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Populismo a la cubana: conquistas, amenazas y liderazgo

Fidel Castro en su época gansteril cuando pertenecía a la Unión Insurreccional Revolucionaria (UIR). Aquí, en 1947, en compañía de Rafael del Pino y Armando Gali Menéndez. (D.R.)
Yoani Sánchez

06 de junio 2017 - 10:50

La Habana/El líder habla por horas en la tribuna, su dedo índice emplaza a un enemigo invisible. Una marea humana aplaude cuando la entonación de alguna frase lo exige y mira embelesada al barbudo orador. Por décadas esos actos públicos se repitieron en la Plaza de la Revolución de La Habana y dieron forma al rostro del populismo revolucionario.

Sin embargo, las extensas alocuciones de Fidel Castro constituían solo la parte más visible de su estilo de gobernar. Eran los momentos del hipnotismo colectivo, salpicados de promesas y anuncios de un futuro luminoso que le permitieron establecer un vínculo estrecho con la población, azuzar los odios de clases y extender su creciente poder.

Castro ha sido el producto más acabado del populismo y del nacionalismo cubanos. Males que hunden sus raíces en la historia nacional y cuyo mejor caldo de cultivo fue la etapa republicana (1902-1958). Aquellos vientos trajeron el huracán en que se convirtió un joven nacido en la oriental localidad de Birán, que se graduó como abogado y llegó a ostentar el grado militar de Comandante en Jefe.

El marco político en que se formó Castro estaba lejos de ser un ejemplo democrático. Muchos de los líderes de esa Cuba convulsa de la primera mitad del siglo XX no destacaban por presentar plataformas programáticas a sus electores. La práctica común consistía en intercambiar influencias para obtener votos, amén de otras desviaciones como robar urnas o cometer fraude.

A diferencia del populismo republicano cuyo propósito era la conquista del favor electoral, el populismo revolucionario tuvo como meta abolir las estructuras democráticas

El joven jurista se codeó desde muy temprano con figuras que tenían más de comportamiento gansteril que de ejercicio transparente de la autoridad. Asumió rápidamente muchos de esos ingredientes de la demagogia que años después le serían de mucha utilidad a la hora de someter a toda una nación.

A diferencia del populismo republicano cuyo propósito era la conquista del favor electoral, el populismo revolucionario tuvo como meta abolir las estructuras democráticas. A partir de enero de 1959 el entramado cívico fue sistemáticamente desmantelado y las leyes quedaron relegadas frente a la desmesurada voluntad de un hombre.

Para alcanzar ese sueño de control, el Máximo Líder persuadió a los ciudadanos de que podrían disfrutar de un elevado grado de seguridad si renunciaban a determinadas "libertades burguesas", entre ellas la posibilidad de elegir a los gobernantes y contar con la alternancia en el poder.

El denominado Programa del Moncada esbozado en La Historia me absolverá es un concentrado de estas promesas al estilo de un Robin Hood tropical. El panfleto fue presentado como alegato de autodefensa de Fidel Castro durante el juicio en que se le encausó por el ataque armado a la principal fortaleza militar de Santiago de Cuba en julio de 1953.

Hasta ese momento, aquel hombre era prácticamente desconocido como figura política. El arrojo que caracterizó la acción lo envolvió en un aura de heroico idealismo que lo colocó como líder de la alternativa revolucionaria frente a la dictadura de Fulgencio Batista.

Dos años después, su entrada triunfal a la capital y su carismática presencia lo convirtieron en el beneficiario de un cheque en blanco de crédito político avalado por la mayoría de la población

En el texto, donde describió los problemas que padecía el país, nunca advirtió que para solucionarlos sería preciso confiscar propiedades. Se limitó a detallar lo necesario de una reforma agraria que eliminara el latifundio y repartiera tierras a los campesinos. Eran propuestas que le ganaron rápidas simpatías entre los más pobres.

Al salir de prisión, Castro estaba convencido de que la única forma de derrocar la dictadura era por la fuerza. Organizó una expedición y abrió un frente guerrillero en las montañas de la región oriental de la Isla. Dos años después, su entrada triunfal a la capital y su carismática presencia lo convirtieron en el beneficiario de un cheque en blanco de crédito político avalado por la mayoría de la población.

