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Pensar América entre rocas rojas

Panel del Forum Sedona la pasada semana en Arizona. (@McCainInstitute)
Orlando Luis Pardo Lazo

13 de abril 2016 - 11:06

Reykjavík/El 8 y 9 de abril, junto a medio centenar de ponentes, fui invitado al Fórum Sedona que organiza cada año el Instituto McCain para el Liderazgo Internacional junto con la Universidad Estatal de Arizona. Así que volé desde los volcanes democráticos de Islandia y fui a caer, casi en paracaídas, entre los cañones roñosos de Arizona: una piedra roja que me recordó enseguida la estética estalinista.

Este evento de élite se realiza a puertas cerradas en el Enchantment Resort, una especie de campismo de lujo bajo los farallones y las madrugadas vírgenes de Sedona, donde el cielo es preservado por los diseñadores luminotécnicos para ser 101% visible con sus estrellas, luceros, cometas y vías lácteas.

Allí me colé, sin currículo pero con Cuba a cuestas, como un conspirador de secta, codo a codo con más de 200 personalidades de la alta política norteamericana y global, incluido el Director Nacional de Inteligencia, gobernadores, embajadores, exgenerales, rectores de universidades, editores en jefe, CEOs de ONG, y una docena de senadores y representantes en el Congreso. Todos agasajados incluso en el rancho familiar del senador republicano John McCain, un héroe de la guerra contra el comunismo en Vietnam donde, por cierto, él fue torturado hasta dejarle secuelas vitalicias por sicarios cubanos a sueldo del Ministerio de Interior, quienes asesinaron a sangre fría a varios de su compañeros que eran prisioneros de guerra (todo me lo contó con una mano en mi hombro y una expresión resoluta de resignación).

La Unión americana parece estar parada, en la primavera del 2016, precisamente al borde de unos de esos abismos rojos sobre el desierto donde ocurrió el Fórum Sedona

Hasta que no se hagan públicas las sesiones en la página web de este cónclave, se nos pidió no hablar nada de los hombres allí convocados y sus polémicas declaraciones. Pero sí puedo reflexionar un poco ahora de América como tal. Esa palabra que, aunque le pese tanto a la izquierda académica, sigue siendo sinónimo de la única democracia funcional y estable en nuestro hemisferio: América como apócope de Estados Unidos.

Sin caer en aporías apocalípticas, la Unión americana parece estar parada, en la primavera del 2016, precisamente al borde de unos de esos abismos rojos sobre el desierto donde ocurrió el Fórum Sedona. EE UU pide agua por señas y tiene arenilla árida en sus ojos de libertad bajo palabra. Entre el fundamentalismo y la esquizofrenia, entre el miedo y la manipulación de masas, entre la tolerancia étnica y la balcanización migratoria, entre el gueto y la guerra, entre el nacionalismo y la NSA, entre el patrioterismo y la pornografía, entre la corrección y la criminalidad, entre la idiotez y la ideología, entre el capitalismo y la carencia de capitalistas, entre el aislacionismo y la abstención, entre el Departamento de Estado y su populismo despótico del cuarto piso. En fin, entre el socialismo y la pared.

Las sesiones que incluyeron testimonios de activistas rusos y europeos del Este, por ejemplo, fueron escalofriantes. A todos ellos, el putinismo —ese modelo mafioso que Cuba está implementando hoy entre los tycoons del exilio cubano y el tirano Raúl Castro— les asesinó sin clemencia a un colega de causa o a un ser querido. O a ambos. Algunos de los panelistas en mi debate, de hecho, eran sobrevivientes de atentados con violencia o con esa paz póstuma de las dosis gratuitas de radioactividad.

Todos estos campeones de los derechos humanos —incluido por carambola yo— podremos o no regresar a nuestros países de origen algún día, pero igual dentro y fuera de nuestras cubitas nos acecha la más brutal impunidad de los regímenes que matan profesionalmente como política de Estado. Sea en "dictadura" o en "democracia", todos sobrevivimos en un eterno estado de comillas: patrias precarias con ínfulas de patíbulo.

Entendí entonces que los demócratas del mundo somos una raza en fase de extinción y que nos hemos ido quedando muy solos, como almas en pena, a pesar de la solidaridad tan simbólica como insolvente de cada vez menos gobiernos e instituciones del mundo libre —donde ya nadie se declara libre tampoco—, aullando como coyotes heridos de muerte, o acaso como caracteres de Roberto Bolaño: perdedores que se pierden en el desierto de Sonora, justo a la vista del Fórum Sedona en la Arizona finisecular del fin de Europa y de los Estados Unidos.

