La Revolución que debemos hacer
¿Quiénes son hoy los verdaderos revolucionarios? Pues aquellos que luchan por cambiar, radicalmente, las estructuras políticas o socioeconómicas
Miami/Si el modelo económico impuesto en Cuba llevó a la destrucción de todo el país, el campo de la semántica fue trastornado de tal modo que muchas expresiones que antes tenían un significado preciso, hoy representan lo contrario: “libreta de abastecimiento” para decir cartilla de racionamiento, “apátrida” en vez de exiliado, “unidades de ayuda a la producción” en vez de campos de concentración, “liberar de responsabilidad” para decir destitución… y otros muchos vocablos que ameritarían un curioso diccionario.
Uno de los más irónicos es calificar de “revolución” a una dictadura vitalicia y, en consecuencia, denominar a los prisioneros políticos como “contrarrevolucionarios”, algunos de los cuales, incluso, aceptan para sí mismos ese calificativo. Esto nos lleva a buscar el significado de “revolución”. Según la Real Academia Española, equivale a “transformación profunda, generalmente violenta, de las estructuras políticas y económico-sociales de una comunidad nacional”.
Entonces hay que preguntarse: ¿Está el país ahora, en el siglo XXI, en medio de un proceso de transformaciones profundas de esas estructuras? Evidentemente no. Ese proceso de cambios profundos comenzó en 1959 cuando los latifundios pasaron de manos de los terratenientes a las de funcionarios designados por el Estado, luego con la confiscación de todas las grandes empresas, hasta 1968, con la llamada “ofensiva revolucionaria”, cuando intervinieron bodegas, barberías, lavanderías, cafeterías, verdulerías y otros muchos humildes medios de subsistencia, a cuyos dueños llamaban “pequeños burgueses” cuando eran, en verdad, trabajadores independientes. ¿Eran pequeños burgueses todas esas personas, incluyendo a limpiabotas y hasta vendedores de hamburguesas en sus timbiriches? Y ya no hubo más cambios profundos. Con ese último zarpazo, esta vez al propio pueblo, se acabó la Revolución.
Si en más de 50 años no ha habido revolución alguna, ¿qué ha habido durante todo ese tiempo? Pues el sistema social generado por ella. Algunos intelectuales lo han llamado “capitalismo de Estado”
Entonces, si en más de 50 años no ha habido revolución alguna, ¿qué ha habido durante todo ese tiempo? Pues el sistema social generado por esa revolución. Algunos intelectuales lo han llamado “capitalismo de Estado”. Pero capitalismo implica competencia y libre mercado, y en una sociedad donde solo existe un dueño, ni siquiera los trabajadores tienen libertad para vender la única mercancía con que cuentan, su fuerza de trabajo, sino que se ven obligados a entregarla a ese patrón absoluto que ya no tiene necesidad de comprarla pues el salario no es ya el pago de esa mercancía sino el costo de mantenimiento de esa mano de obra como una pieza más de la maquinaria productiva.
En consecuencia, se trata de una especie de centralismo monopolista de Estado, algo que se asemeja más bien a la esclavitud generalizada de la Antigüedad que Carlos Marx llamara “modo asiático de producción”. El propio Martí, en su célebre artículo La futura esclavitud, lo calificaría, antes de que existiera, de “funcionarismo autocrático” (razón por la cual es tan difícil encontrar hoy en Cuba el tomo XV de sus Obras Completas),
Por tanto, podrá definirse a ese sistema como se prefiera, menos de “revolución”, porque revolución no es un sistema, sino un proceso de cambios radicales. Entonces, si en más de medio siglo no ha habido revolución alguna ¿dónde están los revolucionarios? Pues en cualquier lugar, menos en el Estado o en el partido gobernante.
Si en más de medio siglo no ha habido revolución alguna ¿dónde están los revolucionarios? Pues en cualquier lugar, menos en el Estado o en el partido gobernante
De lo anterior se desprende que todos los encarcelados por sus críticas al sistema no deben ser calificados de “contrarrevolucionarios”, porque para serlo tendrían que oponerse a una revolución que hace más de medio siglo dejó de serlo, cuando muchos de ellos ni siquiera habían nacido. Así que tenemos que enmendar, de una vez y para siempre, todas esas incorrecciones semánticas y comenzar a hablar correctamente el idioma. ¿Quiénes son hoy los verdaderos revolucionarios? Pues aquellos que luchan por cambiar, radicalmente, las estructuras políticas o socioeconómicas de esa comunidad nacional según la definición ya citada, aunque la frase “generalmente violenta” no significa que necesariamente lo sea. Por tanto, si deseas cambiar radicalmente esas estructuras, eres un revolucionario en el sentido correcto de la lengua.