La primera artimaña populista del nuevo régimen fue presentarse como democrático y negar cualquier tendencia que pudiera identificarlo con la doctrina comunista. Al mismo tiempo que se mostraba como propiciador de la libertad, expropiaba los periódicos, las estaciones de radio y los canales de televisión.

Asestó un golpe mortal a la sociedad civil al instaurar una red de "organizaciones de masas" para agrupar a vecinos, mujeres, campesinos, obreros y estudiantes. Las nuevas entidades tenían en sus estatutos una cláusula de fidelidad a la Revolución y se comportan –hasta la actualidad– como poleas de transmisión desde el poder hacia la población.

La nueva situación trajo un poderoso aparato de represión interna y un nutrido ejército para disuadir de cualquier amenaza militar externa

Las primeras leyes revolucionarias, como la Reforma Agraria, la rebaja de alquileres, la Reforma Urbana y la confiscación de propiedades constituyeron un reordenamiento radical de la posesión de las riquezas. En muy breve tiempo el Estado despojó de sus bienes a las clases altas y se convirtió en omnipropietario.

Con el enorme caudal atesorado, el nuevo poder hizo millonarias inversiones de beneficio social que sirvieron para lograr "la acumulación original del prestigio".

El sistema socialista proclamado en abril de 1961 pregonó desde sus inicios el carácter irreversible de las medidas tomadas. Mantener las conquistas alcanzadas requería de la implantación de un sistema de terror respaldado por una estructura legal que imposibilitara a los antiguos propietarios recuperar lo confiscado.

La nueva situación trajo un poderoso aparato de represión interna y un nutrido ejército para disuadir de cualquier amenaza militar externa. Los barrotes más importantes de la jaula en la que quedaron atrapados millones de cubanos se erigieron en esos primeros años.

Al binomio de una conquista irrenunciable y de un líder indiscutible se le sumó la amenaza de un enemigo externo para completar la santísima trinidad del populismo revolucionario.

Las conquistas

Las principales conquistas en aquellos años iniciales se enfocaron en la educación, la salud y la seguridad social. El centralismo económico permitió a la nueva elite gobernante establecer amplias gratuidades y repartir subsidios o privilegios a cambio de fidelidad ideológica.

Como todo populismo que llega al poder, el Gobierno necesitaba además moldear conciencias, imponer su propia versión de la historia y sacar de los laboratorios docentes un individuo que aplaudiera mucho y cuestionara poco.

En 1960 la Isla era uno de los países con más baja proporción de analfabetos en América Latina, no obstante el Gobierno convocó a miles de jóvenes hacia zonas intrincadas para enseñar a leer y escribir. La participación en esa iniciativa fue considerada un mérito revolucionario y se vistió con tintes heroicos.

El texto de la cartilla para enseñar las primeras letras era abiertamente propagandístico y los alfabetizadores se comportaban como unos comisarios políticos que al leer la frase "El sol sale por el Este" debían agregar como explicación "y del Este viene la ayuda que nos brindan los países socialistas".

Al concluir el proceso se inició un plan masivo de becas bajo métodos castrenses, que consistían en alejar a los estudiantes de la influencia de la familia. Comenzó también la formación masiva de maestros, se construyeron miles de escuelas en zonas rurales y los centros docentes bajo gestión privada pasaron al inventario del Ministerio de Educación.

El hecho de que no quedara en la Isla un solo niño sin ir a la escuela se convirtió en un paradigma deslumbrante que no dejaba ver las sombras

De aquel reordenamiento debía salir el "hombre nuevo", sin "rezagos pequeñoburgueses". Un individuo que no había conocido la explotación de un patrón, no había pagado por sexo en un burdel ni había ejercido la libertad.

El hecho de que no quedara en la Isla un solo niño sin ir a la escuela se convirtió en un paradigma deslumbrante que no dejaba ver las sombras. Hasta el día de hoy el mito de la educación cubana es esgrimido por los defensores del sistema para justificar todos los excesos represivos del último medio siglo.

