Primer lustro sin Fidel Castro
Del "Máximo Líder" solo quedan piezas de oratoria sin sentido práctico y un nuevo apodo, La Piedra
La Habana/A falta de nuevos elementos este tiene que ser un texto breve. Quizás bastaría decir que en cinco años Fidel Castro ha conseguido avanzar mucho en su viaje hacia el pasado, hacia el olvido.
Los niños que se aproximan hoy a la adolescencia carecen del más mínimo apego emocional hacia su imagen; los que caben en la categoría de "jóvenes" identifican a otros como los culpables de sus problemas y los que son tratados como personas mayores todavía se preguntan cómo fue posible haber creído tanto en aquel hipnotizador.
Aunque sus seguidores se resisten a aceptarlo, el "Máximo Líder" no dejó un legado con soluciones para los problemas que sufren los cubanos. Su testamento político, una pieza de oratoria, carece de sustancia teórica y de sentido práctico, al extremo de que la única frase que se cita es: "Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado".
Los medios oficiales se esfuerzan en recordar que aquel centro de investigaciones o aquella instalación deportiva fueron una idea suya o, que al menos, la inauguró, lo vuelven a mostrar en cada enero entrando triunfal a La Habana, en cada abril saltando de un tanque soviético, en cada mayo saludando al desfile de los trabajadores, en cada julio haciendo el cuento de cómo los otros atacaron el cuartel Moncada. En septiembre le hacen repetir aquella barbaridad de "le vamos a poner un Comité de Defensa de la Revolución en cada cuadra" o repiten la escena en la que pone nombre al Partido Comunista.
Aunque sus seguidores se resisten a aceptarlo, el "Máximo Líder" no dejó un legado con soluciones para los problemas que sufren los cubanos
A Miguel Díaz-Canel no se le ocurre citar aquella idea de 1968 de que "no se trata de crear conciencia con riqueza sino de crear riqueza con conciencia". ¿Qué riqueza, cuál conciencia? Ni siquiera a Esteban Lazo le viene a la mente la idea de construir al mismo tiempo el socialismo y el comunismo y se puede apostar que Manuel Marrero no le va a proponer a nadie reeditar una Ofensiva Revolucionaria.
Ya ningún funcionario del Gobierno sueña con permanecer en su cargo por medio siglo; ninguno se atreve a dar un puñetazo sobre la mesa ni a exigir que tal o cual propósito habrá que cumplirlo al precio que sea necesario y mucho menos que haya que obedecer sus órdenes porque le sale de la entrepierna.
La más reciente actualización que ha tenido Fidel Castro en el imaginario popular ha sido la renovación de su apodo. No hubo villano de telenovela ni huracán que se salvara de prestarle su identidad como mote al innombrable. Ni el caballo, ni guarapo, ni mancha de plátano, ni Esteban(dido), ni siquiera la ingeniosa traducción a un supuesto japonés como Takimbao Kita Jama, o al ruso como Storbayá. Nada de eso queda. Su nuevo apelativo le hace justicia poética. Ahora le decimos La Piedra.
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