El drama póstumo de Tatica por la falta de recursos en la funeraria de Cienfuegos
Cuando la abuela de Tania murió a mediados del mes de noviembre, la familia se sintió triste pero en paz. Los problemas llegaron después
Cienfuegos/"Y las apetecidas tazas de chocolate/ serán sabrosas pausas en la conversación", así describía su propio velorio, hace más de un siglo, el poeta cubano Rubén Martínez Villena en Sainete póstumo. La escena en nada se parece al panorama en la principal funeraria de Cienfuegos, ubicada en el céntrico Prado de la ciudad, donde faltan el café, las coronas de flores y hasta los empleados.
Cuando la abuela de Tania murió a mediados del mes de noviembre, la familia se sintió triste pero en paz. "Era casi centenaria y tuvo una vida llena de amor, junto a sus hijos y sus nietos", cuenta la mujer a 14ymedio. "Ella se había dormido y a la hora en que normalmente se levantaba nos dimos cuenta de que había fallecido. Hasta ahí todo tranquilo, el problema llegó después".
La anciana, que había participado en innumerables velorios a lo largo de su vida, le dictó a la familia unas estrictas ordenanzas de cómo proceder tras su muerte. Las rosas, el tipo de flores que más le gustaban, debían estar en alguna de las coronas cerca del ataúd. La cinta no debía decir su nombre oficial sino el cariñoso Tatica con el que la conocían todos. El entierro tenía que ser cerca de la tumba de sus padres.
Con el paso de los años, la familia convenció a Tatica de que las rosas eran muy difíciles de conseguir y que era posible que no le tocara la sepultura tan próxima al panteón familiar, dado que dependían de un espacio público para el enterramiento. A todo cedió la complaciente señora pero no transó en un punto: "Hay que traer a mis primas desde Abreus y Rodas para que estén aquí para despedirme".
Así que cuando la familia encontró a Tatica muerta en la cama se dispuso a cumplir algunas de aquellas pautas. Eran cerca de las 7:30 am cuando un médico del cercano policlínico certificó la muerte y los nietos llamaron a los servicios fúnebres para que recogieran el cadáver. "El único carro disponible estaba para el municipio Cruces para buscar otro cuerpo así que no llegó hasta pasadas las 11 am", detalla Tania.
"Cuando llegamos a la funeraria no había formol para preparar el cuerpo y que pudiera aguantar hasta que las primas de mi abuela, muy ancianas las dos, pudieran llegar para el velorio". Mientras una parte de los familiares se movilizaba en busca del necesario compuesto químico, una acción que pasaba por dejar caer unos cuantos billetes en las manos indicadas, los otros se concentraron en el posterior entierro.
Bregar con los obstáculos y la burocracia no fue nada fácil. La falta de personal, que afecta todos los servicios públicos en la Isla, es especialmente dramática en el entramado fúnebre. Los bajos salarios, las malas condiciones de trabajo y el éxodo hacia otras ocupaciones o hacia el extranjero han menoscabado el número de empleados en funerarias, cementerios y crematorios del país. "Por horas y horas nadie nos atendió, nadie nos dijo qué pasaba", lamenta Tania.
El tiempo comenzaba a pasar factura en los parientes de la difunta. En el local, espacioso y de recia arquitectura en la que se mezclan el estilo neoclásico y el art déco, las pocas capillas que están funcionando disponen de apenas unos metros cuadrados. "No se pueden poner los aires acondicionados ni los ventiladores porque estamos en plan de ahorro de electricidad", sentenció una trabajadora cuando los nietos de Tatica se quejaron del calor.
En el amplio patio interior se fueron reuniendo los parientes para escapar del sopor del edificio y se toparon con otros dolientes en la misma situación. "Nosotros estamos aquí desde anoche, nos han comido los mosquitos, pero es que no hay suficientes ataúdes y hay que esperar", comentó una mujer que sacó un termo con café y se dio un sorbo. "Me lo trajo mi hijo porque aquí, ni pagando, le cuelan a uno un buchito".
