Los muchos rostros del buquenque
La Habana/Al atravesar a pie el Parque de la Fraternidad, en medio del bullicio de La Habana, se escucha el pregón de voces masculinas avisando posibles destinos de viaje hacia diversos lugares de la capital. Cerca del Palacio de Aldama gritan que quedan dos espacios para Boyeros y Santiago de las Vegas. Un poco más a la izquierda, bajo la sombra de los laureles, invitan a ir hasta el Cotorro y ya casi llegando al Capitolio anuncian los carros para Alamar. Se trata en su mayoría de autos norteamericanos Chevrolet, Ford, Plymouth, Oldsmobile, fabricados antes de 1960 con la excepción de algún que otro Lada o Moskvitch que se dedican a un singular transporte que mezcla las características del taxi y el ómnibus.
A este tipo de transporte le dicen popular y genéricamente almendrones, que por 10 o 20 pesos nacionales (según la distancia a recorrer) transcurren por rutas fijas. Allí en los puntos de origen de dichas rutas apareció un día impreciso una figura novedosa, un personaje cuya función es atraer clientes para los almendrones y que todos conocen como “buquenque”.
Durante mucho tiempo los buquenques medraban al margen de la ley, cobrándole (tumbándole dicen algunos) 5 pesos nacionales a cada chofer por el servicio de convocar pasajeros, pero desde hace poco la legislación que ampara el Trabajo por Cuenta Propia les abrió un espacio. Claro que no le llaman buquenques, sino que el oficio aparece registrado con el número 53, en una lista de 201 actividades, como “Gestor de pasaje en piquera”. En la “descripción del alcance” prescrita por la ley se define su contenido laboral de esta forma: “Gestiona pasajeros para cubrir la capacidad de los vehículos en las piqueras autorizadas para ello por el Consejo de la Administración correspondiente”. Si se registra debidamente deberá abonar al fisco 80 pesos moneda nacional cada mes.
Dicho así, uno se lo imagina con cuello y corbata y hasta con una página web para hacer reservaciones, pero no se trata de eso, sino de una puja a viva voz, muchas veces innecesaria, donde el volumen de los gritos, sumado a cierto aire autoritario, casi conmina al pasajero a subir al auto.
Un personaje cuya función es atraer clientes para los almendrones y que todos conocen como “buquenque”
El sabio cubano Argelio Santiesteban en su singular diccionario El Habla Popular Cubana de hoy (Editorial Ciencias Sociales, 1997) define la palabra buquenque como “Alcahuete, adulador”, pero algunos conductores de autos pudieran definirlos como una plaga de parásitos. Al menos eso es lo que piensa Agustín Pérez: “Cuando llego al final del trayecto, no me detengo en la parada inicial, sino que recojo pasaje en el camino, siempre hay gente necesitada de hacer el viaje desde lugares intermedios. De esa forma me ahorro los cinco pesos y evito tratar con esos tipos”. Óscar Rodríguez no paga licencia como taxista y por eso evita los inspectores, aunque ha calculado que es más negocio ir por las rutas de los boteros autorizados. “A los buquenques no les importa si tengo licencia o si ando por la izquierda, lo de ellos es que les den sus cinco pesitos y lo mío es no demorarme en la piquera”.
La actividad de “gestor de pasajeros” se extiende al ámbito interprovincial. Por eso, a un costado de la Terminal de Ómnibus de La Habana se les ve proclamando ciudades del interior. Las más populares son Pinar del Río, Santa Clara y Matanzas, pues más lejos no da negocio hacer el viaje. Allí los buquenques están aparentemente más organizados y, cuando el que coordina los viajes a Pinar del Río descubre un pasajero que desea ir a Cienfuegos o a Varadero, le avisa al buquenque correspondiente, más en busca de reciprocidad que por ser solidario.
Buscándose problemas con choferes y pasajeros, el buquenque se pasa horas en la calle, muchas veces sin contar con la cercanía de un baño público y teniendo que comer cualquier cosa que aparezca. Es uno de esos personajes de estos tiempos que corren en los que las mínimas aperturas del gobierno han creado mediocres válvulas de escape. Algunos lo aceptan como una oportunidad más o menos divertida en la que pueden mostrar sus dotes para el marqueting, como es el caso de Leopoldo. “A los 15 días de haber salido de Guantánamo y sin tener ni siquiera donde dormir aquí en La Habana, me encontré este trabajo y no lo suelto por nada. Ahora estoy alquilado en un cuarto y antes que se acabe el año me compro algo. Después traigo al resto de la familia. Aquí, entre estos lobos, he aprendido a defenderme”.
Los transeúntes pasan indiferentes a los dramas y comedias que se entretejen tras los telones de esta profesión donde hay que saber mostrar un rostro feroz a los competidores y otro amable a los clientes, sin confundir nunca los papeles.