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Pánfilo de Narváez: nuestro primer esbirro

Pánfilo siguió degustando fríamente su sándwich de casabe con bacalao y dijo: que les den

Pánfilo de Narváez no tiene nada que ver con el personaje humorístico de igual nombre que hace a los cubanos reírse de la crisis permanente. (Dominio público)
Yunior García Aguilera

06 de junio 2023 - 17:27

Madrid/Según el diccionario de la RAE, un esbirro es la persona que ejecuta las órdenes de otro, o de alguna autoridad, especialmente si para ello debe emplear la violencia. La palabra viene del italiano sbirro, un policía menor encargado de apresar a otros.

La primera masacre que recoge nuestra historia es la matanza de Caonao, narrada por Fray Bartolomé de Las Casas. Aquella barbarie tuvo como protagonistas a dos polos opuestos. Ambos formarían un binomio tan singular, que parecería creado por algún guionista de HBO y no fruto de la vida real. Ya sabemos que, como decía Oscar Wilde, la realidad supera la ficción.

De un lado estaba Las Casas, que pasaría a la posteridad como Protector Universal de los Indios. Por el otro estaba Pánfilo de Narváez, violento, desafortunado y trágico. Este sujeto no tiene nada que ver con el personaje humorístico de igual nombre que hace a los cubanos reírse de la crisis permanente. El Pánfilo Epifanio que jugó dominó con Obama y que está obsesionado con el pan de la bodega y con la libreta de abastecimiento no tiene ningún punto en común, más allá de su nombre, con aquel primer esbirro del relato cubano.

Los españoles se llenaron las panzas y comenzaron a afilar sus espadas en las piedras del río

Cuenta el padre Las Casas que, en Caonao, los indios recibieron como dioses a los españoles. Les sirvieron comida, quizás les ofrecieron algún areito, y luego se acuclillaron a contemplar las yeguas. Para aquellos tainos que solo habían visto almiquíes, perros mudos, jutías y algún que otro cuadrúpedo, aquellas bestias con nalgas enormes y colas con estilo siboney debían parecerles espléndidos manatíes de tierra.

Los españoles se llenaron las panzas y comenzaron a afilar sus espadas en las piedras del río. De pronto, sin motivo aparente, uno de ellos quiso probar su filo, al modo de cierto programucho de la televisión cubana, y se lanzó a rasgar la costura de los cuerpos indígenas. El resto de los soldados, poseídos por la euforia grupal, se sumó a la carnicería. De nada sirvió que el capellán se parara frente a las espadas, gritando el nombre de Narváez, para intentar detener el crimen. Pánfilo siguió degustando fríamente su sándwich de casabe con bacalao y dijo: que les den.

Bartolomé, devoto del divino perdón, jamás excusaría a Narváez. Aunque el fraile dominico debía conocer desde antes el carácter acomplejado y violento del lugarteniente de Velázquez. Ya en Bayamo, durante su primera misión, Pánfilo recibiría una pedrada en la boca del estómago, mientras dormía. Preso del pánico, huyó en calzoncillos sobre su yegua. Aquella pedrada taina y la vergüenza de ser salvado por su potranca lo harían víctima perpetua de la guapería y el acomplejamiento.

Años después, Narváez debería enfrentarse a un enemigo sin taparrabos. Diego Velázquez, su jefe, lo envió a capturar a Hernán Cortés, que se había pasado de listo, robándole su flota para conquistar tierras aztecas. El nocaut fue incuestionable. Cortés lo derrotó de forma apabullante, se quedó con sus tropas, y también con uno de sus ojos. Pánfilo pasaría dos años prisionero en Veracruz, engordando su rabia.

Uno de los esbirros, durante el viaje, comenzó a maltratar a Daniel Triana, el más valiente del grupo, aunque también el más delgado

De vuelta a España, el tuerto Narváez habló de Cortés hasta por los codos. Más tarde consiguió un título de Adelantado y se embarcó a conquistar la Florida. Pero tampoco tendría éxito. El tipo tenía tanta mala suerte como el dictador designado Díaz-Canel: tormentas, deserciones, indios rebeldes, falta de víveres... en fin, el mar. Pánfilo intentó salir echando por el Mississippi, en canoa, y desapareció en sus aguas para siempre.

Así de tormentosa fue la vida de aquel primer esbirro, aunque nuestra historia tendría luego otros sicarios, igual de monstruosos, herederos de Narváez. Pero a todo abusador le toca su Cortés, su pedrada en la boca del estómago, su ojo ponchao y el hundimiento de su canoa.

El 11 de julio de 2021 miles de esbirros recibieron la orden de combate contra el pueblo. Los manifestantes del ICRT fuimos lanzados a un camión y llevados hasta la cárcel del Vivac. Uno de los esbirros, durante el viaje, comenzó a maltratar a Daniel Triana, el más valiente del grupo, aunque también el más delgado. Cuando lo enfrentamos, le preguntamos si tenía hijos, si los había llamado, si no le preocupaba que ellos también hubieran salido a manifestarse, y que otro esbirro, como él, los estuviera llevando en otro camión hasta otra cárcel. Aquel Narváez moderno perdió la mirada en el vacío y no volvió a mirarnos durante el trayecto.

A veces, las palabras, son como pedradas en la boca del estómago.

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