La prueba de Occidente está en Ucrania y, también, en Cuba

Por primera vez en más de 60 años, el discurso de los derechos humanos y de la democracia hacia Cuba pierde fuerza en Estados Unidos

El presidente ucraniano Volodímir Zelenski durante una rueda de prensa en Kiev.
El presidente ucraniano Volodímir Zelenski durante una rueda de prensa en Kiev. / EFE
Manuel Cuesta Morúa

13 de marzo 2025 - 14:12

La Habana/¡Que nos importa Ucrania! Sí, y mucho. A los demócratas, por supuesto. Allí están en juego y en riesgo los cinco ejes básicos que han hecho posible construir las referencias y el marco global para un orden basado en el derecho de la persona, y no en el derecho de los mitos históricos que definieron el mundo entre la Conferencia de Berlín y la Conferencia de San Francisco. Es decir, entre 1885 y 1945. En aquella, las potencias forjaron el mal hábito de repartirse el mundo. En esta, ya habían comprendido bien a Kant y empezaron a entender que los Gobiernos, los Estados y las personas deben regirse dentro de un mundo sometido a reglas. 

Lo que se discute de forma cruenta en Ucrania son el orden internacional, que impide normalizar la lógica del más fuerte; las libertades, que fomentan la capacidad de acción con total autonomía y sin miedo a la coacción; los derechos humanos, que fundan el reconocimiento de que tenemos capacidades y posibilidades antes que los Estados; la soberanía, por la que decidimos según nuestra voluntad, y la integridad, que es el reconocimiento y respeto a los límites, sea el de nuestros cuerpos o el del territorio en el que nacimos y habitamos. 

La prueba de Europa, la de Occidente, está precisamente allí, en Ucrania. El punto global donde estos cinco ejes, definitorios y definitivos para varias generaciones, pueden ser destruidos o reconstruidos.

El rápido despliegue político que ha hecho Europa, que debe traducirse en apoyos de vértigo y bien concretos, es impresionante

Confieso que me ha alegrado sobremanera la respuesta de Europa, a la que siempre se le acusa de lentitud en la toma de decisiones fundamentales y estratégicas. El rápido despliegue político que ha hecho, que debe traducirse en apoyos de vértigo y bien concretos, es impresionante. Una redistribución de la carga en la defensa de Europa –con los ucranianos llevando la parte más dura–, de sus valores, que son los valores universales, y del orden internacional, sin el que pierden todo espacio de posibilidad los derechos humanos. 

Europa debe retomar el liderazgo de la idea occidental, con celeridad y con más claridad, –lo que significa reformular su política hacia Cuba, que también es Occidente– hasta que vuelva a ser compartido por todo este espacio cultural. Estados Unidos –ya sé que no todo el país– está abandonando los valores que identifican a Occidente, y que durante varios siglos se fueron confundiendo con los valores estadounidenses. Se aleja, en las formas, del tradicional aislacionismo norteamericano. Tiene más que ver con Steve Bannon, quien quiere barrer los límites a la reelección presidencial post Franklin D. Roosevelt, y con Peter Thiel, para quien libertad y democracia son incompatibles.

Y si estos dos valores son incompatibles, ¿qué queda? Un analista dijo que estamos ante un Yalta 2.0, por aquello del reparto de esferas de influencia. Yo me sitúo, sin embargo, en 1885, por lo del reparto de territorios.

Un analista dijo que estamos ante un Yalta 2.0, por aquello del reparto de esferas de influencia

¿Por qué a los cubanos debería importarnos Ucrania? Por humanidad. Luego, porque si nos interesa la política debemos entender que esta no está separada de la geopolítica. Pero, sobre todo, por lo que allí está en juego, y porque hay algo nuevo para Cuba y para una cifra importante de cubanos en la comunidad exiliada. 

Por primera vez, el giro de la política exterior estadounidense implica para mal, y en relación proporcional, a los cubanos en las dos orillas, en todos los segmentos y en todas las preferencias. El dicho de que solo se salvarán los que sepan nadar se convierte ahora en que solo serán salvados los que se muevan al sur del Río Bravo o más allá del Atlántico. 

