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Cuando la violencia pasa factura

Playa Baracoa.
Víctor Ariel González

17 de febrero 2015 - 06:45

La Habana/El de herrero siempre ha sido un oficio muy extendido en Cuba. Desde la colonia, las rejas han formado parte de la arquitectura criolla, pero en los últimos tiempos su uso ha dejado de limitarse a puertas o ventanas. Ahora hasta con balcones, patios y terrazas encerrados, los cubanos sólo nos sentimos seguros si dormimos detrás de nuestros propios barrotes, dentro de casas-fortalezas.

Lo peor es que existen motivos y ninguna precaución es excesiva. Las rejas no son por mero antojo, sino porque vivimos en una sociedad violenta. Tanto así, que hoy se ha dado a conocer la sentencia para quienes meses atrás asesinaron a cuatro personas en Playa Baracoa, al oeste de La Habana. Motivo del crimen: robar el dinero que las víctimas pagarían para irse del país. Buscando una vida mejor, gente inocente sufrió una muerte espantosa.

Ponerlo en la televisión o los periódicos como un hecho aislado es tema aparte. La incompetencia y el secretismo de los medios de comunicación oficiales daría mucho material para otros artículos. No convertirlo en titular es relegar a segundo plano una información que describe la realidad nacional mucho mejor que la propaganda ideológica. Es incluso irresponsable. Pero este es tan solo uno de tantos mensajes descifrables en la noticia publicada este lunes acerca de la sentencia sobre el caso Baracoa.

La realidad descrita por los sucesos del pasado junio contiene la tragedia de la emigración insegura y masiva. Las muertes fueron el desenlace de la aventura en la que se enrolaron las víctimas con tal de escapar de Cuba. ¿Cuántos cubanos han sufrido un destino similar en su afán por encontrar una nueva vida? Claro, siempre se puede ser lo suficientemente cínico como para culpar a la Ley de Ajuste.

La aplicación de la ley es en extremo circunstancial: hace unos doce años, tres jóvenes secuestraron una lancha para intentar llegar a EE UU. Fueron fusilados

Otro mensaje implícito es el contraste de las condenas con medidas penales adoptadas en el pasado para casos de intento de salida ilegal. En Cuba la aplicación de la ley es en extremo circunstancial: hace unos doce años, tres jóvenes secuestraron una lancha cargada de pasajeros para intentar llegar a EE UU. No lo lograron, y aunque nadie resultó herido en los sucesos, los secuestradores fueron fusilados inmediatamente por el Estado.

Por su parte, según se describen ahora los hechos de hace unos meses en Baracoa, una a una las víctimas fueron llegando a un apartado y oscuro potrero donde esperarían a ser conducidas a una embarcación que nunca llegó. Una a una, acaso en el mismo orden, iban siendo asesinadas a sangre fría. ¿Hasta dónde habrían llegado los matones de no haber sido detenidos?

Las máximas condenas que han recibido los carniceros de Playa Baracoa –que en este caso sí mataron, con crueldad añadida– fueron cadenas perpetuas. Los delincuentes tienen asegurado hasta el derecho de casación, como corresponde. Pero comparando este caso con el resultado del secuestro hace doce años de embarcaciones para salir de Cuba, una vez más queda claro que aquellos fusilamientos constituyeron medidas desproporcionadas. Sin ánimo de adoptar una posición sobre la pertinencia o no de la pena capital, ¿por qué antes sí y ahora no?

Las interpretaciones sobre esta tragedia son ilimitadas. En la opinión de este escribiente, todo indica que vivimos en una sociedad enferma. Y si bien es cierto que en cualquier país hay crímenes horrendos, las particularidades de éste arrojan luz sobre qué debemos arreglar para que Baracoa sea sólo otro pueblito acogedor con una playa tranquila; en fin, para que la violencia no siga pasando factura.

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