Diálogo con un 'empresario' cubano
La Habana/Desde el inicio de las reformas raulistas, pocos "negocios" se han mantenido funcionando con tanta regularidad como el de los vendedores ambulantes de productos del agro, popularmente conocidos como "carretilleros".
No es que la tengan fácil. A lo largo del último mes, por ejemplo, los carretilleros de Centro Habana, en particular los del Consejo Popular Pueblo Nuevo –que abarca la zona que se extiende entre las calles Zanja, Infanta, Belascoaín y Manglar– han sufrido el acoso permanente de los inspectores y varios operativos, en los que usualmente intervienen, junto al enjambre de inspectores, la policía uniformada y también enmascarada de civil, todos con sus armas al cinto, creando en el barrio un ambiente tenso de ciudad sitiada.
Comúnmente, en estos episodios se produce el decomiso de alguna carretilla y de la mercancía, además de la fuerte multa que se impone al presunto trasgresor. Los motivos varían desde la violación real o supuesta de las reglamentaciones para ese tipo de comercio hasta otras "figuras" como desacato a la autoridad, cuando el infractor (o sospechoso de ello) se resiste al decomiso o discute con las autoridades. En todos los casos el drama se produce en medio de la vía pública, produciendo aglomeraciones y alteraciones del orden.
Entre la impunidad de unos y la indefensión de otros
Yosiel es un veinteañero que optó por la modalidad de "carretillero" desde el año 2011, cuando se comenzaron a entregar las licencias para ello. Años atrás se graduó como técnico medio, pero nunca trabajó para el Estado. Es despierto e inteligente y tiene eso que llaman "don de gente", así que pronto se hizo de una clientela bastante numerosa. Los proveedores particulares (intermediarios) le traían todos los productos desde el campo hasta la puerta de su casa, cuando aún no existía mercado mayorista. "Al principio ellos me fiaban, pero ya puedo pagarles al cash", me dice. Aunque, aclara, ahora es ilegal comprarles a estos particulares: hay que acudir al mercado mayorista, en las afueras de la ciudad y guardar cola en las madrugadas hasta que llegan los camiones con la mercancía que los carretilleros deberán transportar por sus propios medios. "Lo que se supone ahorraríamos con la apertura de un mercado mayorista, lo gastamos en el transporte. Sin contar con el tiempo que se pierde en la gestión. No hay manera de ganar con esta gente".
Las trabas oficiales rayan en el delirio. Un par de años atrás las autoridades trataron de estandarizar las carretillas e impusieron que se las compraran al Estado. El pretexto oficial se basó en cuestiones de estética, puesto que los comerciantes echaban mano a cualquier artefacto rodante, muchas veces un tosco amasijo de cabillas oxidadas con un precario entarimado de tablas sucias, que –en efecto– afeaban la ciudad.
El reglamento oficial establece un cúmulo tal de normas absurdas, que resulta imposible librarse de multas
Sin embargo, las "carretillas de Raúl", como las bautizó el gracejo popular, además de ser excesivamente caras (800 pesos CUP), solo medían 1 metro cuadrado –un espacio muy limitado y poco práctico para la exposición y venta de los productos–, eran de mala calidad, por lo que se rompían fácilmente por el peso que debían soportar y se desarmaban al tropezar con los habituales baches de las calles. El experimento fracasó, y cada carretillero continuó agenciándose su propio armatoste.
El reglamento oficial establece un cúmulo tal de normas absurdas, que resulta imposible librarse de multas. Por ejemplo, los carretilleros son considerados "vendedores ambulantes", por lo que no pueden permanecer estáticos, so pretexto de que no pagan impuestos por el uso de la vía pública. Tampoco pueden estacionarse a menos de 50 metros de instituciones estatales, lo cual es irracional, al menos en una zona como centro Habana, donde casi en cada cuadra existe alguna de ellas. "Prueba a empujar por todo el barrio una carretilla cargada de viandas... aunque tenga las mejores ruedas", me desafía Yosiel. El subterfugio ideado por los carretilleros para burlar esta regla es suspender la venta y cubrir con una lona la carretilla en cuanto tienen conocimiento de que los inspectores andan cerca. "Nadie me puede decir que estoy violando lo establecido si no me cogen vendiendo. Pero no siempre libras tan fácil así. Hay inspectores que saben que tú radicas en ese punto, y de todas maneras te extorsionan, así que uno opta por darles dinero. Siempre es mejor soltarles 500 pesos a ellos que pagar una multa de 1500. Ya uno los conoce y sabe a cuál puede sobornar y a cuál no. Aunque la mayoría cae mansito cuando ve el billete. Al final, ellos saben que uno viola el reglamento, pero también que les llevamos a ellos la puya de corruptos", cuenta Yosiel. En teoría existen regulaciones que establecen el monto de las multas, pero éstas se aplican arbitrariamente.