En un calco perfecto entre política interior y política exterior, esta última está diseñada no solo contra la inmigración ilegal sino contra los otros que migraron. No juzgo el derecho de ningún país a determinar a quién le da entrada, solo me limito a mostrar el alcance novedoso de este giro que impacta doblemente: en los cubanos sin distinción de ninguna índole y en la capacidad de aquellos otros en posiciones de poder para decidir o influir en políticas respecto a Cuba, según las líneas tradicionales de política exterior que hasta ahora eran política de Estado de los Estados Unidos. 

Estos últimos están atrapados en el dilema de que no pueden pensar mucho en Cuba si quieren pensar en los nuevos Estados Unidos primero. Su agenda para la democratización de Cuba queda suspendida. 

Los funcionarios estadounidenses han dejado claro, y repetido para cualquiera que quiera escucharlos, que el negocio suyo no es el de cambio de régimen

No nos engañemos. Por primera vez, en más de 60 años, el mensaje y discurso de los derechos humanos y de la democracia hacia Cuba pierde, en Ucrania, fuerza, capacidad y coherencia desde Estados Unidos. Ni siquiera la tiranía cubana debería temer. Si se legitima la ley del más fuerte, ¿por qué entonces luchar contra ella? Los funcionarios estadounidenses han dejado claro, y repetido para cualquiera que quiera escucharlos, que el negocio suyo no es el de cambio de régimen, que es la manera en la que también La Habana entiende el compromiso de cualquier política exterior con los derechos humanos, las libertades fundamentales y el apoyo a los demócratas en cualquier país. 

Y ese es el problema con Ucrania, que su régimen, compatible con el orden parido en la Conferencia de San Francisco, es una amenaza al nuevo orden que se quiere imponer, en el que las reglas las dictan las potencias en marcha. En este sentido parece imponerse desde Estados Unidos hacia Rusia aquella lógica que se le aplica a los grandes bancos a punto de la bancarrota: too big to fail. Ese es un problema también para Cuba, y no precisamente para el régimen, sino para la democracia. 

En este nuevo escenario para los poderosos, el Gobierno cubano, como el de Venezuela, parten con una ventaja: ya tienen su cuota de poder. El raro neo realismo estadounidense es su mejor aliado. Con ellos, otro tipo de diálogos es también posible. Ya lo hubo con Maduro. Hay juegos compensatorios, es verdad: las sanciones, y el acercamiento marcado, positivo y necesario que la Embajada de Estados Unidos viene mostrando con activistas, defensores de derechos humanos, familiares de presos políticos y otros actores de la sociedad civil. Pero el núcleo estratégico de la política exterior ha cambiado en sentidos fundamentales. 

El liderazgo de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, afianzado luego del derrumbe del Muro de Berlín, reside en su poder blando

El liderazgo de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, afianzado luego del derrumbe del Muro de Berlín, reside en su poder blando, y parte de ese poder está contenido en esa política exterior internacionalista, que ahora se abandona, fundada en la narrativa y en instrumentos globalizados de valores universales: las libertades, la democracia, los derechos humanos y el orden internacional. Esa ha sido la fuente, hacia el exterior, de su claridad moral. Por eso su política habría fracasado, por errores de diseño, de implementación o por la inestabilidad en su juego de intereses. A partir de ahora, no fracasará siquiera. Simplemente abandona su única posibilidad de liderazgo: el del relato, la narrativa y su coherencia global. Porque, recordemos bien, la economía puede ser proteccionista, pero los valores solo son si son universales.

Es desde esa condición y coherencia global que se pueden avanzar las agendas que más interesan a las sociedades capturadas por el poder de sus autocracias. Más importante, estratégicamente, para aquellas comprimidas por autocracias subdesarrolladas como las de Venezuela, Nicaragua y Cuba. 

Solo en la defensa de esos valores universales podemos tener éxito local. Ganamos, en Ucrania, si los ucranianos, junto a Europa, logran dejarle claro a Putin que la democracia, la soberanía, la integridad territorial, las libertades fundamentales y los derechos humanos son también valores eslavos que, hasta hoy, se caen por las ventanas en Rusia. 

De paso, Europa puede decirle lo mismo a Miguel Díaz-Canel, un presidente administrativo no electo por los cubanos: esos valores valen también en el Caribe. Empezar a acompañarnos más de cerca es también estratégico. 

El búho de Minerva solo levanta el vuelo en el crepúsculo, escribió Hegel. Quiere decir, y espero que Ucrania y Europa no lo permitan, que solo llegaremos a comprender las bondades de este orden en turbulencia cuando definitivamente desaparezca.

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