En pañales
México, DF/Decía Bernard Shaw: "A los políticos y a los pañales hay que cambiarlos a menudo (...) y por las mismas razones." El pueblo venezolano, en un acto de coraje y sabiduría, decidió cambiar los pañales.
A los populistas no les gusta cambiar pañales. Lo notamos en varios gobiernos latinoamericanos. Esa obstinada renuencia se advierte también en el tan cacareado “deshielo” Cuba-EE UU, que no ha salido de su era glacial, al menos no para el cubano de a pie.
La democracia en diversas regiones de América Latina sigue en pañales, muchos de sus políticos son como eternos lactantes, les faltan muchas noches de biberón. Tal es el caldo de cultivo idóneo para que se incrementen las tentaciones totalitarias.
Ya en 1960 Fidel Castro dio la pauta en su discurso: “¿Elecciones para qué?”.
Al sentirse elegidos por la Historia, los populistas devienen intransigentes, se arrogan una superioridad moral que les impide aceptar derrotas electorales
Al sentirse elegidos por la Historia, los populistas devienen intransigentes, se arrogan una superioridad moral que les impide aceptar derrotas electorales, aspiran al poder vitalicio, igual que los papas y los monarcas, a la manera de la familia Duvalier y la dinastía norcoreana. Se aferran al poder, como los niños malcriados a su peluche o a su almohada, y por cualquier motivo arman un berrinche.
Ya lo dijo Francisco de Miranda cuando fue arrestado por Bolívar en la Guaira:
“¡Bochinche, bochinche, esta gente no es capaz de hacer sino bochinche!”.
“Esta gente” equivale ahora al chavismo y sus replicantes en otros países.
Todo esto no es más que realismo mágico mezclado con subdesarrollo. Es lo Real Maravilloso cuando se transmuta en lo Real Horroroso. Para Carpentier “lo maravilloso (…) surge de una alteración de la realidad (el milagro)”
En política ese “milagro” suele conducir a dictaduras implacables. En el Caribe pululan esas taras supersticiosas: Noriega con sus calzoncillos rojos, Trujillo escondiéndose de los relámpagos, la necrofilia política en torno al cadáver de Bolívar y al de Chávez, Maduro hablando con pajaritos o multiplicando los penes, la paloma en el hombro de Fidel Castro y otros disparates buenos para hacer literatura pintoresca, pero pésimos para dirigir el destino de millones de seres humanos.
Volviendo a la frase de Bernard Shaw: ¿se imaginan cómo huele el gobierno cubano tras más de medio siglo sin cambiar los pañales?
Víctor Hugo lo tenía claro: “Los reyes son para aquellas naciones que están en pañales”.
Otro síntoma de deterioro democrático es la palabrería ociosa de los populismos latinoamericanos. Me refiero a todo ese invento de “bolivariano” y “socialismo del Siglo XXI”.
El socialismo, el comunismo -o como quieran llamarle- es una invención decimonónica y siempre lo será. Es un sistema anticuado y fracasado.
El socialismo, el comunismo -o como quieran llamarle- es una invención decimonónica y siempre lo será. Es un sistema anticuado y fracasado. De nada vale intentar resucitarlo poniéndole etiquetas rimbombantes y nuevas fechas de caducidad cuando ya el producto está podrido a ojos vistas.
Los populistas son duchos en galimatías, no producen ni un tornillo, pero fabrican sofismas sin cesar. Aparte de ser una falacia, es una jerigonza cantinflesca eso de pretender ser bolivariano y socialista a la vez.
Bolívar no tuvo nada que ver con el socialismo. Para Marx, Bolívar era “el Napoleón de las retiradas”, un “cobarde, tirano, resentido, mezquino y mentiroso”, también lo consideró traidor por entregar a Francisco de Miranda.
Saltan a los ojos la incoherencia y la demagogia del chavismo: ese engendro sin duda concebido en La Habana donde ya intentaron hace años asociar pensamientos tan incompatibles como el de Martí y el de Marx.
Todo lo tergiversa “esta gente”. Al embargo le llaman bloqueo, por todas partes ven golpes de estado, se quejan de una “guerra económica” que ellos mismos provocaron.
Al embargo le llaman bloqueo, por todas partes ven golpes de estado, se quejan de una “guerra económica” que ellos mismos provocaron
Por otra parte, el caciquismo, el caudillismo y el patriarcado feudal son atavismos hispánicos muy difíciles de extirpar. Bien lo sabía Valle-Inclán cuando escribió su esperpéntica ficción Tirano Banderas (1926) con la cual inauguró un subgénero latinoamericano de temática dictatorial.
La secuela valleinclaniana incluye El señor Presidente (1946), de Miguel Ángel Asturias, El gran Burundún Burundá ha muerto (1952), de Jorge Zalamea, Yo el Supremo (1974), de Augusto Roa Bastos; El recurso del método (1974), de Alejo Carpentier, El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez, La fiesta del Chivo (2000), de Mario Vargas Llosa.
La proliferación de este subgénero literario no es casualidad, ni obedece a una moda, sino que es el reflejo telúrico, idiosincrásico y ancestral de una parte importante de nuestra realidad continental.