Patriotismo y mediocridad
Las respuestas oficiales a 'Patria y Vida' son la continuidad de la "violencia revolucionaria" de las últimas seis décadas
La Habana/Hace unas semanas un grupo de artistas cubanos compuso una canción bajo el sugerente título de Patria y Vida y la difundieron a través de las redes. El Gobierno cubano dio una meteórica respuesta, y en cuestión de unos días ha difundido tres canciones, con sus correspondientes videoclips, dignas de aquella "intransigencia revolucionaria" ordenada por el Partido Comunista en los años setenta.
De mediocre factura y bastante mal gusto, esas realizaciones se proponen asociar los símbolos patrios con nuestras tradiciones nacionales, sin sutileza y con poco valor estético. ¿Siempre que los cubanos cantaron a su nación lo hicieron de igual modo? Veamos un par de ejemplos.
Al comienzo de la Guerra de los Diez Años, la canción de amor La Bayamesa, compuesta hacía más de una década por tres jóvenes, Carlos Manuel de Céspedes, Francisco Castillo Moreno y José Fornaris, dedicada a la entonces novia de uno de ellos, se convirtió en un himno de alabanza a nuestra tierra soberana en el imaginario de nuestros mambises. Fue muy interpretada, tanto la original como la versión con letra atribuida a José Joaquín Palma e inspirada en los resplandores del holocausto de Bayamo. Obra trascendente, su popularidad llegó a Europa, mientras fronteras adentro la seguimos disfrutando como el primer día.
A finales del siglo XIX, un cubano blanco de sólo 18 años y su hermano, Eduardo y Fernando Sánchez de Fuentes, componen Tú, una de esas "canciones de ida y vuelta", como se llamaban entonces a las habaneras. Pronto los emigrados independentistas se apropiaron de su melodía y letra, sintiendo en ella la descripción de la soñada Cuba libre, especialmente por la aseveración final: "Cuba eres tú". Es una verdadera "marquilla de tabaco convertida en canción", a decir del periodista Orlando González. De un valor perdurable, hoy los entendidos la incluyen entre las tres habaneras más conocidas de todos los tiempos.
Un holandés aplatanado por una cubana, Hubert de Blanck, parafraseó al piano durante seis minutos, con lo mejor de su virtuosismo, una melodía de Perucho Figueredo cuando aún esa marcha era sólo la promesa de himno nacional para un país anhelado. Tal es la excelencia de esa composición musical, que hoy resuena permanentemente en la Tumba del Mambí Desconocido del recién reconstruido Capitolio Nacional, recordándonos la genuina cubanía.
De mediocre factura y bastante mal gusto, esas realizaciones se proponen asociar los símbolos patrios con nuestras tradiciones nacionales, sin sutileza y con poco valor estético
Dos músicos negros, Lico Jiménez y José White, pusieron sus vidas y patrimonio al servicio de una nación urgida de patria. Este último compuso La bella cubana, canción frecuente en muchas veladas de independentistas desde mediados del siglo XIX. Tuvo tal aceptación que voces autorizadas la consideran una de las tres canciones más emblemáticas de la cubanía y es utilizada de antaño como cortina musical por la emisora CMBF Radio Musical Nacional, insigne promotora de la buena música en Cuba.
Con los ejemplos antes citados aún en el oído, resulta difícil enjuiciar los textos de las tres "canciones respuesta". Jerga de barricada, tienen su calidad disminuida por la urgencia. Los llamamientos a la intolerancia de opiniones opositoras, como si esta tierra no nos perteneciera a todos, son la continuidad de la "violencia revolucionaria" de las últimas seis décadas. Promover esa intimidación ahora es propiciar nuevamente actos de repudio y la actuación de las tristemente célebres "brigadas de respuesta rápida", cuyo resultado ya no sería el mismo de otras épocas de mansedumbre ciudadana.
Por otra parte, hasta donde conozco, ninguno de los negros cubanos pertenecientes a cualquiera de las múltiples vertientes que lucharon contra la discriminación y por la inclusión de la negritud vistieron jamás públicamente ropas caras a la usanza africana. Sin asidero en la tradición e historia cubanas, se me antoja que esa metáfora visual, tan abundante en los últimos años, responde a intereses mercantilistas. Mezclar esa indumentaria con los símbolos patrios y vender el resultado multimedia como muestra de cubanía es un show imperdonable.
Para los perspicaces, respondo por qué no juzgo también la pieza Patria y Vida. La razón nada tiene que ver con la música ni con su apreciación estética. Sencillamente, ninguno de los testimonios patrióticos de calidad imperecedera mencionados fue elaborado con dineros públicos ni bajo el clientelismo de Gobierno alguno. Por el contrario, en la mayoría de los casos el dinero de los autores e intérpretes fueron puestos en función de un terruño soñado soberano y mejor. Por lo pronto, en consecuencia, privilegio la crítica de aquellas realizaciones hechas con los recursos del Estado, que mejor hubieran sido invertidos en resolver las tantas carencias en la vida de los cubanos de hoy.
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