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Vandalismo bueno y vandalismo malo

La diferencia es que los vándalos de allá afuera asaltan tiendas con la convicción de que el sistema les provee de ciertos derechos

Quienes cargan botellas de refrescos, equipos de climatización, incluso colchones, actúan de forma similar a otros en Santiago de Chile, Quito, Cali o Washington. (Collage)
Reinaldo Escobar

17 de julio 2021 - 15:27

La Habana/Quienes solo prestan atención a las noticias difundidas por los medios oficiales se sienten inclinados a creer que lo ocurrido en Cuba el 11 de julio y en "las réplicas" de días posteriores se limitó a actos de vandalismo, pillaje e indisciplina social llevados a cabo por elementos delincuenciales.

Sin duda eso sucedió, pero no fue "lo que ocurrió". En los canales de la televisión nacional se han difundido imágenes pavorosas de individuos violentos lanzando cócteles molotov, volteando patrullas policiales y sobre todo asaltando tiendas que operan en moneda libremente convertible. Quienes cargan botellas de refrescos, equipos de climatización, incluso colchones, actúan de forma similar a otros en Santiago de Chile, Quito, Cali o Washington.

La diferencia es que los vándalos de allá afuera asaltan tiendas con la convicción de que el sistema les provee de ciertos derechos y violan la ley a sabiendas de que otras leyes los protegen

La diferencia más significativa, desde la óptica de la propaganda oficial, es que en aquellos países capitalistas es "el pueblo indignado" el que arremete contra el sistema tomando la justicia por su mano, pero cuando ocurre en Manzanillo, en Cárdenas o en Güines, se trata de la escoria social atentando contra los intereses del pueblo.

Por ser tan grosera la simplificación de los hechos, cada vez son menos quienes se identifican con estas interpretaciones. Es tan absurdo presentar los hechos vandálicos como muestra de las protestas donde pacíficamente se reclamaba libertad como absurdo sería reducir las manifestaciones de apoyo a la revolución triunfante del primero de enero de 1959 exponiendo exclusivamente los destrozos sobre los casinos de juego o los mandarriazos con que fueron destruidos ese día los parquímetros de La Habana. ¿O acaso aquello no califica de vandalismo?

La diferencia es que los vándalos de allá afuera asaltan tiendas con la convicción de que el sistema les provee de ciertos derechos y violan la ley a sabiendas de que otras leyes los protegen. Acá adentro, hombres y mujeres de todas las edades y razas quebrantaron puertas y rompieron vidrieras de unas tiendas donde no pueden comprar por carecer de acceso a las divisas.

Al dar el paso de transgredir las rígidas reglas de la conducta apropiada del "hombre nuevo" no estaban pensando en que la siempre implacable justicia revolucionaria les perdonaría ese desliz. Lo más probable es que creyeron que había llegado el fin y que, a falta de casinos de juegos o parquímetros, esta sería la manera de celebrar su particular primero de enero.

La pregunta que debieran hacerse los que mandan en la Isla es cómo es posible que haya tanta gente en toda Cuba con la percepción de que "esto" se acabó.

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