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Cuentas o telenovela

Una reunión sirve para hacer catarsis con los problemas de una barriada, pero ir a ver la telenovela de turno tiene mayor atractivo para muchos

Entre la reunión y la televisión, está última le gana el pulso (Foto: Luz Escobar)
Eliécer Ávila

05 de junio 2014 - 09:00

La Habana/Anoche, frente a mi pasillo se celebró la Asamblea de Rendición de Cuentas del Delegado a sus electores. Hacía años que no presenciaba ese tipo de reuniones así que no podía perderme la oportunidad, de ver "por dónde van los tiros".

De los 29 asistentes 25 parecían tener más de 60 años, posiblemente yo era el único menor de treinta.

Llegué durante la lectura de una especie de Informe que aceleradamente mencionaba cifras, cumplimientos, gestiones y al final, la frase universal: “aún así, no estamos conformes y nos proponemos seguir mejorando”.

Leído el informe pasamos a las opiniones y planteamientos: una jubilada, con varias enfermedades, que tiene su único hijo en el servicio militar, se quejó de que los medicamentos que necesita llegan a la farmacia y el mismo día se acaban, así que se le vencen las recetas sin poder comprarlos. Para colmo ha tenido que pagarlos a 10 pesos en la calle. La delegada recordó que esta jubilada había sido beneficiada con un subsidio del Estado para arreglar su casa…

Otra señora denunció que el consultorio médico de la familia lleva siete años sin luz ni agua. La enfermera de este centro de atención, presente también, explicó los duros avatares de su trabajo, cargando agua en cubos y en muchos casos prescindiendo de ella, aun cuando los medios no paran de insistir en la higiene necesaria para conservar la salud, especialmente en un lugar donde acuden personas con todo tipo de padecimientos.

El tercer planteamiento fue colectivo y se refirió al “problema del pan”, la mala calidad y la ausencia de otros productos que son frecuentes en panaderías distantes del barrio, como dulces o galletas. En este punto, la Delegada explicó que se debe a “una correa rota”, que no permite explotar adecuadamente la máquina mezcladora, de por sí obsoleta, junto con todo el equipamiento que ya debe ser cambiado, en cuanto se apruebe el presupuesto.

Una muchacha, de los escasos jóvenes presentes y con una notable preparación, cuestionó los presupuestos, alegando que estos deben aprobarse anualmente. Agregó que era inconcebible que los problemas graves para la población, como el del pan, persistan por años, sabiendo que muchos niños solo cuentan con “esa bolita” para desayunar. Incluso, contó que algunos lo recogen ellos mismos y lo van comiendo camino a la escuela. La delegada respondió que “eso de los presupuestos está fuera de sus manos, en lo que a ella respecta, el problema ya ha sido elevado…”

Se habló de la señal de PARE de la esquina que se cayó y no se ha arreglado, el bombillo de la cuadra que se fundió y no se ha cambiado. Para cerrar, un policía, al parecer jefe de la zona, hizo una disertación sobre las indisciplinas sociales que hay que combatir en el barrio: venta de drogas, juegos de pelota en la vía, hombres sin camisa por la calle y en lugares públicos, entre otras…

Escuchando todo esto, pensé intervenir al final por dos razones. Quería explicarles a todos mis vecinos que esos asuntos son universales y perennes en Cuba, por lo tanto son sistémicos, y que la solución no estaba en el barrio solamente, sino en el Gobierno de la nación y sus políticas. También quería hacer un planteamiento en nombre de los jóvenes, algo más acorde al siglo XXI, y era sobre el internet. Con el riesgo de ser el único interesado.

Cuando ya tenía algunas ideas organizadas para pedir la palabra, súbitamente la delegada tocó retirada y la gente desapareció a una velocidad alucinante. En segundos quedé solo en la calle y al regresar a casa vi que era la novela la causa del apuro.

Pasé toda la noche molesto por no haber levantado antes la mano, pero también pienso que fue útil escuchar con atención. Ahora, me gustaría presenciar la misma reunión en Miramar o en otros barrios donde viven los arquitectos de esta obra social, a ver si el pan, la basura acumulada y la ausencia de mentol en la farmacia son las inquietudes de sus vecinos y familias.

Pero me alegro de no vivir enajenado, rodeado de diplomáticos y empresarios extranjeros. Prefiero en momentos como este, ser parte del Canal del Cerro, la realidad más cruda y directa, mis vecinos y su lucha diaria, que también es la mía.

Así nunca me faltarán argumentos para librar una batalla más profunda y transformadora. Con la esperanza puesta en que un día le toque por ley al presidente de Cuba rendir cuentas a un parlamento democrático, y sean estos mismos vecinos quienes inauguren el moderno, higiénico y hermoso centro comercial del barrio. Donde no faltará nunca más la correa para hacer el pan.

¡Ah! me olvidaba... ¡y con wifi free!

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