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Una pregunta para Roberta Jacobson

Roberta Jacobson, Secretaria Adjunta para Latinoamérica del Departamento de Estado
Clive Rudd Fernández

22 de enero 2015 - 22:27

En julio del año pasado, cuando hablé con algunas de las víctimas de la masacre del remolcador 13 de marzo en la bahía de La Habana, me encontré con una lista de datos escalofriantes.

Dos de ellos estremecerían a cualquier ser humano medianamente decente: los cadáveres recuperados del mar a consecuencia del hundimiento de la embarcación jamás fueron entregados a los familiares y jamás se realizó una investigación independiente sobre una masacre en la que 41 cubanos perdieron la vida. Diez de ellos eran menores de edad.

Lo espeluznante de esos hechos no fue solo la impunidad de los que perpetraron la atrocidad en suelo cubano, sino que lo sucedido aquel 13 de julio de 1994 es un patrón que se ha venido repitiendo casi desde que el Gobierno revolucionario tomara el poder en 1959.

Las muertes violentas, el 22 de julio de 2012, de Oswaldo Payá, premio Sájarov del Parlamento Europeo, y de Harold Cepero, joven líder del Movimiento Cristiano Liberación, siguieron el mismo camino de ausencia de justicia y total desamparo de las familias afectadas. Aunque en este caso el cadáver fue entregado a las familias, ni a la de Payá ni a la de Harold se le dio acceso a la autopsia y a una investigación independiente.

Con los cambios de política de la administración Obama y la dictadura de La Habana, algunas voces comienzan a pedir investigaciones independientes sobre muertes violentas, sobre todo donde se sabe que las autoridades han tenido alguna participación.

Otros piensan que este tipo de "problemas" tiene todo el potencial de poner el dedo acusador en la cara del Gobierno de La Habana y que "este no es el momento oportuno para hablar de acusaciones, sino de los temas que acercan a ambas naciones", como me dijo un bloguero independiente desde la Isla.

Los medios de prensa internacional ignoran el tema en la misma medida. Lo más triste no es que no hagan hincapié en estos presuntos asesinatos, sino que la mayoría de nosotros, los cubanos de dentro y fuera del país, no lo tengamos como uno de los temas más importantes a tratar. Una investigación independiente sobre la muerte de Osvaldo Payá y Harold Cepero nos protege a todos los cubanos.

Una investigación independiente sobre la muerte de Osvaldo Payá y Harold Cepero nos protege a todos los cubanos

Los presuntos "accidentes" y "descuidos" médicos que han provocado la muerte de Laura Pollán, Osvaldo Payá, Harold Cepero y otros muchos cubanos son las ejecuciones extrajudiciales que penden como una espada de Damocles sobre la cabeza de todos los cubanos que viven en la Isla.

Los que se atreven a disentir o a criticar abiertamente al Gobierno han sentido el peligro mucho más cerca. Muchos de ellos han recibido amenazas de muerte de miembros de la seguridad del Estado que actúan con total impunidad y, como ellos mismos saben, sin consecuencias legales.

Anoche supe que Rosa María Payá se encontró con Roberta Jacobson en un avión, cuando la hija del disidente cubano regresaba de un corto viaje de Washington, donde tuvo el privilegio de ser invitada por el senador Marco Rubio al discurso del Estado de la nación. La subsecretaria de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental estaba camino a La Habana para encontrarse con funcionarios del Gobierno cubano en uno de los encuentros entre las dos naciones de más alto nivel desde la administración de Jimmy Carter.

En ese corto encuentro, Rosa María Payá le preguntó si la investigación sobre la muerte de su padre estaría sobre la mesa de las negociaciones. La respuesta, tan políticamente correcta como evasiva: "This is always a point that we can raise", Ese siempre es un asunto que podemos tocar.

Tal vez me equivoque, pero a juzgar por la respuesta, el tema de las muertes sin explicación de opositores como Oswaldo Payá y Laura Pollán quedarán en el tintero (por ahora) y, con ellas, el miedo de todo cubano a ser asesinado en cualquier momento, sin consecuencias para los verdugos ni para los que dan las órdenes.

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