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'Santa y Andrés', bajo la vigilancia revolucionaria

Fotograma del filme de Carlos Lechuga 'Santa y Andrés'. (Facebook)
Reinaldo Escobar

07 de diciembre 2016 - 13:56

La Habana/En la 38 edición del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana brillará por su ausencia la película cubana Santa y Andrés del realizador Carlos Lechuga. Los responsables públicos de su censura de seguro ni siquiera la tacharon de la lista sin antes consultar con entidades extraartísticas, al estilo de los órganos de la Seguridad del Estado y otros custodios del dogma oficial.

La polémica sobre la exclusión de la cinta se ha desatado en las redes sociales y varios espacios digitales. En contra del largometraje de Lechuga, las voces vinculadas al "establishment" argumentan que distorsiona la historia y desconoce que muchos errores cometidos en el campo de la cultura han sido rectificados. Los defensores, por su parte, enarbolan los valores artísticos de la cinta y sostienen que no se puede considerar contrarrevolucionaria.

El Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC) se comporta como una entidad propiedad privada del único partido político permitido en el país y aplica el consecuente derecho de admisión, una actitud que hace más contradictorio e inaceptable que la institución se erija públicamente como representante de los intereses de toda la nación.

Las autoridades culturales han vuelto a mostrar el endurecido rostro del patriarca intolerante que le muestra a sus hijos quién realmente tiene la llave de la casa

Muchos cineastas actúan como si creyeran que el ICAIC no representa los intereses del poder. Esa aparente ingenuidad les otorga derecho a sentirse ofendidos y sorprendidos ante la censura que imparte la entidad, como el adolescente que regresa tarde a casa con la ilusión de no ser regañado por sus padres, pero estos le recuerdan que conservan el derecho de registrar sus pertenencias y prohibir su próxima salida.

Mientras los creadores continúen respetando y reverenciando a las instituciones sin cuestionarlas frontalmente, seguirán obligados a bajar la cabeza y obedecer, o en última instancia tendrán que marcharse del país.

Santa y Andrés se concibió y se realizó de forma independiente como si la censura no existiera, como si el severo padre se hubiera dulcificado y atemperado con los años. Una manera de probar fuerza y de empujar el muro de las prohibiciones.

Con independencia de sus indiscutibles valores artísticos, la película de Carlos Lechuga será recordada como otra ocasión en que los represores del pensamiento se vieron obligados a quitarse la máscara de bonachones. Las autoridades culturales han vuelto a mostrar el endurecido rostro del patriarca intolerante que le muestra a sus hijos quién realmente tiene la llave de la casa.

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