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La policía política cubana se arroga el poder de vacunar

La Seguridad del Estado tiene sus propios protocolos que no obedecen a la lógica médica ni científica

Los primeros minutos con la joven estudiante de medicina fueron muy incómodos. Ella miraba su celular y yo el mío. (14ymedio)
Luz Escobar

23 de julio 2021 - 23:13

La Habana/Desde anoche pensaba una y otra vez que cuando amaneciera me tocaría ir al consultorio médico a recibir la tercera dosis del candidato vacunal Abdala. Para cualquiera no sería un problema caminar cien metros y recibir una inyección, pero desde hace 13 días tengo a un oficial de la Seguridad del Estado que vigila la entrada de mi casa y me impide salir.

Esta mañana, a las 9:40, intenté salir de mi casa pero, al llegar a la planta baja del edificio, el policía se levantó de su silla y repitió, mecánicamente: "No puedes salir".

"Hoy debo recibir mi tercera dosis de Abdala así que debo y voy a salir", respondí. Pero el agente no entiende de explicaciones. Era como intentar convencer a un muro. "Si tienes que ir al consultorio espera que ahora mismo llamo a la patrulla para llevarte", aseguró.

"De ninguna manera me subo a un carro policial como si fuera una delincuente", le contesté. "Entonces voy contigo", respondió.

Pero el agente no entiende de explicaciones. Era como intentar convencer a un muro. "Si tienes que ir al consultorio espera que ahora mismo llamo a la patrulla para llevarte"

El consultorio queda a una cuadra, abrí la puerta del edificio y salí. El hombre caminó a mi lado, comentó algo del clima y a los cincuenta metros me dijo que teníamos "ideales distintos". No le contesté.

A las 9:45 am llegué a la consulta, un salón pequeño con varias sillas y en la misma entrada, una mesa donde una joven estudiante de segundo año de medicina tenía la tarea de tomar la presión arterial y la temperatura de todos los que llegan, antes de registrar el nombre en una planilla.

Pregunté quién era el último, me respondió un señor y me senté. La joven estudiante me dijo que igualmente había que esperar al menos diez minutos para que la persona se recuperara del sofoco de la caminata. Mientras me sentaba, el oficial se acercó a la muchacha y le dijo algo al oído, ella se levantó y buscó a la doctora. El resultado de aquella conversación fue que me dijeron que debía pasar por delante de la docena de personas que aguardaban.

Contrariada, casi con vergüenza de tener que saltarme una fila mayoritariamente de ancianos, llegué hasta donde la doctora que me pidió el carné de identidad y la tarjeta de vacunación. Tras unas breves preguntas pinchó mi hombro con una jeringuilla mientras yo seguía estupefacta y molesta. Entonces me quedaba esperar en otro salón por una hora para monitorear cualquier reacción adversa.

Pero la Seguridad del Estado tiene sus propios protocolos que no obedecen a la lógica médica ni científica. A pocos minutos de estar ahí el policía irrumpió en la salita y dijo: "no, vamos ya para tu casa". La doctora terminó cediendo a sus presiones, me devolvió los documentos y de nuevo volví a caminar la corta distancia que me separaba de mi casa, con aquella impertinente sombra a un costado.

Antes de entrar en el ascensor, el policía tuvo el descaro de tratar de enmendar la violación de mi privacidad y el irrespeto a las normas sanitarias que había cometido: "Disculpa por el mal rato que te hice pasar", dijo, mientras yo solo pensaba en mis dos hijas confiadas en que su madre solo había ido a "darse un pinchacito" y que regresaría cuanto antes.

El consultorio queda a una cuadra, abrí la puerta del edificio y salí. El hombre caminó a mi lado, comentó algo del clima y a los cincuenta metros me dijo que teníamos "ideales distintos". No le contesté

Nada más entré en mi casa y sin todavía haber podido procesar todo aquello, tocaron a mi puerta. Al otro lado, el oficial de la Seguridad del Estado, la enfermera y la joven estudiante de medicina que me había recibido en el vacunatorio. Me preguntaron si era posible hacer la "vigilancia" de mi situación física en mi casa. Las dos mujeres pasaron.

La enfermera se fue y los primeros minutos con la joven fueron muy incómodos. Ella miraba su celular y yo el mío. Le brindé café pero no quiso, dice que no le gusta y ella traía su termo con agua. No hablamos mucho, apenas intercambiamos unas pocas palabras, cordiales, de rutina. A las 10:45 am la enfermera vino a recogerla y se fueron.

En los bajos del edificio sigue el oficial de la Seguridad del Estado, que no sé cuántos días más se quedará. En la esquina hay una patrulla lista por si me brota un ataque de rebeldía e intento salir a pesar de las advertencias. Este es el contexto que me rodea desde el pasado 11 de julio cuando miles de cubanos salieron a la calle a pedir justo lo que ahora necesito: libertad.

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