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Las siete vidas de un gato llamado Revolución

En diciembre de 1961, Fidel Castro no solo traicionó todas sus promesas democráticas sino también su proyecto "verde como las palmas"

Cuatro años después de que Fidel se convirtiera en cenizas, su apellido cedía el trono a una nueva dinastía. (EFE)
Yunior García Aguilera

16 de agosto 2022 - 19:05

Madrid/¿Todavía existe la Revolución cubana? Para algunos terminó desde el momento exacto en que declaró su carácter marxista. Años antes, Fidel Castro, desde las páginas de Bohemia, acusaba a Batista de haber sido el candidato de los comunistas en el 40 y de salir en fotos con Blas Roca y Lázaro Peña. Los socialistas, a su vez, criticaban el asalto al Moncada llamándolo provocador, aventurero y putschista, desde las páginas del Daily Worker en Nueva York. Incluso, un periódico chileno de ultraizquierda afirmaba que la CIA había organizado los sucesos del 26 de julio en Cuba.

En La historia me absolverá no hay una sola alusión al marxismo. Desde la Sierra Maestra, Fidel negaba al periodista Herbert Matthews cualquier presencia de esas ideas en su movimiento. Y luego de 1959, volvería a jurar ante la prensa y ante todo el pueblo, en inglés y en español, su rechazo definitivo al comunismo. Relacionarlo con esa ideología era para él "una campaña canallesca".

Pero el desplante que Eisenhower le hiciera a Castro en su visita a Estados Unidos, motivaría a Jrushchov a enviar un emisario. El corrimiento hacia el rojo de la Revolución no era fruto de convicciones, muchísimo menos de un reclamo popular. Era el resultado de un ego herido. Era también la solución pragmática de un pandillero: si iba a pelearse con el bravucón del barrio, debía aliarse con otro bravucón que tuviera el peso y el tamaño de su enemigo.

El fusilamiento del general Ochoa, Héroe de la República, junto a otros tres oficiales, constituía un escarmiento alto y claro

En diciembre del 61, Fidel Castro no solo estaba traicionando todas sus promesas democráticas, también estaba matando a su proyecto "verde como las palmas" para convertirlo en otra cosa.

Comenzaba así otra revolución, una que despertó simpatías en muchos intelectuales de izquierda que veían la posibilidad de blanquearle al socialismo la mancha de Stalin. "En Cuba será diferente", afirmaban. Aunque perderían su entusiasmo en 1968, cuando el amante barbudo mostró los pelos de su pecho. La Ofensiva Revolucionaria era irracional y extremista. La censura se ensañaba contra los poetas. El Che moría desaliñado y solo en una Bolivia que no supo ni quiso acompañarlo. Fidel aprobaba la entrada de los tanques soviéticos en Praga. Aquel año era el fin de otra revolución: la romántica.

En 1976 se consolidaba un Estado que era un calco del modelo burocrático de los países de Europa del Este. Cuba se convertía oficialmente en satélite, rubricando sus nupcias con la URSS en el mismísimo texto constitucional. La retórica y la liturgia del credo leninista llegaban a su orgasmo en un país que, apenas unos años antes, no sabía decir tovarisch ni spasivo.

Ese régimen, aparentemente sólido, sobrevivió a la crisis del Mariel en el 80, pero al final de la década volvía a morir. La perestroika y la glasnost encontraban simpatizantes también entre las filas cubanas. Pero la cúpula no estaba dispuesta a ceder ni un milímetro de su control absoluto. El fusilamiento del general Ochoa, Héroe de la República, junto a otros tres oficiales, constituía un escarmiento alto y claro. Poco después fallecía en prisión el general Abrahantes, ex ministro del Interior y jefe de la escolta de Fidel. Para el pueblo y para la opinión internacional, se trataba de un tema relacionado con las drogas; para las fuerzas reformistas que habitaban palacio, era un ultimátum.

Cuando Castro se quitó su uniforme y se disfrazó de caballero para recibir a un Papa, arrancó una nueva etapa en el ciclo felino

Se iniciaba así la quinta vida de un gato llamado Revolución. Y el felino tenía que sobrevivir, triste y rojo, sobre un tejado de zinc caliente. Por primera vez el pueblo se lanzó a las calles a desafiar al régimen. Y luego se lanzó al mar a escapar en cualquier cosa que flotara. La economía tocó fondo y los estrategas regresaron al sueño batistiano de llenar el país de hoteles. No había milagro capaz de multiplicar panes y peces, solo se multiplicaban las penas y las putas.

Cuando Castro se quitó su uniforme y se disfrazó de caballero para recibir a un Papa, arrancó una nueva etapa en el ciclo felino. Una era de nuevos optimismos, porque llegaría también la Marea Rosa, con Chávez, Evo, Lula, Correa y Kirchner tomados de la mano. Y el gato se creyó inmortal.

Pero la muerte física también les pone fin a los períodos. Y cuatro años después de que Fidel se convirtiera en cenizas, su apellido cedía el trono a una nueva dinastía. Solo que el Hombre Nuevo resultó ser tan torpe como aquel Golem del poema de Borges. Y hoy, desde la oscuridad más literal, el gato cuenta ya sus últimos días.

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