Todo lo más que se ha realizado durante esas cinco décadas han sido reformas, que como la palabra misma indica, han sido cambios de forma y no de la esencia del sistema social imperante, reformas que nunca resuelven nada, porque es como aplicar una curita cuando lo que se requiere es una profunda cirugía, ya que no van a las verdaderas raíces del problema, pues ese modelo económico surgido de aquella revolución no es sustentable.
¿Por qué? Porque cientos o miles de administradores no pueden ser manejados eficazmente por quince o veinte dirigentes en la cúpula del Estado, los únicos con verdadero interés en la productividad, ya que el resultado es una inmensa burocracia corrupta incontrolable, como el doctor Frankenstein, que engendró a un monstruo que luego no pudo dominar, por lo que, el estado normal de esa sociedad será una crisis económica estructural permanente. De ahí que el propio supremo líder, ya con un pie en la sepultura, pronunciara aquella confesión: “El modelo cubano no sirve ni para los cubanos”.
El propio supremo líder, ya con un pie en la sepultura, pronunció aquella confesión: “El modelo cubano no sirve ni para los cubanos”
Podrán hacerse muchas críticas al capitalismo, menos que sea un modelo insostenible. Un capitalista puede controlar una o varias empresas por medio de sus administradores que, aun sin un verdadero interés productivo por no ser los dueños, tras ellos está alguien que sí lo tiene. Y en esto se ha fundamentado la crítica de los liberales: No es lo mismo un país donde cientos o miles de personas tienen estímulo productivo, que otro donde solo lo tienen quince o veinte.
Ahora bien, llevando ese argumento hasta sus últimas consecuencias, si se lograra que ese incentivo lo tuvieran millones, ¿no sería incomparablemente mejor? No se trata de escoger entre dos modelos, ni de regresar al pasado, sino de avanzar hacia un futuro mucho mejor que lo de hoy y lo de ayer.
Desde luego que cuando la revolución pacífica del pueblo triunfe y se libere de ese bloqueo que ese grupo imperante ha mantenido sobre ese pueblo, lo más urgente, en los primeros momentos, serán las necesidades más vitales, como la alimentación, la vivienda, el agua, la corriente eléctrica y la atención médica, todo lo cual requerirá en lo inmediato de la ayuda externa, porque se trata de afrontar una tragedia humanitaria generalizada.
Independientemente de ese urgente socorro de las instituciones internacionales, es preciso establecer las estructuras económico-sociales que van a asegurar luego que todos esos bienes no nos falten
Pero independientemente de ese urgente socorro de las instituciones internacionales, es preciso establecer las estructuras económico-sociales que van a asegurar luego que todos esos bienes no nos falten sin necesidad de acudir a la ayuda externa, y eso se logra levantando un sistema económico sustentable, guiados, más que por principios ideológicos, por un sentido pragmático, como incentivar las inversiones extranjeras y las de los cubanos de la diáspora y estimular entre los trabajadores la productividad por diferentes medios, un sistema donde la mayoría de las tierras no estén ni en manos de los antiguos terratenientes ni en las de los funcionarios del supremo y absoluto Estado latifundista; eliminar el monopolio del Grupo Empresarial de Acopio, repartir las tierras entre todos los que sean capaces de producirla y permitirles que vendan sus productos a quienes deseen y al precio que más les convenga según el mercado libre; a los cuentapropistas, rebajarles el precio de las licencias y los impuestos, y cuando fuese posible, crear un banco popular para incentivar los proyectos de los trabajadores independientes mediante microcréditos; y a los empleados de las actuales empresas estatales, no solo un salario justo sino, además, participación de las utilidades y voz y voto en la administración de sus respectivos centros.
Se trataría, entonces, no solo de no impedir que los ciudadanos se levanten por sí mismos de tanta miseria y puedan emprender el vuelo, sino darles grandes alas para que puedan tocar el cielo con las manos.