El impuesto a pagar cuando Yosiel obtuvo su licencia era de 70 pesos mensuales, más el 10% sobre las ventas. No existe mecanismo alguno que permita establecer el monto de éstas, de modo que la cifra a pagar queda sujeta a la inicua consideración de las autoridades de la Oficina Nacional de Administración Tributaria (ONAT), y éstas –por supuesto– prefieren pecar por exceso a la hora de hacer su "estimado". A partir de 2013 –sin explicación alguna– se elevó el impuesto a 200 pesos mensuales (un 185% de incremento sobre el tributo original) y también se han establecido nuevas regulaciones que aumentan la presión sobre los comerciantes. La indefensión del sector es tan abrumadora como la impunidad de las autoridades.
A partir de 2013 (...) se elevó el impuesto a 200 pesos mensuales (un 185% de incremento)
Para provocar a Yosiel le señalo que los precios de los productos de las carretillas están muy elevados. "Es verdad, pero también compramos caro, y las cooperativas que han abierto tienen aproximadamente los mismos precios que nosotros. Hay más gente vendiendo, pero la producción en el campo no ha aumentado, así que los precios van a seguir altos. El que se beneficia es el Estado, porque hay más cuentapropistas pagando impuestos. La gente a veces protesta, pero no sacan la cuenta de que nosotros somos los que invertimos, los que corremos los riesgos de perderlo todo si nos decomisan, los que pagamos sobornos y también impuestos. A ver, ¿por qué la gente no se queja por los precios que hay en la shopping?".
Le pregunto por los decomisos, y contesta que ocurren cuando hay "operativos", como el que hubo hace pocos días y que él pudo fotografiar con disimulo, utilizando su móvil y procurando no ser detectado por las autoridades. Fue en la calle Árbol Seco, entre Carlos III y Estrella, justo al costado del mercado en CUC. "La policía montó la carretilla y la mercancía en la cama de un camión y arrancaron con todo hasta la estación de policía de Zanja. Casi todos los policías estaban de civil, aunque no escondían las pistolas, que las llevaban al cinto, aquí atrás", se señala la espalda, sobre los riñones. "Les gusta intimidar y cometen muchos abusos, pero sin pistolas no son nada. Son unos pencos".
El decomiso fue por comerciar junto a un mercado estatal. Se supone que lo decomisado en operativos, carretillas y productos, no se devuelve, pero Yosiel dice que para eso están los mecanismos de la corruptela policial: si "untas" al eslabón correcto, tendrás de vuelta tu carretilla. La mercancía no, esa es "perecedera", y hace un gesto con la mano hacia la boca abierta, dejando claro lo ocurrido con los productos decomisados. "¡Tú sabes el hambre que pasa la policía en La Habana!".
Sin embargo, entre los cuentapropistas que han devuelto sus licencias no se encuentran los carretilleros. Los que no la tienen ya es porque se las han retirado "por violaciones reiteradas del reglamento". En la relativa estabilidad del sector incide la naturaleza misma de la actividad: la inversión inicial es menor, y tampoco es lo mismo vender productos del agro que artículos de otro uso, como ropas o zapatos, por ejemplo. "Ningún inspector puede probar que el racimo de plátanos que vendes es mercancía ilegal. Y no vendemos cosas de importación, ni artesanales ni de la shopping. Para lo mío no hay que viajar fuera de Cuba, pagar mulas ni pasar por la Aduana. Además, la gente necesita comer diariamente. Compras más comida que ropa o cualquier otra cosa, así que al final todo el mundo 'viene a morir' a la carretilla, y yo siempre vendo".
Yosiel hace una valoración de los tres años que lleva como "empresario" y habla con total sinceridad sobre sus aspiraciones. "La verdad es que no he podido levantar cabeza como esperaba. No se puede prosperar con tantas trabas, y cada vez la ponen más difícil. Yo estoy pensando en otras opciones adicionales, porque en todo este tiempo me he matado luchando para salir adelante y, aunque tengo ganancias, no he logrado ahorrar lo suficiente para cumplir mi meta. Cualquier día puede aparecer un inspector 'hp' o un operativo de esos y me parte las patas. ¿Cuál es esa meta?, la misma de casi todos los jóvenes que conozco: emigrar. Y lo voy a hacer, de seguro, a como dé lugar. Cada día me convenzo más de que este país me queda corto. A mí me gusta trabajar y ganar dinero, allá sé que saldré adelante. Yo apuesto por mí".