Compartí esas 48 horas de reclusión voluntaria como un monje medio mongo entre la futilidad y la filantropía. Todavía tratando de no disparar demasiado las alarmas en los debates sobre toda esta alarmante situación. Todavía tratando de parecer una persona con perspectivas, de cara a nuestro futuro fósil de Fidelidad feliz ad infinitum. Todavía jugando a ser aquel Orlando Luis Pardo Lazo que, en la Isla de las infamias, en plena fiesta vigilada hasta en la intimidad, fue un escritor incisivo e intolerable para el sistema de las masas soeces.

Primero aplaudí diplomáticamente el acercamiento del presidente Barack Obama hacia Cuba. Porque. No somos los cubanos libres los que apostamos por la censura y la cerrazón

En mi alocución —y espero no violar el Código sub rosa de Sedona al decirlo—, primero aplaudí diplomáticamente el acercamiento del presidente Barack Obama hacia Cuba. Porque. No somos los cubanos libres los que apostamos por la censura y la cerrazón, sino que somos sus peores víctimas. Pero. Enseguida ratifiqué en público mi fe en el castrismo como cosa intrínseca de los cubanos, como condena congénita que nos constituye antes y después de Castro.

Por tanto. Les dije, en el inglés de mi infancia —cuando Estados Unidos era en Cuba una ilusión que todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta—, que el corazón del castrismo es inclaudicable y que, en consecuencia, terminará (y ya comienza) por convertir en criminal al "aperturismo" de la administración Obama y su empoderamiento de nuestra sociedad civil, más allá de las avidez vil de la Cámara de Comercio de una Unión cada vez más desunible, y más acá de la terrible traición cubanoamericana a la nación nueva que nunca nació.

Por cuanto. Les dije, como devoto de la naturaleza bárbara de los Castro en tanto encarnación de la cubanía cómplice, que, en cualquier variante, América saldría aún más mal parada con esta intervención "humanitaria" de bombardearnos con dólares y jamones y clics de computadora y telefonitos celulares. Aunque. Igual les solicité —entre carcajadas americanas y sorbitos sofisticados de vino— una recolonización civil, una injerencia civilizatoria que nos haga por fin gente y no súbditos de un socialismo sin salida ni por las boletas ni por las balas. Les pedí con toda responsabilidad una invasión inversa de seres humanos sin daño antropológico, mientras nuestro pobre pueblo se escapa en estampida suicida. Telón.

Con o sin embargo. Con o sin engagement. Con o sin internet. Con o sin represión. Con o sin presos políticos. Con o sin economía de mercado y los juliolobos que vendrán. Con o sin imperio de la ley. Les dije que Cuba es y será sólo una tiranía dinástica en autotransición, mientras quede con vida un Castro o un Callejas o un Cardenal o un etcétera tétrico de esos: casta en trance de perpetuarse no de la Ley a la Ley, sino del Poder al Poder. Por eso. Tiemblan los cubanos, tiemblan como plebe esclava, tiemblan lo mismo en la oposición que en la oficialidad ante la iniciativa concreta de un plebiscito como herramienta de liberación, tal como ha sido propuesto en CubaDecide.org por Rosa María Payá.

El primer opositor o disidente cubano de Cuba que se inserte en algún carguito de la maquinaria institucional del régimen será otro agente sembrado no en secreto sino al descaro

Y les dije este otro detallito. Queridos amiguitos, papaítos y abuelitos norteamericanos: el primer opositor o disidente cubano de Cuba que se inserte en algún carguito de la maquinaria institucional del régimen, sea a nivel de base en el Poder Popular o en la mismísima Asamblea Nacional, antes o después del tinglado posttotalitario de 2018, ése no será tal opositor ni disidente cubano de ninguna Cuba, sino otro agente sembrado no en secreto sino al descaro, por los tanques pensantes del Ministerio del Interior y sus matones inteligentes. Punto y final.

Porque. Sin movilización y participación ciudadanas, los derechos de los cubanos —así en la Isla como en el exilio— siguen tan secuestrados como nuestra soberanía nacional, en manos de un clan que controla la agenda de pactos secretos donde la última invitada de horror ha sido la Casa Blanca. Por favor.

Discúlpenme, compatriotas. Fui al Fórum Sedona a hablar de la desesperanza y salí desesperanzado. Por esa misma gracia, en una fundación de Miami en el verano de 2013, un magno magnate casi me acusa de "hacerle el trabajo sucio al Gobierno de La Habana". Dijo así mismo el contrarrevolucionario radical (escuchemos bien cómo suena): "al Gobierno de La Habana".

Mi respuesta de hace 3 años fue la misma con la que concluí mi alegato de Arizona el pasado viernes 8 de abril por la tarde:

—Mejor desesperanza que demagogia.

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