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Fondos de EE UU para rescatar las Escuelas Nacionales de Arte de Cuba

Los edificios que conforman la Universidad de las Artes no han sido reparados a profundidad desde los años 60

Los estudiantes de las Escuelas Nacionales de Arte muchas veces tienen que tomar clases en otros espacios porque los salones destinados a la docencia están en pésimas condiciones. (14ymedio)
Luz Escobar

20 de octubre 2018 - 16:31

La Habana/Después de pasar el río Quibú y en medio de la hierba que crece sin control, emergen unas bóvedas de tono rojizo que parecen ruinas de una ciudad perdida. Son parte de las Escuelas Nacionales de Arte de Cuba que la Fundación Getty, de EE UU, quiere rescatar con una donación de 195.000 dólares, tras décadas de deterioro.

El grupo de edificios que hoy conforman la Universidad de las Artes, concebido a principios de los años 60 como las Escuelas de Artes de Cubanacán, acumula más de medio siglo apenas sin reparaciones ni inversiones. En ese tiempo se han realizado algunos arreglos puntuales, pero la falta de presupuesto obligó a cerrar varias de sus áreas.

La Facultad de Artes Visuales se conserva mejor, pero en el resto de los edificios el moho y las plantas crecen en las paredes y las cúpulas, una situación empeorada por los murciélagos y el vandalismo. Caminar por los pasillos de la escuela parece más un viaje a una excavación arqueológica que a un conjunto con menos de seis décadas.

A pesar del deterioro, el lugar todavía evoca aquella época de proyectos faraónicos en los que el Gobierno proyectó colocar a Cuba a la cabeza de los países de la región y hasta del mundo. Imbuido con ese espíritu competitivo, Fidel Castro decidió levantar en los antiguos terrenos del Country Club “las más bellas Escuelas de Arte del Mundo”.

Aquel entusiasmo le duró poco a Castro y en 1965 las obras se quedaron sin apoyo gubernamental. Así nacieron unas de las primeras “ruinas modernas” de La Habana. Un conjunto inacabado que la Fundación Getty viene a auxiliar, aunque se necesita mucho más que el monto donado para reparar el daño que ha hecho el tiempo y el descuido.

Con sus bóvedas catalanas, los ladrillos y las losas de terracota, los edificios han sido muy afectados por las crecidas del río Quibú. La vegetación ha hecho otro tanto. En 2014, el arquitecto José Mosquera sugirió el “corte y eliminación de las plantas que prosperan en las bóvedas y galerías” pero la maleza siguió creciendo sobre varios techos.

Es común escuchar a los estudiantes decir frases como “cuidado no pises ahí” o “no te metas en ese lugar que el techo puede caerse”. Todos buscan acomodo entre las partes aún funcionales de los inmuebles concebidos por el arquitecto cubano Ricardo Porro junto a los italianos Roberto Gottardi y Vittorio Garatti.

Hace algunos años los propios alumnos despejaron de escombros y plantas las áreas de la Facultad de Ballet, donde después se ubicó la escuela de circo. Auxiliados de machetes, palos y destornilladores limpiaron las galerías. “Nos resistíamos a dejar morir esos espacios”, cuenta Rey, que fue alumno del centro y ahora trabaja como profesor.

El joven se siente aliviado de que al menos en el edificio destinado a la danza actualmente se están haciendo reparaciones y han instalado “tabloncillos nuevos y la pintaron”. Detrás de ese proceso, puntualiza, “están los estudiantes, los profesores y también el Estado”.

Otros alumnos no han tenido tanta suerte y reciben varias asignaturas en la zona de los albergues, unos edificios de arquitectura soviética que contrastan con las instalaciones originales. “Los espacios son diferentes, la energía del espacio es otra, la beca no es un lugar muy inspirador”, opina Rey.

El anuncio de la donación para reparar algunas áreas ha despertado ciertas expectativas de que se rehabiliten zonas que han quedado inservibles con los años. “Los profesores me cuentan cómo era antes este lugar, pero ahora ya no se parece mucho”, dice a este diario una joven que comenzó en septiembre a estudiar danza.

“No solo hace falta que reparen los techos y las paredes, sino que la escuela necesita modernizarse porque hasta encontrar un tomacorriente que funcione ahora es complicado”, se queja. Con la irrupción de las nuevas tecnologías es raro el estudiante que no tenga un móvil, una bocina o una laptop que necesita cargar a cada rato.

“Es un lugar muy bonito pero tiene que convertirse también en un lugar funcional, que ahora mismo no lo es”, reclama la joven. Entre sus colegas, la opinión más común es que hace falta “refundar la escuela, colocarla en el siglo XXI”, pero “eso no se resuelve solo con presupuesto, hace falta voluntad”.

La construcción, que fue considerada Monumento Nacional en 2013, resulta un imán para los fotógrafos y los realizadores de videoclips, por esa mezcla de belleza y decadencia que lo envuelve todo. Para los que se cuelan a tomar fotos sin permiso, un estricto guardia de seguridad amenaza con llamar a la Policía si no se van cuanto antes.

Pero, a pesar de los controles y el deterioro, el sitio sigue siendo una isla dentro de la ciudad, una especie de retiro artístico. “La escuela es un espacio de inspiración", se emociona Rey, "porque estas áreas abiertas, con árboles, estos materiales que están cercanos a una apariencia de poca elaboración lo conectan a uno con las esencias”.

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