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El régimen cubano, un coloso con pies de barro

"Todas las conspiraciones, desembarcos y alzamientos, terminaron con el encarcelamiento o el fusilamiento de casi todos los insurgentes"

Decía Vaclav Havel, líder de la disidencia checa, que en cualquier momento todos los que viven en la mentira “pueden quedar fulminados por la fuerza de la verdad” / Wikimedia Commons
Ariel Hidalgo

21 de julio 2024 - 15:22

Miami/ 

El régimen cubano ha demostrado ser un gigante portentoso debido a varios factores: sus tres ejércitos que han luchado en otros continentes, un aparato de inteligencia muy eficaz surgido del asesoramiento de la Stasi alemana, fuerzas represivas muy bien pertrechadas y entrenadas y, por si fuera poco, el control de todas las esferas de una sociedad totalitaria. 

No es, por tanto, sorprendente que todas las acciones violentas de sus oponentes hayan sido derrotadas: todas las conspiraciones, desembarcos y alzamientos, terminaron con el encarcelamiento o el fusilamiento de casi todos los insurgentes. Pero al igual que al supuesto imbatible héroe de la antigua Grecia, Aquiles, cuyo cuerpo se sostenía sobre un punto vulnerable, sus talones, eso justamente le pasa a ese régimen. Se trata de un gigante con pies de barro.

 ¿En qué consiste el talón de Aquiles de ese régimen? Pues que el mundo donde toda esa fuerza impenetrable se ha levantado se sostiene sobre la base de la mentira. Todo es mentira. No es cierto que el triunfo de esa revolución significara la libertad para el pueblo cubano, que fuera una revolución por el pueblo y para el bien del pueblo. No es verdad que se pusiera fin a los latifundios y se repartieran las tierras entre los campesinos desposeídos, sino que solo se entregaron títulos de propiedad a los que ya la poseían como precaristas y arrendatarios, y esos latifundios siguieron existiendo, solo que dejaron de ser privados para convertirse en estatales, lo que dio lugar al más grande de todos los terratenientes de la historia nacional, el Estado. 

Se sostiene sobre la base de la mentira. Todo es mentira.

No es verdad que se expropiaran todas las grandes y medianas empresas de la burguesía para convertir a los trabajadores en “dueños de los medios de producción”, sino que todas fueron entregadas a burócratas designados por la cúpula gubernamental, no por su capacidad sino por su confiabilidad política, convertidos luego en una nueva clase social corrupta y sin interés productivo alguno que, por su magnitud, no podía ser controlada por esa cúpula. 

No es cierto que la confiscación de todas las pequeñas propiedades se realizara contra una “pequeña burguesía”, sino que se hizo a trabajadores independientes, entre los cuales se hallaban verduleros, vendedores ambulantes y hasta limpiabotas. No es verdad que se respetara la integridad física de los que sufrían prisión. No es cierto que los trabajadores y el pueblo depositaran su confianza en el Estado y en el partido único como representantes de sus intereses, porque nunca se hizo un referéndum que lo demostrara.

El recuento de todas las mentiras, por supuesto, sería muy difícil de enumerar en un artículo como éste, pero sí es importante decir que todas ellas se han repetido constantemente en los periódicos, revistas, discursos, programas radiales y televisivos, en libros, en los textos escolares, en círculos de estudio, siguiendo la enseñanza del gran maestro nazi en este “arte”, Joseph Goebbels, de que una mentira, repetida suficientemente una y otra vez, se convierte en verdad.

Pero un día ese régimen comenzó a enfrentarse con un nuevo tipo de adversario inesperado, más peligroso que todos los anteriores, más que los conspiradores, invasores o insurrectos armados. Se trataba de grupos de hombres y mujeres pacíficos cuya única arma era el de la palabra, que ni aun encarcelándolos podían ser acallados. ¿Por qué eran más peligrosos? Porque habían decidido hablar con la verdad. Es decir, atacaban el talón de Aquiles de ese régimen: la mentira.

Decía Vaclav Havel, líder de la disidencia checa, que en cualquier momento todos los que viven en la mentira “pueden quedar fulminados por la fuerza de la verdad”. Y con la fuerza de la verdad puede ganarse la conciencia de los ciudadanos, incluso la de aquellos que respaldan a los represores. Y si las mentiras con que se ha mantenido se derrumban, el régimen pierde el sustento con que lo mantenía en pie.

Si los que levantaron el imperio de la mentira comenzaron sus luchas atacando cuarteles, ahora de lo que se trata es de conquistar la conciencia de quienes se atrincheran en los cuarteles

Entonces, ¿de qué vale tener tres ejércitos bien armados, un poderoso aparato de inteligencia con avanzadas técnicas de espionaje y cuerpos represivos entrenados y bien pertrechados, si quienes empuñan esas armas, quienes manejan esas técnicas y quienes cuentan con esos pertrechos son seres humanos cuyas conciencias pueden quedar rendidas ante la fuerza de la verdad? Si los que levantaron el imperio de la mentira comenzaron sus luchas atacando cuarteles, ahora de lo que se trata es de conquistar la conciencia de quienes se atrincheran en los cuarteles, sin armas de fuego, sin matar a nadie, sino todo lo contrario, solo mediante la palabra clarificadora y el abrazo conciliador.

Los manifestantes alemanes que luego derribaron el muro de Berlín, cuentan que no querían ver a los policías que enviaron para reprimirlos como oponentes sino “hablar con ellos y que estuvieran de nuestro lado, no maldecirlos por ser policías, sino que se sintieran parte de nosotros, saber que sentían lo mismo y gritar lo mismo: ¡no a la violencia! ... queríamos atraer al bando contrario”. O sea, los manifestantes no practicaron ni la violencia física ni la violencia verbal. Luego bloquearon la entrada de la sede de la Stasi, la Seguridad del Estado de Alemania, con gritos de “¡No a la violencia!” y hasta entraron en ella, pero los custodios no se atrevieron a disparar porque los manifestantes no portaban armas o piedras sino solo velas encendidas.

En las manifestaciones contra la dictadura de Milosevic, las jóvenes se acercaban sonrientes a los soldados que habían enviado a reprimirlos, con flores y banderas serbias mientras les gritaban: “¡Ustedes son parte del pueblo! ¡Todos somos hermanos! ¡Todos somos víctimas de los que gobiernan!” Actitudes como esas influyeron en el hecho de que luego, cuando el dictador ordenó en medio de una gran manifestación a los soldados salir de los cuarteles para reprimir a los manifestantes, se negaron a obedecerlo, y así fue como se produjo el fin de la tiranía.

Muchos de los que aún apoyan al régimen cubano lo hacen solo por el temor de que, si éste se derrumba, le pidan cuentas por su pasado, por lo que se debe apoyar, públicamente, la amnistía política general, lo que significa que se aplicaría tanto para los que están presos como para los victimarios que aún no lo están.  Si por el contrario, se amenaza a los represores con lincharlos tras la caída de la tiranía, ésta se fortalece, porque es lo mismo que decirles: “Sigan reprimiendo y más fuerte, para que eviten ser linchados”. Martí lo resumió así: “Nada triunfa contra el instinto de conservación amenazado”.

No significa silencio y olvido de las culpas porque hay que aprender de los errores, pero hay que tener no solo el valor para pedir perdón, sino, además, para perdonar. Hay que dejar los resentimientos en el pasado. Y luego, todos juntos, levantar la nueva Cuba. No lo digo yo, sino el propio Maestro: “Con todos y para el bien de todos”.

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