La transición cubana y los planes de la mafia empresarial castrista
Lo único que puede predecirse con toda claridad es que Cuba no podrá continuar siendo lo que ha sido hasta hoy
Miami/Tras un viaje a Rusia en 1992 para asistir a un seminario sobre la transición en Cuba, publiqué en El Nuevo Herald el artículo La transición que los cubanos no debemos hacer. La Unión Soviética se acababa de derrumbar y Yeltsin estaba en el poder. La pregunta que hice al vicedirector del periódico Izvestia, antiguo órgano de la URSS, era, para mí, clave: ¿a quién pertenece Izvestia?. Y la respuesta fue que "teóricamente" pertenecía a la Federación Rusa.
De cierta manera tenía razón, porque para entonces el periódico ya estaba en proceso de pasar a manos de un gran empresario, Vladímir Potanin que, al mismo tiempo, era el vicepresidente del país. Ya no se hablaba de marxismo ni de socialismo. Rusia estaba dando los primeros pasos, aún vacilantes, hacia una mafia empresarial camuflada con discursos que comenzaban a tomar tintes nacionalistas. El hombre que se encargaría de dirigir esa transición hasta el final, Vladímir Putin, ya había renunciado a la KGB un año antes, y cuatro años después se integraría a la Administración de Yeltsin.
Un proceso semejante ha comenzado a producirse en Cuba, con la diferencia de que quien estaba supuestamente destinado a dirigirlo murió repentinamente. El general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, padre de uno de los nietos de Raúl Castro, era llamado el "zar de la economía cubana" por estar al frente de Gaesa, el grupo económicamente más poderoso por controlar las empresas más importantes del país, y el pasado año había pasado a ser diputado de la Asamblea Nacional y miembro del Buró Político, la cúpula partidista totalitaria que gobierna el país.
Esto ocurre en medio de la crisis más profunda de toda su historia y de incontrolables protestas populares
Le faltaba solo sustituir en la presidencia a Díaz-Canel, situado en ese cargo provisionalmente por Raúl para que cargara con la culpa de los desastrosos resultados de la política implementada por esa dirigencia, y su consecuente impopularidad justificaría esa sustitución. Pero el paso de ese último peldaño de López-Calleja no llegó a producirse. Así, el potencial Putin cubano abortó antes de nacer, y la consolidación de ese sistema de mafia empresarial bajo el padrinazgo de la familia Castro quedó momentáneamente en suspenso.
Esto ocurre en medio de la crisis más profunda de toda su historia y de incontrolables protestas populares en todo el país.
Ante esta encrucijada, ¿qué puede hacer la élite castrista? Y cuando digo "élite castrista" me refiero a lo que aún queda de la octogenaria –casi nonagenaria–, "dirigencia histórica".
A. Puede no hacer nada, dejar que el proceso de desestatización de todas las empresas continúe por su propio peso y que los burócratas civiles y militares se apropien de todos esos medios de producción como nuevos capitalistas, a condición de que rindan cuenta a esa dirigencia y en particular, a "la familia", una forma de abandonar ese antiguo modelo probadamente insostenible, y engendrar otro con una modalidad más semejante al ruso que al chino, pero que debido a una población ya concientizada y desesperada, tendría que reprimir violentamente las protestas y manifestaciones populares en una especie de nuevo Tiananmén, algo muy peligroso, porque puede enfrentar la sedición de generales jóvenes cuya lealtad no está fuera de toda duda.
B. Asegurarse el asilo en un país aliado sin leyes de extradición y abandonar a sus acólitos y subalternos enfrentados al caos y a los graves peligros de un arrollador tsunami popular, mientras ellos viven tranquilamente con sus familias, fuera de todo peligro y con los fondos malversados, los pocos años o meses que les queda de vida. Ya corren rumores de transferencias de grandes sumas monetarias hacia países extranjeros.
