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Taguayabón y el conjuro de la gitana

Como una ruleta rusa, el maltrecho tronco amenaza con desplomarse en cualquier minuto. (14ymedio)
Mario Félix Lleonart Barroso

30 de junio 2015 - 21:13

Taguayabón/Cuenta la leyenda que desde el momento en el que una gitana fue expulsada del pueblo y lo maldijo, el sitio no ha vuelto a tener bonanza. A solo 12 kilómetros de San Juan de los Remedios, que recién celebró con algazara sus 500 años, el poblado de Taguayabón no sabe siquiera cuántos años tiene de creado. Antes de la llegada de los conquistadores era un asentamiento de aborígenes, a quienes debe el nombre que ha conservado hasta el día de hoy. En el momento en el que la villa más cercana se fundó, ya Taguayabón estaba allí.

Cuando a los demonios, los corsarios y los piratas les dio por asolar Remedios, la ubicación de Taguayabón, a 12 kilómetros de tierra adentro, podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Los más inseguros pasaron a radicarse aquí, aunque solo fuese para tomarlo como un caserío de paso antes de continuar para fundar otros poblados que llegaron a tener mejor futuro, entre ellos Camajuaní y la propia Santa Clara. A este vecindario lo más que le llegaron a declarar fue como corral.

Llama la atención el contraste de esta olvidada comunidad y la tan cercana villa recién remozada por su quinto centenario. Sobre todo dada la localización de este pueblo en la carretera principal, por donde pasan los turistas que van al aeropuerto Abel Santamaría o quienes viajan desde la cabecera provincial hacia la villa remediana o a la cayería norte. Quizás sea por ello que se prepare ahora una vía aislada, para que las indiscretas miradas o lentes de las cámaras de los visitantes no se encuentren a su paso con panoramas desolados como este.

Si se transita por la calle principal, llamada Rivadeneira en honor a un capitán mambí, se perderá la cuenta de tanto bache en el camino. Si el paseo se realiza en la mañana, el transeúnte deberá llevar botas altas por lo que parecerían ser constantes manantiales pero que no son otra cosa que los millares de salideros por los que se escapa el agua que envían desde el acueducto.

Taguayabón ni siquiera ha tenido la fortuna de que le naciese un influyente hijo, como sí es el caso de la vecina comunidad de San Antonio de las Vueltas, apartada de la carretera, pero con la dicha de tener entre sus hijos al influyente José Ramón Machado Ventura, vicepresidente del Consejo de Estado y segundo secretario del Partido Comunista.

La imagen de aquel colgajo ha traído como entretenimiento de muchos apostar sobre de qué magnitud podría ser la desgracia que ocasione

Con un hijo ilustre de esa naturaleza, el poblado vecino ha visto reducir de vez en vez algunos de sus baches, pero el asentamiento de nombre indígena parece no tener escapatoria al conjuro de la gitana. Cuando algo nuevo se realiza o se ejecuta, no es más que un parche o remedo como el del triste bulevar que construyeron hace una década. El verdadero motivo para convertir aquel tramo de calle en un paso peatonal era evitar el paso de carros sobre el puente roto, para que no terminara por caerse. Ni siquiera los niños poseen el escape de su otrora parquecito que ahora no es más que un cementerio de chatarras peligrosas donde más de un infante se ha abierto alguna herida que ha costado trabajo suturarle.

El último mal agüero que denuncia el poblado se ubica en la esquina principal, por donde pasan quienes transitan por la carretera entre el aeropuerto y los cayos. Justo por donde hace pocos días cruzaron los ilustres visitantes que desde la capital arribaron a Remedios para su quinto centenario. Allí, un viejo poste de madera, colocado quizás desde la época de Gerardo Machado, un día amaneció roto a ras de suelo y solo permanece sostenido por los diversos cables telefónicos y eléctricos que debía soportar.

La imagen de aquel colgajo ha traído como entretenimiento de muchos apostar sobre cuándo caerá definitivamente y de qué magnitud podría ser la desgracia que ocasione. Como una ruleta rusa, el maltrecho tronco amenaza con desplomarse en cualquier minuto.

Estamos tan habituados en Taguayabón a la desidia y el abandono que casi nadie se atreve a apostar que será la empresa eléctrica la que traerá un nuevo poste para sustituirlo. El conjuro de la gitana no deja espacio para vaticinios optimistas en esta tierra de nombre indígena y fecha de fundación desconocida.

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