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El régimen cubano y la colonización cultural

CUBA Y LA NOCHE

La Isla le quedaba pequeña a Fidel Castro y se dio a la tarea de conquistar el resto del mundo

Fidel Castro con Mengistu Haile Mariam, quien derrocó al emperador etíope Haile Selassie para instaurar un régimen marxista. / Archivo histórico
Yunior García Aguilera

30 de septiembre 2024 - 10:43

Madrid/Los ideólogos del modelo castrista repiten hasta el cansancio que su lucha se basa en una supuesta “descolonización cultural”. Abel Prieto Jiménez, cuentista, funcionario y asesor de generales, se ha vuelto cansino con este asunto. Sus últimos libros y conferencias son como un catauro donde mete frases sueltas, chismes y memes, atacando obsesivamente a Sylvester Stallone o Shakira y etiquetando como fascista a cualquiera con un discurso mínimamente liberal. Una de sus anécdotas más risibles es sobre cómo el Che estaba preocupado por los jóvenes revolucionarios que leían historietas en los años 60, porque Superman desmoralizaba el esfuerzo de la Reforma Agraria.

Otro de los adalides de esta “batalla descolonizadora” es el periodista español Ignacio Ramonet. Con su pasaporte europeo, el muy bien remunerado intelectual se pasea por las dictaduras latinoamericanas brindando su apoyo irrestricto a personajes como Díaz-Canel, Nicolás Maduro y Daniel Ortega. Dice el gallego-parisino que el hándicap de la izquierda es la ética, porque la izquierda es incapaz de mentir. No podría ser más cínico. La propia Revolución Cubana nació sobre la base de cuatro mentiras fundacionales: la negación reiterada del comunismo, la esperanza de elecciones libres, la garantía de formar varios partidos políticos y la promesa de respetar la libertad de prensa. Las mentiras duraron bastante poco. En apenas dos años aquella revolución supuestamente auténtica se convirtió en la copia tropical del modelo estalinista.

Las mentiras duraron bastante poco. En apenas dos años aquella revolución supuestamente auténtica se convirtió en la copia tropical del modelo estalinista

A partir de entonces aprenderíamos a decir “patria” en ruso, calcaríamos la Constitución de Bulgaria, nos moveríamos en Ladas, Moskvich o Karpaty, mandaríamos a nuestros hijos a estudiar a Leningrado, y sustituiríamos a Mickey Mouse por Masha y el Oso, hasta que el poderoso imperio soviético dijo “konets” (fin). Durante 30 años, estuvimos culturalmente más cerca de un polaco o un serbio que de nuestra propia cultura anterior. Permitimos que los rusos no solo establecieran bases militares en nuestra tierra, sino incluso misiles atómicos. La bofetada más cruda a la palabra “soberanía” fue cuando aplaudimos que los tanques del Pacto de Varsovia entraran en Praga para aplastar su primavera. Medio siglo después, el régimen cubano vuelve a aplaudir la injerencia, apoyando descaradamente a Putin en su invasión a Ucrania.  

Fidel Alejandro Castro era, en esencia, un colonizador. Admirador sin límites de su tocayo Alejandro Magno, siempre pensó que Cuba le quedaba pequeña. Y, una vez que alcanzó la categoría de semidiós antillano, se dio a la tarea de conquistar el resto del mundo. Cuba no mandó sus ejércitos a África para descolonizar a aquel continente, sino para establecer regímenes marxistas leales a Moscú. La URSS puso las armas y nosotros los muertos. El caso más notorio fue en Angola, donde los soldados cubanos masacraron a decenas de miles de angoleños, incluso después de que su país se independizara de Portugal. El 27 de mayo de 1977, más de 30.000 disidentes fueron torturados o asesinados por Agostinho Neto con la ayuda de la ocupación militar cubana. En 2019, el presidente de Angola pidió perdón públicamente por aquella masacre. Pero el régimen cubano jamás se ha disculpado.

Ni hablar de todo el daño que causamos en América Latina, infestando la región con guerrillas armadas. Aunque casi todas fracasaron, muchas se vincularon al narcotráfico y otras mutaron hacia la política convencional. Ahí tenemos hoy a la dictadura nicaragüense, repudiada por la inmensa mayoría de la comunidad internacional, pero apuntalada incondicionalmente por La Habana. A fin de cuentas, es su hija bastarda. Y en Venezuela hemos demostrado que el modelo castrista no solo es capaz de llevar a la ruina a un país pequeño, sino que puede metastatizar la pobreza, en tiempo récord, incluso en el país más rico de la región.

Ahí tenemos hoy a la dictadura nicaragüense, repudiada por la inmensa mayoría de la comunidad internacional, pero apuntalada incondicionalmente por La Habana

Mucho se ha hablado del castro-comunismo y sus características, pero no tanto del castro-capitalismo. El ejemplo modélico fue el Departamento de Moneda Convertible (MC). Más allá de los cuatro fusilados en 1989 durante la Causa Uno, la empresa fundó las bases de lo que hoy es Gaesa. El castro-capitalismo se define por ser monopólico, turbio, hermético, por tener relaciones con el narcotráfico, por el uso de testaferros, por estar controlado y liderado por militares, por el lavado de dinero, la piratería y las empresas fantasmas, por estar por encima de la ley y las contralorías. El castro-capitalismo utiliza al ser humano como mercancía, teniendo al personal de Salud como producto estrella. El comercio de galenos del Estado cubano resulta más lucrativo que las remesas o el turismo, y ha sido calificado por varias organizaciones de derechos humanos como “esclavitud moderna”. 

Habría que definir también el castro-imperialismo, ese que pretende sustituir al Tío Sam por el Tío Putin; suplantar los posters de Batman por camisetas de un Joker como el Che; reivindicar a ETA, el ELN o Hamás; imponer a Maduro como “paradigma democrático”; satanizar el modelo liberal; apropiarse del discurso de minorías a las que antes persiguió y marginó; sustituir a la burguesía por el funcionariado.

No, señor Abel Prieto, ustedes no buscan descolonizar absolutamente nada, ustedes pretenden recolonizar. Ustedes sueñan con imponer en todo el mundo la hegemonía de un partido y un pensamiento únicos. Por suerte, cada vez son menos quienes les compran el discurso.

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