Naufragios
Sobre la tumba una rumba
Naufragios
Salamanca/El complejo de inferioridad del cubano siempre encontró satisfacción en un dato: el Capitolio de La Habana es “un metro más alto, un metro más ancho, un metro más largo y mucho más rico en detalles” que el de Washington. De ahí que me fuera inevitable notar que, mientras los americanos dejan que impresentables como los Proud Boys y familia asalten el símbolo de su democracia, nosotros –que tenemos el orgullo más ancho, más largo y mucho más rico en detalles que ellos– escogimos para esa tarea a 600 millonarios.
El buen cabo tarda en apagarse. El buen escándalo, como la cena capitolina con mulatas despampanantes y cajas de H. Upmann Magnum 50 Gran Reserva Cosecha 2019 con un añejado de cinco años, también. Los masones dividen su mundo mental entre iniciados y profanos. El estado mayor de Habanos S.A. debió hacer lo mismo. Si generalmente, como sociedad secreta y maligna que son, celebran sus reuniones a puertas cerradas, ¿quién los convenció de dejarse fotografiar en el corazón de La Habana?
Pero lo hecho, hecho está. Los cubanos protestaron por este asalto dolarizado al Capitolio, una indignación –lo digo sin ironía– que es lo más libre que hemos hecho como ciudadanos desde el 11 de julio de 2021, tanto simpatizantes como opositores del régimen. No tenemos democracia, pero dejen quieto el recuerdo de que alguna vez la tuvimos.
Está muy lejos el día en que Eusebio Leal casi llora delante de Randy Alonso contándole lo mucho que había costado restaurar el Capitolio
Está muy lejos el día en que Eusebio Leal, el ya canceroso Eusebio Leal, casi llora delante de Randy Alonso contándole lo mucho que había costado restaurar el Capitolio. El historiador soñaba con una democracia de mentirita, un cascarón de democracia. Soñaba con meter a Esteban Lazo, habituado al desagradable Palacio de las Convenciones, en el Salón de los Pasos Perdidos. ¿Pero cómo explicarle a nuestros diputados lo que es un hemiciclo, una cámara de representantes, un escudo nacional, una bandera, una elección?
Fui uno de los cientos de cubanos que miraron con desagrado la cubierta de oro chillón de la estatua de la República, el mismo color –oro ruso, como el de los iconos y la catedral de San Basilio– que engastaron en la cúpula. Todo era cheo, esa palabra que tanto expresa y que tan bien define a la casta gobernante de la Isla.
Tiembla, cuerpo, que si supieras dónde te voy a meter ahora temblarías más, dijo Leal a Randy, citando a Máximo Gómez. El contenido nunca se adecuó al continente, y en el Capitolio solo llegaron a colocarse oficinas del Parlamento, nunca su sentido real. Bajo la cúpula está la estatua de la República, y bajo la estatua la Cripta del Mambí Desconocido. Confieso que ese lugar, que llegué a visitar, me conmueve. Había algo puro ahí, y Leal, que no era tonto ni tan fiel como su nombre indica, lo sabía.
Tiembla, cuerpo, que si supieras dónde te voy a meter ahora temblarías más, dijo Leal a Randy
“Cuando uno llega allí dice: el fundamento de la República es esta tumba”, declama Leal. ¿Quién era ese hombre? Nadie sabe, es anónimo, es todo el que se alza en Cuba, todo el que derramó sangre. Sobre esa tumba una rumba, fue la conclusión que sacaron los gerentes de Habanos. Sobre lo puro, un puro.
Solo hay que ver las fotos y leer las crónicas de David Savona, esa suerte de Pausanias gringo de la revista Cigar Aficionado. Solo Savona, no Granma, sería capaz de contarnos que la comida que se sirvió en el Capitolio se cocinó en el restaurante La Guarida –la casona de Fresa y Chocolate–, de Enrique Núñez del Valle. Anoten, amas de casa: ravioli en salsa de crema y queso, y solomillo de ternera medium rare (¿hace cuánto no viene el solomillo de ternera por la libreta?). Luego, unas lobas capitolinas, humeantes ellas también, repartían los puros a un público casi exclusivamente masculino y cincuentón.
Savona, que no es Savonarola ni quiere buscarse problemas con sus anfitriones, se limita a escribir que, so long ago, el Capitolio sirvió para algo más que enlazar millonarios con jineteras de alcurnia. When this building was completed in 1929, Cuba was a democratic republic, escribe enternecido, como si visitara las ruinas del Partenón.
He mirado una a una las fotos que Habanos publicó sobre el evento. Me revolvió las tripas el comercial del H. Upmann Magnum, pero luego concluí que era la mejor de las promociones, dado el contexto. “Reserva siempre el mejor lugar”, sugiere el video. “Reserva las sensaciones más selectas, a lo grande, lo más exclusivo, reserva el lujo de detener el tiempo”. El puro está “reservado para muy pocos, para los mejores”.
Reserva tu jinetera o tu efebito, tu habitación en la Torre K, tu apretón de manos con Díaz-Canel, tu sonrisa de gato de Cheshire
Reserva tu jinetera o tu efebito, tu habitación en la Torre K, tu apretón de manos con Díaz-Canel, tu sonrisa de gato de Cheshire en una dictadura, tu apagón de fondo, tu Rolex en el país donde el tiempo se detuvo, tu Mercedes-Benz aunque no haya gasolina, tu metro de tierra en Cuba, no todos pueden, no todos quieren, solo los mejores. Enciéndeme otra Cuba, decía Kipling, ignorando los males del sistema eléctrico nacional.
No hay que rabiar por la cena en el Capitolio, ni por la subasta de humidores dos días después, ni por la mandíbula tarada de Díaz-Canel mordiendo su Cohiba, no. El régimen acaba de llegar a su apoteosis, a su versión más descarnada y genuina. Esos chimpancés con esmoquin, merodeando a los pies de la República, pisoteando la tumba del mambí desconocido, tocando nalgas y tosiendo su borrachera, es la gran foto de familia de la Revolución cubana.
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