El monopolio estatal convirtió el sistema de educación en una herramienta de adoctrinamiento político y la familia fue relegada a un papel de mera cuidadora de los hijos. La profesión de maestro se banalizó en grados extremos y los costos para mantener este gigantesco aparato se volvieron insostenibles.

Muchas de las conquistas que se pusieron en práctica eran inviables en el contexto de la economía nacional. Pero los agradecidos beneficiarios no tenían la oportunidad de conocer el elevado costo que estas campañas significaban para la nación. El país se sumió en una inexorable descapitalización y en el deterioro de su infraestructura.

Los medios informativos en manos del Partido Comunista ayudaron por décadas a tapar tales excesos. Pero con la desintegración de la Unión Soviética y el fin de los cuantiosos subsidios que el Kremlin enviaba a la Isla, los cubanos se dieron de bruces con su propia realidad. Muchas de aquellas supuestas ventajas se esfumaron o entraron en crisis.

El máximo líder

Uno de los rasgos distintivos del populismo es la presencia de un líder a quien se le tributa una total confianza. Fidel Castro logró convertir esa fe ciega en obediencia y culto a la personalidad.

La homologación del líder con la Revolución y de ésta con la Patria extendió la idea de que un opositor al Comandante en Jefe era un "anticubano". Sus aduladores lo catalogaban de genio pero en sus prolongados discursos resulta difícil encontrar un núcleo teórico del que pueda extraerse un aporte conceptual.

En la oratoria del Máximo Líder jugaba un papel preponderante su carácter histriónico, la cadencia de su voz y la forma de gesticular. Fidel Castro se convirtió en el primer político mediático de la historia nacional.

El voluntarismo fue quizás el rasgo esencial de su personalidad y la marca de su prolongado mandato. Lograr los objetivos al precio que fuera necesario, no rendirse ante ninguna adversidad y considerar cada derrota como un aprendizaje que conduciría a la victoria le valieron para conquistar una legión de fidelistas. Su empecinamiento tuvo todos los visos de un espíritu deportivo incapaz de reconocer las derrotas.

Los plazos para obtener el futuro luminoso prometido por la Revolución se podían postergar una y otra vez gracias al crédito político de Castro, en apariencia inagotable. La exigencia al pueblo de ajustarse los cinturones para alcanza el bienestar se convirtió en una cíclica estratagema política para comprar tiempo.

Hubo promesas un tanto abstractas al estilo de que habría pan con libertad y otras más precisas, como que el país produciría tanta leche que ni siquiera triplicándose la población podría consumirla toda. En la Isla se fundaría el zoológico más grande del mundo o se podrían construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo.

En diciembre de 1986, cuando ya habían pasado 28 años de intentos fallidos, Fidel Castro tuvo la audacia —o el desparpajo— de proclamar ante la Asamblea Nacional el más demagógico de todos sus lemas: "¡Ahora sí vamos a construir el socialismo!"

El enemigo

Los regímenes populistas suelen necesitar de cierto grado de crispación, de permanente beligerancia, para mantener encendida la llama emocional. Para eso nada mejor que la existencia de un enemigo externo. Aún mejor si es poderoso y hace alianzas con los adversarios políticos del patio.

Desde que estaba en la Sierra Maestra comandando su ejército guerrillero, Fidel Castro determinó quién sería ese enemigo. En una carta fechada en junio de 1958 escribió: "Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande; la guerra que voy a echar contra ellos [los americanos]. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero."

Entre el mes de abril y finales de octubre de 1960 se produjo una escalada de enfrentamientos entre Washington y La Habana. La expropiación de grandes extensiones de tierra en manos de compañías estadounidenses, la suspensión de la cuota azucarera de la que gozaba la Isla, la nacionalización de las empresas norteamericanas radicadas en Cuba y el inicio del embargo a las mercancías procedentes del Norte, son algunos de los más importantes.

En ese mismo lapso de tiempo el viceprimer ministro soviético Anastas Mikoyan visitó La Habana, se restablecieron las relaciones diplomáticas con la URSS y Fidel Castro se entrevistó en Nueva York con Nikita Jruschov, quien llegó a decir en una entrevista: "Yo no sé si Castro es comunista, pero sí que yo soy fidelista".

