Iglesia católica
Quinielas y vanas conjeturas del cónclave
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San Salvador/El fallecimiento de un papa siempre se vuelve un hecho noticioso acompañado de su infaltable dosis de especulación. Tal vez no pueda ser de otro modo. Al traspasar el umbral de la muerte, el líder del catolicismo abre también la puerta a una nueva fase histórica en el recorrido espiritual y eclesial de más de 1.400 millones de fieles, que constituyen alrededor del 60% de los 2.300 millones de cristianos que hay en el mundo. A lo anterior, que ya es bastante, ha de agregarse el peso real del pontífice al frente de una religión tan grande y jerárquica, pues ni el judaísmo ni el islam (por mencionar a las otras dos confesiones monoteístas) reconocen por guía a una sola persona o conservan el mismo e invariable cuerpo doctrinal para todos sus seguidores.
La institución del papado, además, está a la cabeza de una estructura terrenal con claras dimensiones políticas. Al ser elegido por sus pares cardenales, el dirigente visible del catolicismo también se convierte en un jefe de Estado, adquiriendo así las facultades —administrativas, legislativas, económicas, diplomáticas— que posee cualquier otro líder al frente de una gestión de gobierno, con máximas prerrogativas a lo interno y una muy influyente presencia internacional. De ahí que la muerte y la elección de un papa tengan la importancia singular que se les otorga en los medios de comunicación, justo como está sucediendo ahora.
Las “quinielas” se concentran usualmente en la identidad de quien pueda terminar siendo elegido en el cónclave
Las “quinielas” se concentran usualmente en la identidad de quien pueda terminar siendo elegido en el cónclave, pues a partir de esa elección será proclamado sucesor espiritual del pescador Pedro a la vez que sucesor cronológico del papa Francisco, fallecido el 21 de abril. Pero ambas sucesiones, aunque importantes, significan cosas distintas. El nuevo pontífice no estará obligado a dar seguimiento a ninguna “línea” específica de su antecesor, mientras que el seguimiento de Pedro, en tanto fiel custodio de las enseñanzas de Jesucristo, es imperativo, inapelable e indelegable. De ahí que ese afán periodístico de “trazarle caminos” al futuro papa a partir de su relación directa con el legado —cualquiera sea— del pontífice inmediato anterior venga a ser, en sentido estricto, llana y vana conjetura.
Con sus más de dos mil años de vida —algo que no tiene parangón en la historia de la humanidad—, la Iglesia católica es una entidad signada por consideraciones que escapan a las coyunturas o urgencias temporales. Se diría que está “acostumbrada” a sobrevivir a los avatares y las presiones de cada época. Desde luego que la interlocución con el mundo forma parte de su misión, pero en teoría no debe condicionarla más allá de lo que permite la estricta doctrina. Por eso es que tiene relevancia comprender qué sucede durante este periodo de transición que el Derecho Canónico llama “sede vacante”, entre el final de un pontificado y el principio del siguiente.
Periodistas y analistas que desconocen el funcionamiento eclesial resbalan en la generalidad de suponer que el gobierno de la Iglesia católica, en la presente etapa, queda en manos del colegio cardenalicio. Esto es inexacto. Al morir o renunciar un papa, los cardenales se convierten en administradores —y con facultades muy restringidas— de los asuntos ordinarios e inaplazables, pero en ningún momento tienen jurisdicción sobre las potestades que corresponden exclusivamente al sumo pontífice.
Estas graves disposiciones excluyen toda posibilidad de que las leyes emanadas por los papas puedan ser cambiadas o modificadas por el colegio, inclusive en lo referente al proceso de elección del nuevo líder católico, tarea que se convierte (luego de las exequias del papa difunto) en la principal —y casi única— de los purpurados. Si al colegio entero, supongamos, se le ocurriera borrar una palabra de cualquier documento pontificio, ese acto sería nulo.
En la Iglesia cristiana más grande del mundo no existe la figura del “vicepapa”
En la Iglesia cristiana más grande del mundo no existe la figura del “vicepapa”. Nadie puede tomar las riendas durante la sede vacante ni atribuirse el gobierno del proceso de transición. Solo un pontífice debidamente elegido puede suceder en el tiempo a otro pontífice. Los cardenales, eso sí, están autorizados a reunirse a diario en congregaciones generales para discutir la preparación del cónclave, intercambiar opiniones y asegurar determinados criterios de elección, sin que nada de ello implique labores de “proselitismo” o conspiración. Esto se encuentra tan vedado, que existe la pena de excomunión automática (latae sententiae) para quienes hagan pactos, formulen acuerdos o realicen promesas que los obliguen a votar por cualquiera de sus colegas.
Aunque la reciente película Cónclave, protagonizada por Ralph Fiennes y Stanley Tucci, ha sido muy bien recibida por su logrado suspenso hollywoodense, lo cierto es que está lejos de ser un retrato fiel de lo que ocurre al interior de la Capilla Sixtina cuando los cardenales se encierran con llave (cum clavis, en latín) para elegir al papa. Allí las intrigas son imposibles, tomando en cuenta la grave sentencia que pesa sobre ello.
Es principalmente en las congregaciones generales, como las que están ocurriendo ahora en Roma, donde las cosas se definen
Es principalmente en las congregaciones generales, como las que están ocurriendo ahora en Roma, donde las cosas se definen, no alrededor de nombre alguno sino en torno al perfil de pastor que la Iglesia necesita. Es justo en estos días, en medio de un fraterno pero tensionado espacio de intercambio de pareceres, cuando las líneas generales de la elección quedan trazadas. Hasta los cardenales mayores de 80 años, impedidos de participar en la elección, pueden sin embargo aprovechar su experiencia para aconsejar fraternalmente a sus hermanos más jóvenes, haciéndoles notar detalles o circunstancias que tal vez les resulten útiles a la hora de decidir.
En este mayo de 2025, los purpurados electores, que se conocen poco entre sí, serán parte del cónclave más concurrido registrado por la historia eclesial. Qué saldrá de ahí es una incógnita de proporciones católicas, esto es, universales.
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