La estafa y el hombre nuevo
La Habana/Crecí escuchando a mis maestros decir que nuestra sociedad estaba construyendo al hombre del futuro, uno diferente, que no tendría los defectos, la malicia ni los vicios que "heredamos del capitalismo".
Los que a lo largo de todos estos años nos esforzamos por aproximarnos en algo a ese buen hombre nuevo, hoy somos extraterrestres inadaptados en esta sociedad. Parece que tuviéramos un mono pintado en la cara y que cualquiera puede burlarse de nosotros. La cosa ha llegado a tal punto, que mi padre, implacable defensor de que practiquemos los mejores valores, hoy me dijo que si seguía confiando en todos iba a terminar muerto.
Hace solo unos meses, estaba yo en la terminal de Ómnibus cuando un señor se acercó a decirme que llevaba tres días durmiendo allí, en el piso, comiendo las sobras de otros, porque no tenía recursos para regresar a Oriente. Había gastado todo lo que poseía "atendiendo a su madre que era muy viejita y estaba ingresada aquí en La Habana". Sus ojos eran tristes, su ropa sucia y su voz temblorosa. Aquel muchacho no debía sobrepasar los 30 años.
Con mi mano temblorosa también –porque traía lo justo para el pasaje, el soborno establecido y algo para comer durante el largo e incómodo trayecto–, saqué 50 pesos y se los di. De no hacerlo, mi conciencia me hubiese castigado.
Sabiendo que ese dinero no le alcanzaría para pagar pasaje y soborno hasta Holguín –ahí me dijo que vivía– decidí intervenir por él ante las autoridades de la terminal, buscando persuadir a alguien para que fuesen benevolentes con su situación.
A riesgo de perder mi guagua, subí unas escaleras buscando algún jefe, toqué varias puertas hasta que me indicaron que esos problemas se veían directamente con el jefe de turno. Al bajar corriendo las escaleras ya mi defendido se había esfumado.
Por qué un tipo joven, sano, fuerte, prefería dedicarse a estafar y no usaba esa misma inteligencia para sobrevivir de una forma menos sucia
Durante todo el viaje, más de 12 horas, no paraba de preguntarme por qué un tipo joven, sano, fuerte, prefería dedicarse a estafar y no usaba esa misma inteligencia para sobrevivir de una forma menos sucia. No me caben dudas de que este señor sacaría sobresaliente en cualquier casting de teatro.
Días después, se cruzan en mi camino dos muchachos vestidos de EJT (Ejército Juvenil del trabajo), uno evidentemente santiaguero por su acento y otro habanero. Me dicen que están desesperados por vender unos "estímulos que les han dado en la Unidad", que necesitan ese dinero "para comer", que "ya tu sabe el hambre que se pasa ahí", "coño ayúdanos asere que tú ere oriental también", presionaron hasta ser muy pesados...
Ya bastante molesto por la desesperada insistencia de los dos "gualdias" hago mis cálculos y presupongo que comprando aquel paquete de aseo personal me ahorraría algo respecto a los precios terribles de las tiendas en divisas.
“Eso que traes se nota a la legua que es una porquería, espero no te hayan estafado”
Craso error, al llegar a casa, mi mujer, más diestra que yo en esos temas me mira y dice: "Eso que traes se nota a la legua que es una porquería, espero no te hayan estafado otra vez"... En efecto.
Cuando miré detenidamente, era claro que los pomos eran reciclados de la basura. Su contenido, una especie de mezclas raras con textura y color convincentes a ojos apurados, ligeramente perfumadas con acondicionador de baño.
Para colmo, tuve que tomar antihistamínicos urgentemente, mis antebrazos comenzaban a enrojecerse y enroncharse en los lugares donde "los combatientes" depositaron sin mi permiso la muestra de sus productos. No me imagino que pudiera haber pasado si hubiese expuesto mis ojos o la boca ante esos químicos insospechados.
Entonces entendí el porqué de tantos que pasan pregonando por mi cuadra: ¡se compran pomos de perfume de marca vacíos!
Hace dos semanas, un señor, supuestamente amigo del albañil que hace reparaciones en mi casa, se aparece con una tanqueta "sellada" de pintura Vinil. Me dice que pincha "en la talla del Mariel" y que su jefe le dio esa pintura para que "raspara unas tablitas extra". Ya erizado por las experiencias anteriores desconfío y ante mi cara de duda el señor rompe los sellos del recipiente y me muestra su contenido. Todo se ve bien. Así que le compro el material. Tres días después la peste dentro de la casa era insoportable. Creíamos que se trataba de un registro sanitario roto. Era la pintura. Le habían echado más de la mitad de agua sucia que fermentó rápidamente.
Estas historias, no son sino una ínfima muestra de lo que día a día hay que enfrentar cuando sales a encontrar algo en una capital cada vez más agresiva.
Conseguir un cable, un tubo, un cerrojo de puerta o una lámpara se convierte en una operación de riesgo, en la que te ves obligado a transitar por oscuros recovecos y negociar con personajes que te recuerdan las series de narcos colombianos.
Por suerte, para olvidar las penas de la vida diaria, podemos tomarnos un galón de cerveza de termo el próximo 26 de julio en Artemisa. Celebrando, como dijo Raúl, que "estamos venciendo al imperialismo". O será otra estafa....