A los ojos del pueblo la estatura de Fidel Castro se elevaba y comenzaba a tener ribetes de líder mundial. La exacerbación del nacionalismo, otra característica de los populistas, llegó a su máxima expresión cuando Cuba empezó a ser mostrada como el pequeño David enfrentado al gigante Goliat.

La exacerbación del nacionalismo, otra característica de los populistas, llegó a su máxima expresión cuando Cuba empezó a ser mostrada como el pequeño David enfrentado al gigante Goliat

La arrogancia revolucionaria, impulsada por la convicción de que el sistema aplicado en Cuba debía extenderse a todo el continente, hizo creer a muchos que fomentar la Revolución más allá de las fronteras era no solamente un deber, sino un derecho amparado por una verdad científica.

La raíz populista de este pensamiento "liberador de pueblos" llevó a decenas de miles de soldados cubanos a combatir en Argelia, Siria, Etiopía y Angola como parte de los intereses geopolíticos que tenía en África la Unión Soviética, aunque envuelto en el ropaje del desinteresado internacionalismo revolucionario con otros pueblos con los que supuestamente se tenía una deuda histórica.

El enemigo no era ya solamente "el imperialismo norteamericano" sino que se sumaban los racistas sudafricanos, los colonialistas europeos y cuanto elemento apareciera en el tablero internacional que pudiera convertirse en una amenaza a la Revolución.

Convencidos, como el jesuita Ignacio de Loyola, de que "en una plaza sitiada la disidencia es traición", cada acto de oposición interna se ha identificado con una acción para contribuir con ese enemigo y para la propaganda oficial todo disidente se merece ser calificado de "mercenario".

Sin embargo, el comienzo del deshielo diplomático entre Cuba y Estados Unidos a finales de 2014 ha hecho tambalearse la tesis de un permanente peligro de invasión. La muerte de Fidel Castro, la declinación de las fuerzas de izquierda en América Latina y la anunciada retirada del poder de Raúl Castro para febrero de 2018 hacen languidecer lo que queda del populismo revolucionario.

Por otro lado, los más jóvenes tienen una percepción menos agradecida y más crítica sobre aquellas conquistas en el terreno de la educación y la salud que en su día fueron presentadas como una dádiva generosa del sistema.

La muerte de Fidel Castro, la declinación de las fuerzas de izquierda en América Latina y la anunciada retirada del poder de Raúl Castro para febrero de 2018 hacen languidecer lo que queda del populismo revolucionario

La reaparición de notables diferencias sociales surgidas a partir de la impostergable aceptación de las reglas del mercado y del crecimiento del "sector no estatal" de la economía —las autoridades se resisten a llamarlo "sector privado— han vuelto irrepetibles los lemas del igualitarismo ramplón propugnado por el discurso ideológico que justificaba el anquilosado sistema de racionamiento de productos alimenticios.

Restaurantes de alta cocina y hoteles de cuatro o cinco estrellas, otrora de uso exclusivo para turistas, están hoy al alcance de una nueva clase. Ni siquiera se ha vuelto a hablar de la eliminación de la explotación del hombre por el hombre, bandera esencial del socialismo marxista-leninista.

La convicción extensamente compartida de que el país no tiene solución es uno de los resortes que más ha impulsado la emigración en los últimos años. Pero esa falta de ilusión por el futuro, combinada con una férrea represión, también limita la labor de la oposición.

El sistema que una vez vivió del entusiasmo se sostiene ahora en virtud del desgano. La llamada generación histórica no llega a una docena de octogenarios en vías de jubilación y a los nuevos retoños se les nota más inclinación al empresariado que a las tribunas. Los nietos de aquellos populistas tienen hoy más talento para el mercadeo que para las consignas.

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Nota de la Redacción: Este texto es parte del libro colectivo El Estallido del Populismo, que se presenta este martes en la Casa de América, en Madrid. Los coautores son, entre otros, Álvaro Vargas Llosa, Carlos Alberto Montaner, Mauricio Rojas, Roberto Ampuero y Cayetana Álvarez de Toledo.

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