No se trata solo de 'Charlie'
La Habana/Recientemente Europa se movilizó en defensa de uno de sus mayores tesoros. Más que la belleza de sus capitales, la riqueza de su historia o la diversidad cultural, el Viejo Continente posee otros rasgos cuyo valor es infinitamente superior al de las trabajadas piedras de sus catedrales. Uno de ellos lo constituye la libertad de expresión, sobre la que se fundamentan los Estados de derecho.
El mismo día en que una ciudad como París veía desfilar a más de un millón de personas, al otro lado del mundo, en Cuba, se vivía un domingo tan aburrido como otro cualquiera. En la jornada anterior había salido publicada en Granma una nota oficial que condenaba el ataque terrorista del miércoles al semanario Charlie Hebdo.
Las autoridades cubanas tardaron en pronunciarse sobre los trágicos sucesos de la semana pasada en Francia, en los que murieron 17 personas. El ataque de dos hombres armados contra unos dibujantes desencadenó a la postre una reacción casi unánime –y contundente– en la comunidad europea.
Solo después del pronunciamiento de alto nivel en Cuba, la prensa propiedad del Gobierno de La Habana fue autorizada a encarnar un poco más el sentimiento general acerca de los efectos del fundamentalismo religioso sobre la libertad de expresión. Si bien los primeros comentarios en la televisión cubana sobre el caso se habían enfocado en elaborar una retorcida teoría de la culpabilidad de EE UU en los atentados al semanario parisino –más que condenar los hechos en sí–, ya para el domingo se publicaban unas caricaturas bajo la etiqueta "Je suis Charlie", al menos en una remota columna de la edición dominical de Juventud Rebelde.
Quienes osan no ya burlarse con dibujos, sino criticar con argumentos más serios al régimen cubano corren el peligro de ser juzgados por un delito
Sin embargo, fue insuficiente. La tibia y tardía reacción de la prensa autorizada podría significar una insensibilidad solo superada por el miedo. Un miedo reflejado en la imposibilidad de publicar lo que Charlie Hebdo; porque quienes osan no ya burlarse con dibujos, sino criticar con argumentos más serios al régimen cubano corren el peligro de ser juzgados por un delito y viven bajo el acoso del Estado.
El motivo parece explicarse en que todos los fundamentalismos, así sean religiosos o políticos, carecen de sentido del humor. En Francia, un par de individuos ideológicamente enajenados fueron capaces de cometer un acto atroz. En Cuba, todo un sistema policial lleva años campeando por su respeto. Terrorismo y terrorismo institucional son, en buena medida, lo mismo.
La libertad de expresión europea experimentó una tremenda sacudida. Pero la prensa cubana, que no posee ningún Charlie, por su parte viene sufriendo ataques desde hace décadas. Ahí está la Primavera Negra de 2003, por sólo mencionar uno de los más escandalosos y recientes ejemplos.
Los sucesos de París reflejan un intento del terror por imponerse a la libertad. Pero aquí sucede exactamente lo contrario: la libertad está tratando de imponerse al terror. Y ni siquiera tenemos un semanario satírico, que practique el sano y legítimo ejercicio de la burla descarnada más allá de los chistes fáciles que ya aburren de tanto repetirse. Ojalá lo tuviéramos.
Por supuesto que esa carencia no implica que hoy no me sume a la preocupación que despiertan los radicales, tanto islámicos como nacionalistas u otros tantos. Claro que los hechos conmueven, pero Charlie no es el único. Todos los días la libertad sufre ataques, y Cuba es un terreno aún demasiado hostil para ella.