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Pensar con el estómago

Décadas de desabastecimiento y rigores económicos nos han llevado a un plano de sobrevivencia donde los alimentos son el centro, la obsesión y la meta de millones de seres que habitan esta Isla. (14ymedio)
Yoani Sánchez

02 de septiembre 2016 - 09:14

La Habana/En la mesa del comedor los abuelos juegan con las dos nietas. Les preguntan qué le pedirían al genio de la lámpara en caso de que se lo tropezaran en alguna esquina. "Quiero un plato lleno de pollo y papas fritas", responde de inmediato la más pequeña, mientras la mayor acota que le gustaría una lluvia de caramelos. El segundo pedido incluye helados a granel y un tercero se concentra en hamburguesas rebosantes de queso.

La televisión nacional transmite un reportaje sobre un campismo popular que ha sido reparado para este verano y abrió nuevamente sus puertas al público. Una clienta sonríe ante la cámara y dice: "La comida está buena". El administrador del centro recreativo enumera las opciones gastronómicas del lugar y asegura que las ofertas culinarias "accesibles a todos los bolsillos y bien cocinadas" esperan a quienes reserven en sus cabañas desperdigadas en medio del campo.

La ministra de Educación, Ena Elsa Velázquez, llama a respetar moral y materialmente a los maestros para evitar el éxodo que sufre el gremio hacia otros sectores. La funcionaria recomienda hacer ferias agropecuarias, en las que se venda carne de cerdo, viandas y vegetales, en las cercanías de centros docentes, donde los educadores puedan comprar alimentos con posterioridad a su horario de trabajo.

Un opositor visita un mercado en Miami y graba un video en el que asegura que solo por tener acceso a la variedad de cerveza que exhiben esos anaqueles estarían algunos compatriotas dispuestos, solo por eso, a "derribar la dictadura". El reconocido disidente ha enumerado precios, cantidad en libras y cualidades de los productos que atiborran el surtido comercio.

¿Acaso se reducen nuestros sueños y deseos a llenar la panza, saciar el apetito y vaciar el plato?

Una pareja de nuevos ricos contrata dos noches en un hotel de Varadero con todo incluido. Logran zamparse en un almuerzo dos bistecs de cerdo cada uno, una porción de vaca frita, varias raciones de moros y cristianos, junto a una suculenta carga de camarones y langostas. A su regreso no logran describir uno solo de los paisajes que han visto durante su viaje.

¿Cuándo fue que los cubanos nos convertimos en seres regidos por el estómago? ¿En qué momento fuimos vencidos por una boca que traga y un cerebro que solo piensa en comida? ¿Acaso se reducen nuestros sueños y deseos a llenar la panza, saciar el apetito y vaciar el plato?

Lamentablemente es así. Décadas de desabastecimiento y rigores económicos nos han llevado a un plano de sobrevivencia donde los alimentos son el centro, la obsesión, y la meta de millones de seres que habitan esta Isla. Esa ofuscación muchas veces no nos permite ver más allá, porque "con la barriga vacía, quién va a pensar en política", diría cualquier filósofo materialista.

El problema es que "hambre una vez, hambre siempre". Cuando una lengua de fuego sube por el esófago, unos granos de arroz ocupan el centro de los sueños húmedos y unas migajas de pan se convierten en el techo de vuelo, es inmoral hablar de algo que vaya más allá de saciar el apetito.

Hemos quedado condenados, como pueblo, a la masticación, los jugos gástricos y la digestión. En ese proceso hemos perdido lo que nos hace humanos para pasar a ser criaturas de corral, más pendientes de la campana que anuncia la cena que de nuestro derechos a la libre asociación o expresión.

Somos como el perro de Pávlov, quien traiga el plato con comida logrará que reaccionemos y salivemos. ¡Qué triste!

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