Vindicación de Cuba

CUBA Y LA NOCHE

Miguel Díaz-Canel, el dictador cubano designado por Raúl Castro, exige vindicaciones, con suerte le tocará el olvido

El presidente cubano Miguel Diaz-Canel junto al General de Ejército Raúl Castro Ruz.
El presidente cubano Miguel Diaz-Canel junto al General de Ejército Raúl Castro Ruz. / Estudios Revolución
Yunior García Aguilera

26 de diciembre 2024 - 11:13

Madrid/Miguel Díaz-Canel, el dictador cubano designado por Raúl Castro, ha exigido a sus lacayos que lo vindiquen. Obviamente no se trata de defender a Cuba y su significado profundo, todo lo contrario. Su reto consiste en que, aquellos a los que él mismo aplasta, encuentren argumentos para elogiar la suela de sus zapatos. Y lo peor es que lo hace después de insultarnos prácticamente a todos, luego de admitir “sentir vergüenza por los cubanos y cubanas” que lanzamos nuestro enojo en las redes sociales.

El burócrata se ha ganado muy bien el apodo que circula de boca en boca por toda la Isla. Sus discursos dejan al desnudo la decadencia de una narrativa obsoleta, carente de objetividad y saturada de excusas. Su único plan para mantenerse en el poder, consiste en exprimir los bolsillos de ese mismo exilio al que desprecia, pero con el que espera dolarizarse. Mientras, los que no han podido escapar, tendrían que conformarse con guapear entre baches y escombros, o seguir buscando en los tanques de basura algún pequeño trozo de optimismo.

La mediocridad del testaferro de los Castro no solo se refleja en la torpeza de su oratoria, sino, sobre todo, en la incompetencia de su gestión

La mediocridad del testaferro de los Castro no solo se refleja en la torpeza de su oratoria, sino, sobre todo, en la incompetencia de su gestión. Cada año de su mandato ha sido peor que el anterior y el abismo pareciera no tener fondo. El último quinquenio ha visto el mayor éxodo masivo, los apagones más largos, las protestas más grandes de nuestra historia. La pobreza extrema aumenta al mismo ritmo que la violencia y el consumo de drogas entre los más jóvenes. Incluso los desastres naturales, que podrían atribuirse a la mala fortuna, acrecientan su letalidad debido al deterioro de todas las estructuras e instituciones del país.

Este linaje dictatorial que se acerca ya a sus siete décadas de crisis permanente, encuentra su epílogo en el sandrocastrismo. Para nadie es un secreto que la élite del régimen disfrutó siempre de lujos aristocráticos. Fidel, Raúl, la alta nomenclatura y sus familias ocuparon desde el principio las despampanantes mansiones de la burguesía desplazada y gozaron de estilos de vida comparables solo con jeques, reyes o capos. Pero procuraron blindar la obscenidad de sus privilegios y aparentar cierta austeridad. El sandrocastrismo, por su parte, se hartó de fingir. Los herederos sienten un impulso incontrolable por postear sus lujos y dejar constancia de su superioridad dinástica. Y la plebe… que se aguante.

Por otra parte, los canelistas sin pedigrí exigen a gritos un trocito del pastel. Personajes como Michel Corona o Pedro Jorge Velázquez carecen de apellidos, pero van sobrados de oportunismo. No tienen sangre azul (ni verde olivo), pero esperan algún palancazo que les asegure Ladas y pasaportes. Nunca serán parte de la casta real, pero se conforman con pasearse por los pabellones de Palacio. Ignoran que carecen de la intocabilidad de un Sandro o un Cangrejo (Raúl Guillermo Rodríguez Castro). Ellos pertenecen a otro grupo, el de los Lage, Pérez-Roque, Gil o Perdomo. Siempre serán tronables. Sus privilegios dependerán única y exclusivamente de su nivel de obediencia. Deberán cuidarse el resto de sus vidas de que algún infante les ponga mala cara o de que otros cortesanos les “serruchen el piso”.

El sandrocastrismo, por su parte, se hartó de fingir. Los herederos sienten un impulso incontrolable por postear sus lujos y dejar constancia de su superioridad dinástica

¿Es esa la Cuba que Díaz-Canel quiere que se vindique? Si Martí volviera a la vida lo retaría a duelo. Es obvio que el dictador ni siquiera leyó Vindicación de Cuba, más allá del resumen de EcuRed que le enseñaron en la Ñico López. Muchísimo menos reparó en los dos artículos (en The Manufacturer y The Evening Post) que motivaron al Apóstol a escribir su réplica. Tampoco conoce precedentes como Cuba y sus Jueces, de Raimundo Cabrera, como respuesta al panfleto Cuba y su gente, firmado por un tal Francisco Moreno, en 1887. Vindicar a Cuba jamás consistió en defender el yugo que oprimía a los cubanos ni en justificar el modelo político impuesto en la Isla. Todo lo contrario. Se trataba de exaltar el coraje de una nación que luchaba por su libertad, con pluma o machete. Se trataba de hacer justicia con la valentía de un pueblo que, aunque no lograba aún derrocar al tirano, no se cansaba de intentarlo.

El bajo coeficiente intelectual del primer secretario del castrismo no le permite darse cuenta de lo tremendamente peligroso de su reto. Es un búmeran. Otro funcionario del aparato, Abel Prieto, zarandeó a los miembros de la Asociación Hermanos Saíz el pasado lunes para que se apresuraran a cumplir la orientación partidista. Conociendo cómo funcionan ellos, es de esperarse que aparezcan varios mamotretos “espontáneos” en los próximos días. A Martí, sin embargo, nadie tuvo que encargarle la tarea.

Todo dictador ha contado siempre con esbirros y bufones. Incluso los personajes más nefastos se han creído merecedores de elegías. El propio Hitler culminaba su defensa ante los tribunales de Leipzig, en 1924, con las siguientes palabras: "Los jueces de este Estado pueden condenarnos tranquilamente por nuestras acciones; mas, la Historia, que es encarnación de una verdad superior y de un mejor derecho, despreciará un día esta sentencia, para absolvernos de toda culpa". La misma Historia que condenó a Hitler acabará poniendo al castrismo en el lugar que se merece. Ninguno encontrará absolución.

En cuanto a un mequetrefe como Díaz-Canel, que exige vindicaciones, con suerte le tocará el olvido. La Historia casi siempre ignora a los meros continuistas. Cuando esta pesadilla acabe, Cuba realmente se vindique y pasen varias décadas, ningún examen de Historia preguntará por él.

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