Sueños, Rafael Alcides, sueños
Miami Springs/Si entre los poetas cubanos de ahora mismo hay uno que sale cada mañana a "pedir prestado un taburete", es Rafael Alcides. Ese es el último verso de la antología 'Memorias de un soñador' (Editorial Verbum, 2015) –realizada por él mismo–, fechada el 14 de marzo de 2015 y que acaba de aparecer en Madrid este noviembre; en otra neblina estética, exótica a generaciones biológicas, fanatismos, ideologías cerradas, pero no ajena a una ética que exalta su dignidad.
Leerlo aquí reafirma la caracterización estilística dentro del fértil aunque desigual movimiento coloquialista que irrumpió en la poesía de habla hispana tras el fin de la Segunda Guerra Mundial. Desde ese movimiento se agrupan sus poemas, que se caracterizan por la voluntad y capacidad para aunar artificios que proyectan con fuerza estados de ánimo, sentimientos. Además, se singularizan por su destreza para elegir un elemento y a partir de esa clave construir el texto. Apenas vale afirmar que su obra ha logrado sobrevivir dentro del espeso cretinaje oficial.
Argumento con uno de sus más conocidos poemas: Aquellos espaguetis, incluido en Memorias de un soñador. Algo tan cotidiano, hasta "prosaico" o "antipoético", como hervir unos espaguetis, sirve de amalgama y catalizador del poema erótico. Los espaguetis, además, exaltan un sesgo: la sugerencia, aun dentro de una poética exteriorista, diáfana, buscadora de un lenguaje comprensible para un mayor número de personas. Se trata de un acto sexual que coincide con la preparación de la pasta; y, sin embargo, el cuento mantiene la insinuación, evita lo groseramente obvio para favorecer la imaginación.
Alcides sabe muy bien que de la capacidad para asomarse surge la lencería. Tiene la certeza de que lo mismo que en la ropa está la invitación al deseo –como dijera Baudelaire–, en la elusión-alusión se halla el erotismo. Desde ahí –otro minimalismo– logra transmitir el sensualismo in crescendo de la pareja junto a la comida que a la vez preparan. Buen antídoto contra los "poetas" (sic) –bukowskitos– sucios, de obvias líneas oscuras para tontos y escandaleras para revistas rosadas.
Su cauce amatorio rinde referencia al Fayad Jamís de Los párpados y el polvo y de los parisinos poemas a Nivaria Tejera. Cuando Edmundo Aray hablaba en 1983 de que su poesía era "un escándalo poético", tal vez se refería a esta crujiente zona erótica, engrandecida por su amor a la vida a pesar de todo, como se lee en Agradecido, dedicado a esa entera mujer que fuera Nati Revuelta, su amiga y vecina, con quien compartiera decoro y decencia.
Los poemas amatorios refuerzan su desenfado existencial. Entre ellos Crónica de amor, Un hombre y una mujer, En la puerta (dedicado, como otros, a su actual esposa, la talentosa y valiente Regina Coyula), Hiperbolero...
En el prólogo –Entrando en materia– Alcides exalta su búsqueda, tropiezo y hallazgo de "ventanas abiertas", lejos de las luminosas oscuridades que afirma: "gozo leyendo", con lo que evita razonablemente cualquier fanatismo apreciativo. Poemas de La pata de palo (1967) o de Agradecido como un perro (1983), hasta hoy, ilustran fehacientemente, en orden cronológico, su poética y política. Porque, dice en la oración final: "Si el sueño de ayer termina en pesadilla, despierto. Y empiezo a soñar de nuevo".
No es Rafael Alcides Pérez ni un poeta de salón o de partido, ni un lento armador de versos comedidos
No creo –o comparto– la idea de una construcción meditada, sino de un modo de ser donde se mezclan desde genes voluntaristas hasta intuiciones propensas al desafío, a desafiar lo que sea como hombre. No es Rafael Alcides Pérez ni un poeta de salón o de partido, ni un lento armador de versos comedidos. Rebelde por naturaleza, nada casual que le haya escrito una elegía a Raúl Rivero, cuya disidencia exalta, hasta confesarle: "Creo en el filo de tus chistes".
Quizás dos zonas temáticas donde se destaca refuercen la afirmación anterior: la familiar o cariz intimista y la de diáfana crítica social. Ambas sólo excluyentes para esquemas que recuerdan el "realismo socialista", los maniqueos engarces "bajados" del Departamento Ideológico del Partido Comunista y cacareados en la UNEAC, organismo al que Alcides, por cierto, renunció tras entregar además las medallas y diplomas manipuladores, las carnadas para clavar anzuelos, pescar incautos y vanidosos.
El más popular de sus poemas intimistas es Carta a Rubén. Allí añora a su hijo ausente, exiliado o emigrado, para provocar una desgarradora sinécdoque –parte por el todo– del mayor drama que vive Cuba: el desgajamiento de la familia, por causas políticas y razones económicas. O viceversa. Extraña al hijo y le dice: "no hay palabras/ en la lengua/ ni películas en el mundo/ para hacer la acusación:/ millones de seres mutilados intercambiando besos,/ recuerdos y suspiros por encima de la mar./ Telefonea, hijo. Escribe. / Mándame una foto".
Alcides sabe desde un motivo familiar abrir el abanico hacia una denuncia política. Muchos poemas de esta compilación enaltecen, junto a otros documentos, el coraje del poeta de Conversación con Dios (1992, aunque publicado en 2014), donde confiesa su "notoria inseguridad" y repite con Whitman: "cuanto en el mundo ocurra, me ocurre a mí".
Dueño de su obsesión por el inexorable transcurrir del tiempo, de espíritu romántico –Yo, el errante, el repartido–, Alcides sale de la adolescencia para esperar "un bigote para irse". Lo singular es cómo el tópico de que el tiempo fluye lo transforma en elegías, como Papá en el portal, digna de aparecer junto a la que paradójicamente debemos a R. Fernández Retamar: ¿Y Fernández?
Tal fugacidad se transforma en sentido dialéctico, de ahí también sus críticas al inmovilismo, a la larga perpetuación de los Castro en el poder, como leemos en Y sin embargo, poema digno del mejor Heberto Padilla. Al igual que La espera con Vallejo y Kafka, En la puerta, Fábula, Cambio de trenes, con su sarcástica crítica al empantanamiento...
Hasta que en otro poema clama a Dios y le denuncia la tragedia: "Todos se están yendo, señor". Aunque las memorias de un soñador, sin embargo, nunca se irán.