y, aunque nunca envié menos cantidad, la inflación y las malas condiciones económicas hacían que para ellos pareciera mermar mes a mes.

Unos meses después, conseguí dos trabajos –uno de noche y otro de día–, y al fin logré independizarme. Aunque comenzaron a darme las cuentas para las remesas, me impuse un régimen de austeridad. Así, pude ahorrar para mudarme a un apartamento en mejores condiciones para mi esposa y mi hijastro, pero, sobre todo, para liquidar lo que me quedaba de deuda con mi primo y su mujer, unos 3.500 dólares.

No era ya mucho respecto a los 10.000 iniciales, pero lo consideraba una especie de losa. Es verdad que aquí en EE UU todos vivimos endeudados, con las tarjetas de crédito, con los bancos, con los prestamistas, pero no es lo mismo. En ese dinero yo veía el precio de mi libertad. Y hasta que no terminé de pagar el último centavo, no me sentí de verdad libre.

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