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Las plazas inútiles

Plaza de la Revolución. (14ymedio)
Fernando Dámaso

29 de julio 2014 - 10:00

Durante los últimos 56 años, a las autoridades cubanas les dio por construir las denominadas Plazas de la Revolución. Comenzaron cambiándole el nombre y dejando inconcluso el proyecto original de la Plaza Cívica de La Habana, transformándola en una superficie árida de asfalto y cemento, sin césped, árboles ni flores, propia para reunir multitudes dispuestas a escuchar largos discursos o para grandes desfiles civiles y militares.

El modelo se extendió a cada provincia y a muchos municipios en esa manía de repetir lo mismo hasta el absurdo tan propia del socialismo. Tener una Plaza de la Revolución se convirtió en algo obligatorio, aunque su utilidad práctica fuera nula, pues se utilizaba únicamente en alguna que otra fecha importante y por escaso tiempo. Se argumentó que eran lugares donde se ejercía la verdadera "democracia popular", con el líder de cara al pueblo, obviando las instituciones.

La construcción de las plazas se aceleró durante la denominada Batalla de las ideas, cuando todas las semanas se realizaba una concentración popular en un municipio de cada provincia. Y aunque el socialismo cubano ha sido pródigo en ellas, sus orígenes se remontan a las inmensas plazas que el nazismo alemán y el fascismo italiano construyeron para que el Führer y el Duce se dirigieran a "sus pueblos". Constituyen la importación de algo ajeno a nuestra idiosincrasia y costumbres, desconocido en nuestra historia republicana.

Llama la atención que la mayoría de estas plazas estén dedicadas a héroes de guerra, como si Cuba hubiera sido un país de interminables batallas, cuando en realidad de los 522 años que han transcurrido desde que fuera descubierta en 1492, sólo ha dedicado 32 a guerrear, incluidos los 15 de participación en contiendas ajenas en el continente africano. Las naciones no las construyen sólo los guerreros, sino también los políticos, pensadores, periodistas, científicos, investigadores, pedagogos, médicos, escritores, pintores, escultores, poetas, economistas, ingenieros, arquitectos, obreros, campesinos y muchos más.

Constituyen la importación de algo ajeno a nuestra idiosincrasia y costumbres, desconocido en nuestra historia republicana.

Es notable e imperdonable la ausencia de plazas dedicadas a Félix Varela, José Antonio Saco, Domingo del Monte, José de la Luz y Caballero, Enrique José Varona, Juan Gualberto Gómez, Carlos J. Finlay, José María Heredia, Juan Clemente Zenea, Tomás Romay, Felipe Poey, Dulce María Loynaz, Joaquín Albarrán, Rubén Martínez Villena, Juan Marinello, Jorge Mañach, Gastón Baquero, Florencio Gelabert, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Wifredo Lam, René Portocarrero y muchos otros ilustres cubanos, que han jugado un papel determinante en la formación y defensa de la nacionalidad cubana.

Las plazas fueron construidas en su mayoría sin el menor respeto al urbanismo, respondiendo a decisiones apresuradas y sin someter el proyecto a ningún tipo de concurso ni jurado que asegurara su calidad artística. Hoy, solo se remozan cuando se prevé realizar en ellas algún acto importante.

Hoy, las plazas sólo se remozan cuando se prevé realizar algún acto importante. Entonces aparecen brigadas reparando calles, aceras, alumbrado, sistema de audio, para asegurar el esplendor del momento, quedando después nuevamente abandonadas. Pocas personas las transitan regularmente debido a la carencia de atractivos, al abrasador sol tropical de día y, de noche, al peligro que encierran, al ser lugares aislados, por lo regular oscuros o mal iluminados.

En una sociedad verdaderamente democrática, donde actúan responsablemente todas sus instituciones, resultarán innecesarias, ya que habrá pasado la época de los líderes mesiánicos llamando desde la tribuna "al sacrificio en aras de la patria", mientras las masas amorfas gritaban "¡Sí!" y levantaban la mano en voto unánime. Entonces, los políticos se dedicarán a sus obligaciones desde las instituciones y los ciudadanos ejercerán sus derechos en iguales condiciones a través de sus organizaciones sociales y políticas.

Para ese tiempo, demolidas las que no valga la pena mantener, remodeladas otras, rebautizadas la mayoría, con grandes espacios arbolados, locales de esparcimiento cultural y deportivo, paseos, fuentes, césped y flores, las plazas se convertirán en lugares agradables de confraternización, placer y descanso ciudadanos. Serán los pulmones naturales que tanto necesitan nuestras ciudades y, lo más importante, dejarán de ser inútiles.

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