La Uneac, un CDR en el campo de la cultura cubana
Los que aún permanecen en sus filas, sin sentirse alineados con la ideología del régimen, tienen dos alternativas: tomar el control o renunciar. La decisión es suya
Madrid/En una de esas reuniones de artistas y escritores donde se reciclan una y otra vez los mismos planteamientos, un trovador holguinero preguntó: "¿Para qué sirve la Uneac?". En aquel momento, muchos miembros solamente la usaban para intentar enviar algún correo electrónico desde sus salas de navegación, a las que irónicamente llamaban "salas de naufragio".
Entre risas, muchos afirmaban que la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) se había convertido en un geriátrico, donde iban a tomar café escritores empobrecidos y olvidados, o donde algún anciano suplicaba la gestión, no ya de un libro, sino de algún culero desechable. Lo cierto es que, si bien los artistas no tenían muy clara la verdadera utilidad de dicha organización, para el régimen siempre ha sido obvio: es su herramienta de vigilancia y control, exactamente igual que un CDR, pero en el campo de la cultura.
Fidel aprovechó para insultar a todos los artistas e intelectuales que habían emigrado, mientras la muchedumbre le gritaba: "¡Fidel, Jruschov, estamos con los dos!"
Fidel Castro, en su discurso de clausura del Primer Congreso de escritores y artistas, en agosto de 1961, lo dijo sin tapujos, ante los aplausos de una fanaticada en trance. El barbudo confesó en aquella ocasión tener muy poco de artista. Y aunque se sabe que era incapaz de concebir versos, pintar, cantar o bailar, también veía a los creadores como individuos sospechosos, sin esa sumisión que encontraba fácilmente en milicianos, obreros y campesinos. Fidel aprovechó para insultar a todos los artistas e intelectuales que habían emigrado, mientras la muchedumbre le gritaba: "¡Fidel, Jruschov, estamos con los dos!". Aquello era la evidencia palpable de cómo se habían prostituido los conceptos de independencia y soberanía.
La creación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba había sido una respuesta más a las reuniones de junio de aquel año en la Biblioteca Nacional, a raíz de la censura del cortometraje PM. Ya se habían establecido en 1959 el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y la Casa de las Américas; y en enero de 1961, el Consejo Nacional de Cultura. Todas estas "comisarías culturales" tenían el propósito de ejecutar la regla áurea de la política cultural: "Con la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho". Y la susodicha Revolución no era otra cosa que aquello que le diera la real gana al "líder máximo e indiscutible" de la nueva secta-país. El arte se convertiría en artilugio y la cultura en culto.
La Uneac fue en lo adelante el patíbulo para decapitar a cualquier desviado. Antón Arrufat y Heberto Padilla serían algunas de las primeras víctimas, por el pecado de haber escrito Los siete contra Tebas y Fuera del Juego, respectivamente, y por el despiste de los jurados que se atrevieron a premiar semejantes herejías. Con el segundo se fue aún más lejos, obligándolo a retractarse públicamente, a renegar de su obra, a denunciar a sus compañeros y a sembrar un miedo ejemplarizante que permanece hasta hoy en el ADN de los creadores cubanos. Tal vez, cuando Fidel Castro les decía a los congregados durante la fundación de la Uneac que eran "semillas", se refería a la semilla del miedo.
Es increíblemente larga la lista de todos los artistas que han sido excluidos, condenados y borrados del mapa cultural de la nación con la acción directa o la complicidad de estas instituciones oficialistas. Cuando los crímenes del poder atraviesan fronteras y generan rechazo internacional, ahí están ellas para hacer cartas y declaraciones, hablando del "pobre país bloqueado", de la inminente "agresión militar del Imperio", de las "patrañas de la guerra mediática", o del "avance del fascismo". La misma retórica ha sido reciclada, vez tras vez, como remedio de curandera.
Cuando los crímenes del poder atraviesan fronteras y generan rechazo internacional, ahí están ellas para hacer cartas y declaraciones, hablando del "pobre país bloqueado"
Yo fui miembro de la Uneac hasta los sucesos de julio de 2021. Era, para mí, absolutamente inmoral seguir perteneciendo a una organización que justificaba la violencia del Estado contra el pueblo, que defendía condenas abusivas contra manifestantes desarmados, que les daba la espalda a sus propios miembros. A nadie le exijo que haga lo mismo, pero cada artista o intelectual cubano que siga siendo parte de esa institución, o de la Asociación Hermanos Saíz, debería al menos leer sus estatutos.
En ambas disposiciones, en su artículo 2, se declara abiertamente la sumisión de la Uneac y la AHS al Partido Comunista de Cuba. Esta lealtad incondicional a un partido político no solo limita la libertad de expresión y de creación, sino que además descalifica a ambas organizaciones como parte de la sociedad civil.
Los que aún permanecen en sus filas, sin sentirse alineados con la ideología del régimen, tienen dos alternativas: tomar el control o renunciar. La decisión es suya.
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