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Un joven cubano, que nos ha pedido el anonimato, cuenta cómo dejó atrás su familia y su tierra un 26 de julio

12 de septiembre 2014 - 13:00

25 de julio de 2014

La noche anterior había intentado salvar los recuerdos de mis 20 años de vida en una memoria de 32 gigabytes. Lógicamente no pude. Solo logré salvar libros electrónicos, alguna música y una selección de fotos de mi familia y amigos.

Logré dormir igual que siempre. Parece que casi nada me quita el sueño. Me levantó mi madre sobre las 4 de la mañana. Desayuné. Me vestí. Mi hermano pequeño se despertó y mi abuela también. Ya en la entrada del edificio esperaba el que haría de taxista durante aquel viaje al aeropuerto. Era un muchacho que trabajaba en el MININT. Me llevaría en el Lada, rojo además, del padre, quien para más inri, es un Coronel retirado del mismo Ministerio.

En las escaleras abracé y me despedí de mi hermano y mi abuela como cuando me marchaba de paseo. No quería una despedida larga.

Ya estábamos los cinco. Mi madre, mis dos tíos, el taxista y yo. Acomodamos las maletas y salimos rumbo al aeropuerto. Mientras, un último adiós con la mano a la mayor y al menor de mi familia.

En la entrada del aeropuerto, al pasar a chequear, le fue negado el paso a mis acompañantes. Solo pudieron hacerlo mis tíos, no sin antes enseñar sus pasaportes españoles y alegar una supuesta compra de pasajes, así que la persona que me dio la vida tuvo que esperar pacientemente fuera. Dado que el proceso de chequo se extendió, salí y estuve con ella. Luego chequée el equipaje, llené papeles y volví con ellos.

Ya tenía que pasar a tomar el vuelo. La despedida fue fuerte y sin palabras. Lágrimas de todos. Les di la espalda y me fui. Tras mí dejaba a quienes me habían hecho la persona que soy hoy.

Chequeo aduanal rutinario.

Mientras buscaba mi puerta de embarque pasé junto a un mostrador donde se exhibían banderas cubanas de variadas dimensiones. Me hice de una y tomé mi vuelo rumbo a Toronto. Dejaba atrás la tierra que durante 20 años me vio crecer, y también el gobierno que me hizo partir.

Dejaba atrás la tierra que durante 20 años me vio crecer, y también el gobierno que me hizo partir

Con los pies en el aeropuerto de Toronto solo quedaba un escollo. Lo vencí y tomé un taxi directo a las famosas Cataratas del Niágara. Crucé la mitad canadiense del puente. Ya estaba en territorio norteamericano. Crucé la mitad norteamericana del puente. Ya estaba en el sitio donde tenía que mencionar las palabras mágicas. A mi lado, para mi sorpresa, uno de los pasajeros del vuelo Habana-Toronto. Papeleo rutinario y de privilegio para cubanos y de vuelta a la calle. Nuevo taxi. Esta vez al aeropuerto de Buffalo. Noche gitana en el aeropuerto.

Hace exactamente 61 años, 160 hombres se agolpaban en la Granjita Siboney.

26 de julio

En la madrugada tomé el vuelo al aeropuerto de La Guardia en Nueva York, y de ahí a Fort Lauderdale, Florida.

Mientras me recibían en Miami, se cumplían 61 años del Asalto al Cuartel Moncada, una gran ironía que se me tenía preparada.

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