Un palacio intergaláctico para el doctor Castro
Miniaturas
En las historietas de Yeyín se adivina lo que pudo ser y no fue el cómic en Cuba
Salamanca/Año 4020. El comunismo se ha expandido no solo por la Tierra sino también a otros sistemas planetarios. Una organización policial, cuyo parecido con la Flota Estelar de Star Trek es pura casualidad, vigila las rutas espaciales. Botas de hule, tanga galáctica, pelo suelto, coqueta y sin edad, una exploradora deambula por el cosmos: Yeyín.
Yeyín interrumpió nuestra infancia y la transformó en adolescencia a la velocidad de la luz. ¿Qué esperaba de nosotros Ernesto Padrón? ¿Por qué dibujaba a Yeyín con trazos tan sensuales y la ponía en situaciones embarazosas? Yeyín en el vestidor, nadando con bikini, besucona en serie, promiscua disimulada. “¿Qué tal, amigos?”, preguntaba Yeyín en ropa interior, en la última página de un cómic, a sus jóvenes admiradores. “Si quieren jugar conmigo péguenme en una cartulina, me recortan, recortan mis trajes y los colorean, ¿sí?”.
Life in plastic is fantastic. ¿Fue Yeyín la Barbie que nunca tuvimos? El suyo no era un comportamiento adecuado para una pionera –espero que honoraria, porque no tenía cuerpo de niña– que aspiraba a que toda la galaxia conociera las doctrinas de Marx.
Cuba siempre fue terreno fértil para el humor gráfico, lo sigue siendo en el exilio, pero el cómic es otra cosa
Pese a ser propaganda pioneril en el sentido estricto de la palabra –Padrón trabajó en el personaje en los 80, por orden del Frente de Divulgación de la Organización de Pioneros–, hojeo esos viejos muñequitos con nostalgia. Cuba siempre fue terreno fértil para el humor gráfico, lo sigue siendo en el exilio, pero el cómic es otra cosa. El cómic es narrativa y muy pocos dibujantes saben contar buenas historias.
Los 80 son los años de las revistas de historietas más célebres, como Métal Hurlant, en los que grandes maestros como Mœbius, Jodorowsky, Alan Moore o Enki Bilal redefinen el género. La década empieza con El Incal y acaba con From Hell, ¿qué más se puede pedir? En Cuba, 1980 es el Año del II Congreso del Partido Comunista y del Éxodo de Mariel. Y Padrón, que no es Mœbius ni podría serlo en sus sueños más locos, también se pone a dibujar ciencia ficción.
En el mundo de Yeyín la Policía tiene la última palabra. Ella misma es ascendida en algún momento al grado de capitana, con el cargo de oficial investigador y patrullera. Allá, en el remoto planeta de origen, dentro del cosmopalacio intergaláctico, no es difícil imaginarse a Fidel, una momia criónica que mueve los hilos de la Ley y el Orden. Solo gracias a él, terso y risueño como el emperador Ming, Yeyín puede desplegar su encanto comunista, en su nave subvencionada por el ultra-Estado.
Según Ecured, enciclopedia más distópica que la de Tlön, Yeyín es más femenina gracias a la guionista Enma Romeu, que le sugirió a Padrón que la estilizara para que no pareciera un marimacho. El cambio fue impactante. Yeyín se vuelve enamoradiza y no perdona a humano o alienígena, blanco, negro o verde, local o visitante.
Yeyín insinúa todo lo que la historieta cubana no pudo –o no quiso– ser por culpa de la propaganda. El mejor Ernesto Padrón es el que se desprende de las orientaciones y explora su propio mundo. En dos de sus relatos hay una interpretación muy suya de uno de los viajes de Simbad. Los cosmonautas exploran tranquilamente un planeta o una cordillera que acaba revelando que es un monstruo.
Yeyín se vuelve enamoradiza y no perdona a humano o alienígena, blanco, negro o verde, local o visitante
A Padrón le preocupa la religión, o más que la religión el rol político del clero. La obsesión es extraña para un lector de los 80, educado en el ateísmo y el materialismo dialéctico, pero queda pintoresca en el cómic. Los sacerdotes de Tartán, un dios que parece calcado de los viejos grabados de Moloch –la deidad semítica que comía niños–, engañan al pueblo con “el milagro de la luz, del aire y del agua”.
En el animado de Yeyín de 1984, el “pueblo malagradecido” debe inclinarse ante Tartán por esos dones, y el rol de la Policía intergaláctica es revelar que no existe tal magia, sino tres interruptores. Visto hoy, el animado no deja de ser irónico: para el cubano, el agua y la luz siguen siendo regalos a los que se accede por obra y gracia divinas. Visto hoy, el sumo sacerdote podría ser interpretado por un Protocanel o un Tecnomarrero.
El rol de policía –más adecuado para Yeyín que el de “pionera José Martí” que declara ser– es el que Padrón más explora a medida que el personaje madura. Yeyín dispara primero y pregunta después. Se sabe la autoridad suprema de la galaxia e invoca siempre a sus jefes en el cosmopalacio intergaláctico.
Pero todo se lo perdonamos a Yeyín, no solo porque en su trazo negro adivinamos lo que pudo ser y no fue el cómic en Cuba, sino porque ella –botas de hule, tanga galáctica, pelo suelto, coqueta, sin edad– fue quizás nuestro primer amor. Un amor pioneril, freudiano y orientado por el Partido.