Putin y Trump, una historia de amor que puede acabar en desastre
Ambos comparten el gusto por el mando abusivo, padecen la misma urticaria por la prensa investigativa y poseen egos absolutistas inflamados
San Salvador/A falta de registros fiables que digan lo contrario, Vladímir Putin y Donald Trump se conocieron personalmente en julio de 2017, en Hamburgo, Alemania, durante una de las sesiones del G20. Apenas unos meses antes, en noviembre del año anterior, habían tenido una primera conversación telefónica en la que el líder ruso felicitó a Trump por su victoria contra Hillary Clinton. En una segunda llamada, en enero, el recién juramentado presidente estadounidense reiteraba a su homólogo que deseaba tener “una relación sólida y duradera con Rusia”.
Trump había querido conocer a Putin en noviembre de 2013, cuando un amigo mutuo, el magnate azerbaiyano Aras Agalarov, le organizó el certamen Miss Universo en Moscú. La reunión no pudo concretarse en ese momento, pero el hombre fuerte del Kremlin le envió al empresario inmobiliario y propietario del concurso de belleza una nota de disculpa junto a una miniatura lacada tradicional de Fedoskino.
Cuando por fin pudieron estrecharse las manos, Putin llevaba más de 17 años al timón de la Federación Rusa; desde 2012, de hecho, ejercía su tercer mandato presidencial, luego de haber manejado tras bambalinas todos los hilos de Dimitri Medvédev, títere al quien había designado para que le calentara la silla por cuatro años en “obediencia” a la Constitución. Trump, por su lado, solo había cumplido seis meses a la cabeza del Gobierno estadounidense, pero se mostraba particularmente interesado en charlar con aquel personaje autoritario al que luego calificaría de “nuevo amigo”.
Cuando por fin pudieron estrecharse las manos, Putin llevaba más de 17 años al timón de la Federación Rusa
Un testigo de excepción de aquel encuentro, Rex Tillerson, a la sazón secretario de Estado, comentó después que Putin se había despachado un monólogo de naturaleza “histórica” para convencer a Trump de que Ucrania no era en realidad un país, sino una región plagada de políticos corruptos que debía estar subordinada a Rusia. Tillerson le confió al New York Times que salió alarmado de aquella reunión, solicitando a los asesores presidenciales que le ayudaran a cambiar la mala percepción que sobre Ucrania habría podido dejar el líder ruso en su jefe. Unos meses después, en marzo de 2018, Mike Pompeo llegaría a sustituir a Tillerson, calificado de “más tonto que una piedra” por Trump.
Sea como fuere, la relación de estos dos machos alfa iniciada en Hamburgo se alargó durante el resto de la primera administración trumpista, lo que granjeó al mandatario republicano, incluso mientras ejercía el cargo, amplias investigaciones por parte del fiscal especial Robert Mueller, ex director del FBI. La conclusión de estos procesos no condujo al presidente al banquillo, pero sí confirmó que los lazos entre Putin y Trump eran más estrechos de lo que admitían públicamente. Solo veamos el ilustrativo ejemplo de Paul Manafort.
Consultor de varias administraciones republicanas desde Gerald Ford, Manafort se mantuvo muy cercano a la Casa Blanca a pesar de haber cabildeado a favor de Víktor Yanukóvich, gobernante ucraniano aliado de Moscú y expulsado del poder tras las manifestaciones patrióticas de 2013-2014 en la Plaza de la Independencia de Kiev. A pesar de haber sido condenado y llevado a la cárcel por diversos delitos, Manafort fue indultado por Trump y hoy, increíblemente, ha vuelto a ser parte de su equipo. Este tipo de cosas (sospechosas por decir lo menos) pasan con demasiada frecuencia alrededor del actual presidente estadounidense.
Donald y Vladímir, pues, no esconden su cercanía. Tampoco escapan a nadie sus evidentes semejanzas. Ambos comparten el gusto por el mando abusivo, padecen la misma urticaria por la prensa investigativa y poseen egos absolutistas inflamados por análoga vanidad. Las diferencias se encuentran en los sistemas que sirven de marco a sus respectivas gestiones: Putin ha podido desmontar la frágil democracia rusa y es hoy un autócrata, mezcla de zar y bolchevique con inyecciones de testosterona; Trump nunca será dictador aunque lo quiera, por las mismas razones por las que Rusia y Estados Unidos han tenido trayectorias tan diferentes, esto es, por sus opuestas fundaciones históricas y por la muy dispar formación de sus ciudadanos. Lo que un ruso acepta como parte de su tradición política —un líder con actitudes despóticas, por ejemplo—, un estadounidense lo deplora hasta bordear el cinismo, cuando no la protesta y el abierto activismo.
Trump nunca será dictador aunque lo quiera, por las mismas razones por las que Rusia y Estados Unidos han tenido trayectorias tan diferentes
Pero más allá de la simpatía personal que Donald experimente por Vladímir —traducida quizá en paralelos prejuicios por líderes acosados como Volodímir Zelenski—, el pragmatismo político tendrá que imponerse tarde o temprano en la agenda del presidente Trump. Las amistades, por íntimas que sean, no deberían contaminar de subjetividad las decisiones de un gobernante, máxime si son de naturaleza geopolítica. En adición a ello, como dice el historiador británico Timothy Garton Ash, “Trump es el aliado de una sola persona: Trump. Es un matón narcisista que fundamentalmente solo está interesado en sí mismo”. (Descripción que también se ajusta al perfil de Putin).
Las alarmas ya deben estar sonando al interior del equipo publicitario de la Casa Blanca. Los sondeos más creíbles confirman que el ciudadano estadounidense está lejos —y bastante lejos, si nos atenemos a ciertos números— de aplaudir las derivas excéntricas y prepotentes de Washington con Kiev. Y al revés: las afinidades con el Kremlin no abonan nada a la imagen de Trump ni a su credibilidad internacional como líder de una gran nación. Europa está corriendo al rearme y los mercados envían señales que solo un fanático del Maga (Make America Great Again) podría ignorar. Si no corrige pronto, el presidente Trump estaría a un paso de encarnar el más catastrófico aislacionismo que se recuerde en la reciente historia americana.