Las verdaderas incógnitas del congreso del PCC: ¿habrá sal, frutas y vacunas?
La mayor importancia que se le atribuye al evento es que en él se consagrará el esperado relevo generacional
La Habana/Al margen de profecías triunfalistas y vaticinios delirantes todo parece indicar que en un par de semanas se conocerán los acuerdos del Octavo Congreso del Partido Comunista de Cuba (PCC).
Como ya es casi seguro que Raúl Castro dejará el cargo de primer secretario del partido y muy probablemente el designado sea Miguel Díaz-Canel, una de las preguntas que se hacen los interesados en estos asuntos es a quién elegirán como segundo secretario del PCC en el caso de que se decida jubilar también a Machado Ventura.
El analista Julio Aleaga, conocedor de estos detalles, asegura que el cargo dejará de existir, entre otras razones porque esa instancia fue un invento de Fidel Castro para asegurar que ante cualquier imprevisto su sucesor sería su hermano Raúl. Advierte Aleaga que cuando se revisa la estructura de los diversos partidos comunistas que han estado en el poder se nota que uno de los pocos "aportes" del caso cubano es la figura del segundo secretario, lo demás califica como puro mimetismo.
Hace casi 15 años, cuando Fidel Castro hizo pública su Proclama al pueblo de Cuba, delegó en su hermano "con carácter provisional" sus funciones como presidente del Consejo de Estado y del Gobierno y las de primer Secretario del PCC.
Cuando se revisa la estructura de los diversos partidos comunistas que han estado en el poder se nota que uno de los pocos "aportes" del caso cubano es la figura del segundo secretario
El limbo de la provisionalidad concluyó en dos momentos cruciales: en 2008 cuando Raúl Castro asumió formalmente la presidencia y en 2011, cuando el Sexto Congreso del PCC lo elevó oficialmente al rango de primer secretario. En ambas ocasiones Machado Ventura sustituyó al menor de los Castro en las segundas posiciones.
Mucho se ha especulado si el ascenso de Machadito, como le llaman sus amigos, obedeció a una imposición del máximo líder para apoyar o mantener a raya a su hermano o si fue una condición propuesta por el propio Raúl Castro. Lo cierto es que este ya nonagenario dirigente político ha ocupado un rol de primer nivel en los últimos años.
La mayor importancia que se le atribuye al evento que se iniciará el 16 de abril es que en él se consagrará el esperado relevo generacional. En esta escena nadie espera una modificación sustancial en el guion, solo un cambio en el nombre de los protagonistas.
A largo plazo (esa indeseable fórmula temporal), cuando ya no queden vestigios de la vieja guardia, los recién llegados a la sala de los timones podrían imprimir su impronta personal y deshacerse de cualquier compromiso de continuidad juramentado en vida de los históricos.
Los que apuestan por los cambios graduales venidos desde arriba le prestan mucha atención a la forma en que quede compuesta la nueva nomenclatura.
Un mando único vertical dejaría en manos de un solo líder la decisión de la dirección, profundidad y velocidad de los cambios, sea para bien o para mal. En cambio, un mando colegiado, donde predominen las fuerzas conservadoras, puede ralentizar cualquier proceso de transformación.
En el primer caso, si el que está en la cúspide con todos los hilos en la mano sale de circulación de forma inesperada, digamos que resbala en la bañadera, su suplente de oficio tendría una oportunidad histórica. Aún no se hacen conjeturas sobre el nombre de los posibles candidatos y ni siquiera se sabe si el puesto de segundo secretario desaparecerá.
Atendiendo a que, según la Constitución vigente, al PCC le corresponde la toma de decisiones más importantes en todos los ámbitos de la vida nacional y observando la crisis que afecta al país, se sobreentiende que en la población debiera haber una gran expectación para despejar las incógnitas de la magna cita partidista. Pero no ocurre así.
Se sobreentiende que en la población debiera haber una gran expectación para despejar las incógnitas de la magna cita partidista. Pero no ocurre así
Las personas que se atreven a hablar en voz alta (que cada vez son más) cifran sus esperanzas en asuntos de otra naturaleza, especialmente cuando se trata de las esperanzas en solucionar sus angustiosos problemas personales. Les importa el reinicio de los vuelos internacionales y la reapertura de las embajadas. Se asoman a la ventana para ver si hay cola en la farmacia; investigan cómo pueden pagar menos por el consumo de electricidad y cuáles son los caminos para encontrar alimentos a mejores precios y con menor riesgo de contagiarse en un tumulto.
A estas personas y a las que ni siquiera se atreven a hablar en susurros, les preocupa el aumento de la criminalidad y el prolongado tiempo que sus hijos o nietos no podrán asistir a la escuela; se preguntan por qué lo que informan los medios oficiales no refleja su realidad, cuándo y cómo se concretará la vacunación, por qué no hay frutas en los mercados, que pasó con el pescado, con el café, la leche; qué hacer para que le alcance la sal que cada tres meses le dan por el racionamiento.
Si se les pregunta si creen que no elegirán un segundo secretario en este Octavo Congreso, o si se les ocurre un nombre para dicha plaza, probablemente se encogerán de hombros con desgano e indiferencia.
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