Tradicionalmente, en los funerales cubanos nunca faltaban los intrusos que se acercaban a la caja a curiosear fingiendo conocer al difunto, los chistes de mal gusto que se decían en las altas horas de la madrugada y los buchitos de café que mantenían a los dolientes con los ojos abiertos durantes largas horas. Incluso, las funerarias tenían una asignación oficial de café que el tiempo y la crisis primero redujeron y luego hicieron desaparecer.
Pero el ritual de las tazas no es lo único que se ha evaporado, las flores y coronas fúnebres van camino también de la extinción. "El mismo empleado estatal que me dijo que no tenían material ni flores para hacer las coronas, me recomendó un negocio privado, aquí cerca, que las hace a la medida", recuerda Tania. Por 5.000 pesos cubanos la nieta pudo cumplir la promesa que hizo a su abuela: "No pude pagar por un cojín de rosas porque estaban muy caros, pero al menos la banda de papel decía Tatica como ella quería".
Mientras tanto, las dos primas ancianas, trasladadas desde Rodas y Abreus tras pagar una buena suma, esperaban sentadas en los bancos del patio de la funeraria. Cerca de las 8:00 pm y bajo un apagón que convirtió las capillas en cuevas oscuras y calurosas, el cuerpo de la difunta pudo ser velado hasta cerca de las 11:00 pm. "No se veían ni las manos, mi hermano tuvo que ir hasta la casa y traer una vela, pero otras familias no tenían nada, estaban allí en la oscuridad con sus muertos".
El corte eléctrico no impidió que un trabajador de la funeraria se acercara al ataúd pocos minutos antes de que lo trasladaran al interior y retiró el cristal que permitía ver el rostro de la difunta. "Nada más que tenemos uno, así que hay que llevarlo para otra capilla donde lo están esperando", se disculpó el empleado que, con la habilidad de quien lo ha hecho muchas veces, desmontó el vidrio y se lo llevó en medio de la penumbra.
"Nuestra familia es grande porque ella tuvo siete hijos y entre ellos, sus parejas, los nietos y los bisnietos somos más de 50 personas", detalla Tania. “Al otro día, bien tempranito, para trasladar a toda esa gente no había ningún carro estatal que siguiera al carro fúnebre, los dolientes tuvimos que alquilar el transporte por nuestra cuenta". Gestiones van, gestiones vienen y otros miles de pesos depositados en los bolsillos correctos hicieron aparecer una vieja guagua Girón que logró llevar a parte de los parientes.
"No sé por qué siguen mandando entierros para acá, aquí no tenemos capacidad", refunfuñó el hombre
En el cementerio, un empleado los recibió con la mala nueva: "No sé por qué siguen mandando entierros para acá, aquí no tenemos capacidad", refunfuñó el hombre. Finalmente, llantos por un lado y otros billetes de moneda nacional por el otro, se resolvió que Tatica descansara en una tumba pegada a la tapia del camposanto. "Está lejos de sus padres, pero al menos la pudimos enterrar porque hubo un momento en que parecía que íbamos a tener que regresar con el cadáver para la funeraria".
Días después, cuando Tania repasa lo sucedido, calcula que todo el proceso costó más de 30.000 pesos. La cienfueguera asegura que desde ahora va a ir organizándose para cuando sus hijos y nietos tengan que darle el último adiós. "Voy a empezar a guardar algunas cosas como formol, café y un cristal cuadrado para el ataúd. Tendré que abrir una cuenta de ahorro para pagar las flores, porque no quiero dejarlos pelados como un plátano", ironiza.
Ninguna previsión resulta poca: "Ojalá que no tengan que llevar las sillas a la funeraria porque, como van las cosas, en unos años los parientes son los que van a tener que hacerle la autopsia al difunto".