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¿Por qué Nuevitas?

Con su puerto marítimo, la ciudad tiene el influjo cosmopolita que da una larga interacción con marineros y fue moldeada por el comercio entre mundos

Municipio de Nuevitas al norte de Camagüey, Cuba. (Radio Nuevitas/Facebook)
Yoani Sánchez

22 de agosto 2022 - 16:11

La Habana/La desmesurada represión contra las protestas del 11 de julio del año pasado tenía un objetivo bien claro: evitar que la gente volviera a tomar las calles para reclamar un cambio democrático en Cuba. Las excesivas condenas a prisión que dictaron los tribunales también buscaban enviar un mensaje de terror que paralizara cualquier manifestación de inconformidad. Sin embargo, el método de infundir miedo no funcionó, y el viernes pasado los vecinos de Nuevitas, en Camagüey, volvieron a mostrar músculo cívico coreando "libertad" y "el pueblo unido, jamás será vencido".

Por dos jornadas consecutivas la indignación social se materializó en reclamos a voz en cuello, cacerolazos y la defensa –ante la violencia policial y los arrestos– entre los vecinos que ejercían su derecho a la demostración pública y pacífica. Lo que ha venido después es el viejo guion de un régimen moribundo que sabe que no goza del apoyo de la gente. Un fuerte operativo se desplegó en ese municipio camagüeyano, especialmente en el barrio de Pastelillo, donde ocurrieron las protestas más intensas. Se habla ya de decenas de arrestados, un pueblo militarizado y el acceso a internet cortado.

En medio de ese pulso entre los deseos libertarios de los ciudadanos y la tonfa de los policías, surge la interrogante de por qué el más importante estallido popular tras el 11J ha sucedido precisamente en Nuevitas. Con su puerto marítimo, la ciudad tiene el influjo cosmopolita que da una larga interacción con marineros y fue moldeada por el comercio entre mundos, el cabotaje y los trasiegos aduaneros. En la década de los 60 del siglo pasado, unos guerrilleros recién llegados al poder decidieron convertirla en la "ciudad industrial" del país, ícono caribeño de desarrollo y modernidad.

Los que tocaron sus cacerolas son los que crecieron viendo cómo los centrales azucareros de la zona iban deshaciéndose poco a poco, observando cómo mermaba el flujo de barcos en el puerto, los productos en los mercados y el dinero en los bolsillos

Una fábrica de alambre de púa, otra de cemento, una termoeléctrica y una planta dedicada a la producción de fertilizantes eran parte de ese sueño de innovación. En esos años, hubo quien hizo sus maletas en otras provincias de Cuba y se mudó a Nuevitas, creyendo que si en algún lugar el socialismo iba a dar sus primeros frutos de prosperidad y bonanza iba a ser en aquel trozo de tierra con olor a mar. Pero la burbuja estalló a finales de los años 80, cuando empezó a mermar el subsidio soviético, indispensable para mantener aquella vitrina.

Luego de eso, todo ha ido cuesta abajo para Nuevitas. Deterioro de la infraestructura, industrias paradas o a media máquina, inflación, salarios que no alcanzan ni para la primera semana del mes, éxodo de sus jóvenes, desabastecimiento de alimentos, pocas opciones recreativas y cortes eléctricos. Los apagones de este verano dieron el puntillazo a una población cansada de recortar sus sueños. Los que salieron a las calles el 19 de agosto pasado eran, mayoritariamente, los hijos de aquellos a los que les hicieron creer que este hermoso puerto de mar solo podía vivir tiempos mejores, de evolución y esplendor.

Los que tocaron sus cacerolas y gritaron insultos contra Miguel Díaz-Canel son los que crecieron viendo cómo los centrales azucareros de la zona iban deshaciéndose poco a poco, observando cómo mermaba el flujo de barcos en el puerto, los productos en los mercados y el dinero en los bolsillos. Ellos, que iban a ser los ingenieros y técnicos que disfrutarían de la abundancia del comunismo cubano, ahora están segregados por no tener divisas y deben pedir a sus familiares emigrados que los ayuden a comprar desde un litro de aceite vegetal hasta un ventilador para aliviar el calor.

No es casual que esté siendo Nuevitas el epicentro del malestar social. A ellos les hicieron creer que tocarían las cumbres tecnológicas, pero ahora pasan más de diez horas diarias de apagones, abanican a sus hijos en las madrugadas para que los mosquitos les permitan dormir aunque sea un poco y pegan la cara a los cristales de las tiendas en Moneda Libremente Convertible para observar todo aquello que no pueden adquirir. La que iba a ser la "Ciudad Industrial de la Isla" es hoy el mejor reflejo del desastre nacional.

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