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La prensa dócil se rebela contra la información libre

La nueva campaña de acoso contra el periodismo independiente refleja el miedo del oficialismo ante una fuerza que adivina superior

Alexander Jiménez (en el centro) con miembros de su equipo tras recibir la Bandera de Proeza Laboral. (Radio Villa Clara)
Miriam Celaya

18 de julio 2018 - 14:46

West Palm Beach/Nada define mejor la esencia del periodismo oficial cubano que su propio discurso. Así quedó palmariamente demostrado con la ovación cerrada que selló la alocución del presidente, Miguel Díaz-Canel, en el acto de clausura del X Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC) el 14 de julio.

Citó con elogiosa referencia un artículo de un combativo gacetillero –de esos que a falta de argumentos defienden el "sistema" a golpe de consignas de barricadas y de ofensas al adversario– como ejemplo del periodismo que refleja la "verdad de Cuba" frente a los que han dado en llamar "nuevos revolucionarios", quienes se venden por divisas a los poderes extranjeros que pretenden subvertir el orden político y social cubano.

Por si en el cónclave no hubiese quedado sobradamente expuesta y sacramentada la subordinación absoluta del monopolio de prensa al servicio del poder, la televisión estatal volvió a insistir sobre el tema, esta vez presentando la "destacada" intervención de un ignoto comisario ideológico, quien participó como delegado (nada menos) de la Comisión de Ética y Comunicación.

Alexander Jiménez es director del sistema de radio de la provincia de Villa Clara. Sin embargo, por increíble que parezca en estos tiempos de conexiones globales y pródigos en nuevas tecnologías de las comunicaciones, de este supuesto profesional de la información no se puede encontrar ningún trabajo en la prensa nacional ni en las redes sociales.

El periodista-funcionario arremetió contra ciertos colegas "en su mayoría jóvenes que venden su alma al diablo y para cobrar en divisas con sus escritos colaboran con publicaciones alineadas con la subversión contra Cuba"

Su tenue huella profesional parece circunscribirse a su desempeño como funcionario. El pasado 8 de abril, el colectivo de trabajadores del sistema de la Radio de Villa Clara –integrado por una cadena provincial y varias emisoras radiales locales–, bajo su dirección, recibió la Bandera de Proeza Laboral "por su destacado trabajo en la información al pueblo durante el azote del huracán Irma y luego en la etapa de recuperación". Es decir, este mismo año él y sus subordinados fueron distinguidos con una bandera solo por hacer su trabajo. "Estímulo moral", se le llama en Cuba a este tipo de premios.

Pero no todos los subordinados de Jiménez son merecedores de galardones, tal como se desprende de su intervención en el Congreso de la UPEC, difundida por la televisión, que ha suscitado abundantes comentarios en las redes. Allí el periodista-funcionario arremetió contra ciertos colegas "en su mayoría jóvenes que venden su alma al diablo y para cobrar en divisas con sus escritos colaboran con publicaciones alineadas con la subversión contra Cuba". Añade que esos periodistas, "muchachitas y muchachitos" que "hasta ayer eran dóciles (...) en ocasiones se transforman y se convierten en verdaderos monstruos".

"Quienes dirigimos órganos de prensa nos vemos a veces maniatados o sin un basamento legal para juzgar a estos asalariados de quienes pagan la subversión contra Cuba y su sistema social, o creen –porque a veces se lo creen– que van a tumbar la revolución con una gacetilla de cinco párrafos", denuncia Jiménez. Y a continuación reclama que quede aprobado en el proyecto del nuevo código de ética del periodismo cubano que atenta contra ella "colaborar con medios que sean hostiles, clara o encubiertamente, al orden político o económico vigente en nuestra sociedad"

Con este reglamento, afirma Jiménez, los directivos de la prensa no se sentirían "atados de pies y manos" a la hora de sancionar "o valorar la doble cara" de los periodistas "hostiles" que se apartan de la línea oficial del Gobierno.

Queda claro que para este paradigmático servidor del 'santo oficio' –y por tanto para sus patrones del Palacio de la Revolución, dueños del monopolio de prensa– la docilidad es una cualidad de los (buenos) periodistas

Queda claro que para este paradigmático servidor del santo oficio –y por tanto para sus patrones del Palacio de la Revolución, dueños del monopolio de prensa– la docilidad es una cualidad de los (buenos) periodistas.

Esa imaginaria metamorfosis pasa obligatoriamente por el eterno sonsonete del financiamiento por parte de "los enemigos de Cuba", y por el cobro de los textos en divisas contantes y sonantes que superan con creces el salario que reciben los periodistas oficiales. A veces el celo profesional de los amanuenses del Gobierno se parece demasiado a la envidia.

Para mayor alarma de los celadores de la ortodoxia castrista de vieja data, esos "monstruos" –muchos de ellos egresados de las escuelas de periodismo de la propia universidad cubana y todos nacidos y formados bajo el signo del castrismo– no solo están creciendo en número, sino que dominan el ejercicio de su profesión y (¡oh, sacrilegio!) tienen la temeridad de romper las reglas establecidas y cuestionarse la realidad, incluyendo las decisiones políticas del más alto nivel del país.

A la luz del X Congreso de la UPEC y del revuelo de las tropas castristas hay quienes sienten que estamos ante una gran demostración de fuerza del poder omnímodo y de su colosal aparato de prensa, aceitando sus engranajes para aplastar con un golpe demoledor los nichos de prensa independiente que van ganando en calidad y difusión dentro de la Isla.

Estamos frente a una clara demostración de debilidad; casi una declaración de derrota en otra batalla anticipadamente perdida por los 'inquisidores'

En realidad se trata de lo contrario: estamos frente a una clara demostración de debilidad; casi una declaración de derrota en otra batalla anticipadamente perdida por los inquisidores. Porque es un hecho que la grisura y el acartonamiento de la prensa oficial con su repertorio de consignas, efemérides y victorias intangibles no pueden competir con la frescura y la irreverencia del joven periodismo.

Cuando el señor presidente de Cuba, su "dócil" alabardero favorito, Manuel Lagarde, o un oscuro comisario cualquiera, como Alexander Jiménez, lanzan su andanada de bravatas y anuncian tan desproporcionada campaña de acoso contra el nuevo periodismo cubano, en realidad están mal disimulando el terror que la información libre les inspira, un miedo que se refleja también en los términos que usan para definir al contrario: mercenarios, traidores y, ahora, monstruos.

No hay que subestimar la capacidad represiva de los poderosos, pero tampoco hay que dejarse impresionar por sus gritos de guerra. Es la bravuconería del grandulón que se siente amenazado por una fuerza extraña que no comprende pero que adivina superior: la de la libertad.

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