C. Sustituir a Díaz-Canel y a su equipo por un funcionario reformista con una imagen más aceptable ante la población y ante la opinión pública internacional, que genere esperanzas de soluciones a corto o mediano plazo, y permitirle realizar cambios de una apertura económica y social parcial, al menos hasta que los llamados dirigentes históricos desaparezcan de forma natural. Sería, en tal caso, otra revolución en sentido inverso, desestatizando lo antes estatizado, pero bajo la supervisión de esa élite que por tanto conservaría parte del poder, al menos hasta su desaparición física.
Puede no hacer nada, dejar que el proceso de desestatización de todas las empresas continúe por su propio peso y que los burócratas civiles y militares se apropien de todos esos medios de producción como nuevos capitalistas
Cualquiera de estas tres opciones es posible, pero lamentablemente la más probable, a mi juicio, sería la A, por la contumacia que han demostrado siempre en mantenerse con todo el poder a toda costa, y la menos probable, por la misma razón, la B.
La opción C sería la más inteligente, y hay varios posibles candidatos, todos ellos impensables en una situación normal. Uno, por ejemplo, mencionado recientemente por diversos medios, sería Armando Franco Senén, ex director de Alma Mater, destituido el pasado mes de abril por los temas controversiales que abordaba, supuestamente incómodos para las autoridades, que provocó la renuncia de todo el equipo de redacción, una expulsión promovida por el Comité Nacional de la UJC, en particular por Nislay Molina, la entonces responsable ideológica de la organización de jóvenes comunistas, quien le dijo: "A ti debimos botarte desde hace mucho tiempo".
A Senén lo saco a colación por el hecho inesperado de que poco después Molina fuera relevada de su cargo, y él, por el contrario, elevado a una posición importante en Palco, grupo estatal no tan poderoso como Gaesa, pero con varias empresas bajo su control, un ascenso que fue celebrado con bombos y platillo por Palco, justo un mes después de la muerte de López-Calleja. Que un burócrata "se caiga para arriba" es un hecho muy común entre los acólitos del régimen que cometen errores, pero nunca entre los críticos de ese régimen, por muy moderado que sea.
Hay que estar vigilantes a hechos como este, porque la muerte de López-Calleja y el aumento de las protestas pueden haber provocado que la élite deseche la opción A para inclinarse por la C.
La continuidad del actual modelo no será posible. Lo demuestra la propia historia
Pero todo esto es hipotético. Lo único que puede predecirse con toda claridad es que Cuba no podrá continuar siendo lo que ha sido hasta hoy en el futuro más cercano. La continuidad del actual modelo no será posible. Lo demuestra la propia historia.
El modelo de centralismo monopolista de Estado, mal llamado "socialismo real", es inviable, y por eso no necesitó de intervenciones militares, golpes de Estado o insurrecciones armadas para implosionar en todo el campo socialista de Europa. Incluso China, para evitar el derrumbe, tuvo que hacer reformas capitalistas. Por eso Cuba requirió siempre, para sostenerse, de las subvenciones de un aliado exterior, algo que ya dejó de tener y que no se avizora en el horizonte. Y sin embargo, sus dirigentes se han aferrado hasta ahora, tercamente, en mantenerlo.
En Rusia los oligarcas ex comunistas pudieron imponer un sistema de mafia empresarial porque no existía una oposición fuerte, sino unos pocos grupos con personalidades notables como el Comité de Derechos Humanos de la Unión Soviética, el Grupo de Helsinki y Memorial, cuyos miembros, en conjunto, no sobrepasaban en número más allá de dos dígitos.
En cambio, en Cuba existe una disidencia de más de un centenar de organizaciones, en conjunto; miles de miembros con una historia de casi 40 años de lucha, y un movimiento que ha desembocado en una corriente popular de activistas cívicos del arte –conocida como "artivismo"–, lo cual, unido al acceso de la población a las nuevas tecnologías de la telecomunicación, adquiere una fuerza telúrica imposible de ser frenada y menos extinguida por el poder. La sociedad civil debe unirse en una declaración consensuada en pro de una democratización del país, promover los cambios estructurales desde abajo para impedir los planes mafio-empresariales. Esta podría ser una cuarta opción, la D, pero ya no al alcance del poder, sino del pueblo.
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