Weyler, ¿un Hitler en el Caribe?
Los que buscan limpiar el nombre de Valeriano Weyler argumentan que la política de reconcentración ni era nueva ni fue practicada exclusivamente por España
Madrid/La historiografía cubana reconoce a Valeriano Weyler como uno de los personajes más nefastos de nuestra historia. Y sin duda lo fue. Su Bando de Reconcentración provocó la muerte de cientos de miles de civiles, sobre todo niños, mujeres y ancianos. Los reconcentrados se amontonaban en los poblados, rodeados de alambradas. Las familias campesinas dormían en portales, calles y barracones, siendo diezmadas por el hambre y las enfermedades. Los periódicos estadounidenses lo llamaron "el carnicero", "la figura más siniestra del siglo XIX". Y en la memoria de los cubanos se le recuerda como un Hitler tropical.
Para España, sin embargo, fue mucho más que un soldado ilustre. No solo participó en casi todas las guerras que libró metrópoli en su tiempo, sino que además fue capitán general de Valencia, Canarias, Baleares, Filipinas, Cuba, Cataluña, Burgos, Navarra y Vascongadas y Castilla la Nueva. Era reconocido como un militar capaz, duro e inflexible, ajeno a las conspiraciones y componendas políticas. Fue senador del Reino por Canarias, jefe del Estado Mayor Central, dos veces ministro de Guerra y presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina. Recibió los títulos de marqués de Tenerife y duque de Rubí, así como la grandeza de España y el Toisón de Oro.
Existen hoy algunos monumentos en su honor. En Santa Cruz de Tenerife hay una plaza que lleva su nombre. Y en la madrileña calle Marqués de Urquijo, número 39, hay una placa conmemorativa donde puede leerse: "Valeriano Weyler, modelo de lealtad". Uno podría preguntarse: ¿cómo es posible que, en nuestra época, alguien con crímenes de guerra tenga monumentos?
Sus defensores, que no son pocos, atribuyen la leyenda negra de Weyler a una campaña de la prensa norteamericana de entonces. Es cierto que el amarillismo mediático estadounidense perseguía obligar al Gobierno a entrar en el conflicto. También lo es que los enemigos de Cánovas se hacían eco en España de aquellas denuncias. Pero eso no disminuye su responsabilidad en el genocidio.
Martínez-Campos había admitido sentirse incapaz de llevar a la práctica aquellas medidas drásticas, aunque tal vez inevitables, desde el punto de vista militar. El propio Weyler se defendía de sus críticos arguyendo: "La guerra no se hace con bombones". ¿Tuvo éxito el general español? Hasta cierto punto. Logró dar muerte a Antonio Maceo, el Titán de Bronce, y consiguió "pacificar" la zona occidental de la Isla. Pero, ¿a qué precio?
Existen hoy algunos monumentos en su honor. En Santa Cruz de Tenerife hay una plaza que lleva su nombre
Por otra parte, los que buscan limpiar el nombre de Weyler argumentan que la política de reconcentración ni era nueva ni fue practicada exclusivamente por España. También defienden la idea de que las medidas weylerianas buscaban proteger a los campesinos de los atropellos mambises. Y aquí hago una pausa. Es obvio que no todos los cubanos simpatizaban con la independencia. Es cierto que muchos apoyaban abiertamente a España, incluso con las armas. Es más que probable que algunos insurrectos cometieran abusos contra quienes se negaban a ayudarlos o se consideraban traidores al ideal independentista. Es innegable que la tea incendiaria practicada por los mambises contribuyó a la carencia de alimentos. Sin embargo, fue infinitamente superior la crueldad generada por las políticas de Weyler.
Las imágenes de los reconcentrados, con niños y ancianos famélicos, cuyos huesos se veían "como los anillos debajo de un guante", contribuyeron sin duda a que Estados Unidos decidiera inmiscuirse. Como afirman algunos historiadores, es posible que Weyler estuviese ganando en los campos de combate, pero definitivamente estaba perdiendo la batalla de la comunicación.
Cuando el general mallorquín estaba a punto de iniciar la ofensiva final contra los insurrectos, un anarquista italiano asesinaba en España a Cánovas del Castillo. Sagasta, con quien durante años se alternó en el poder, y los que buscaban el camino de la negociación. Weyler abandonaba Cuba llevándose como botín el reloj, el revólver y la silla de montar de su archienemigo Antonio Maceo. Cuentan que una muchedumbre acudió al puerto de La Habana para despedirlo como a un héroe. Así de absurda y contradictoria suele ser la historia real.
Para millones de cubanos, solo existe un personaje capaz de acumular más odios y resentimientos que Weyler: Fidel Castro. Para muchos, toda Cuba ha sido un enorme campo de reconcentrados, durante más de seis décadas, donde el hambre ha campeado a sus anchas. El barbudo también tiene estatuas y monumentos en varios lugares del mundo. También gozó de una larga vida, como Weyler, quien murió a los 92 años.
Ningún genocida debería tener estatuas, por muy "héroes" que les llamen algunos.
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