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Encrucijada, en el dilema de sus caminos

El pueblo de Encrucijada. (14ymedio)
José Gabriel Barrenechea

06 de agosto 2014 - 13:30

Encrucijada/Encrucijada es un pueblo mediano del norte de Villa Clara, sin agua potable y sin alcantarillado. La presencia de hidrantes en algunas esquinas atestigua que en algún momento tuvimos acueducto. Mientras la importante cantidad de bustos, monumentos y tarjas conmemorativas apunta a que en ese nebuloso tiempo anterior también teníamos civismo.

Habitamos en este pueblo poco más de doce mil personas, pero también unos cuantos cientos de cerdos, que los vecinos crían en sus patios. En las ardientes tardes de verano sus inmundicias les dan al pueblo su olor característico.

En esos otros tiempos cívicos de que hablábamos, Encrucijada era llamado el "París chiquito". No habitaban cerdos en su área urbana, y la sucursal del Banco Pujol atendía a unos 1.500 campesinos y pequeños propietarios comerciales. Hoy las cuatro cuadras de comercios, que hasta pagaban un custodio propio, han desaparecido.

Por estos días las ruinas del Hotel Alvaré cumplen cincuenta años. Cierto comisionado municipal decidió en 1964 que la Revolución iba a levantar un hotel "más mejor todavía", por lo que al día siguiente se comenzó a derribar esta joya arquitectónica. Una súbita amenaza imperialista, de las tantas, detuvo las obras de la nueva edificación. Medio siglo después aquel cascarón incompleto sigue en pie, mientras el hospitalito, con solo siete años de levantado, muestra una cuestionable capacidad para durar lo mismo.

A Encrucijada lo cruza un arroyo, seco la mayor parte del año pues con el aumento en la molida de sus centrales, hace un siglo, crucificaron el bosque virgen de los aledaños, por donde cimarroneara alrededor de 1870 el Esteban Montejo de Miguel Barnet. El arroyo, no obstante, a ratos sorprende.

Hoy, el "Paris chiquito" es un pueblo muy alejado de lo que fue. Sus mejores hijos se han marchado a un ritmo alucinante

En los años setenta, recuerdo las crecidas del "río" y a mi hermano con el agua a la rodilla, que me llevaba en brazos a la seguridad de la casa de mi madrina Petra. La misma que protagoniza el dicho local "va a llover más que el día en que se casaron Petra y Pellejero". La construcción de micropresas en su curso superior acabó con esos desmadres.

La realidad, sin embargo, ha superado a la capacidad planificadora del marxismo-leninismo, por lo que todavía el arroyo suele transformarse en un río de hasta 80 metros de orilla a orilla. Desde la azotea de la biblioteca municipal, antes Casino Español, se divisan las chimeneas de cuatro centrales: Constancia, Carmita, Macagua y Santa Lutgarda. Otros dos serían visibles si quitáramos de en medio los Mogotes del Purio: la del central de idéntico nombre, y la del Nazábal.

He hablado de chimeneas y no de centrales, porque de los seis solo muelen todavía dos. A los restantes le robaron la maquinaria y hasta la techumbre, como antes pasara con los carriles de vía estrecha que cubrían de cuadrículas toda la vasta zona cañera.

En mi infancia y adolescencia la zafra marcaba los ritmos, creaba toda una cultura, la del azúcar. No solo porque los pitos de los centrales que llamaban a cada uno de los tres turnos de trabajo de ocho horas regularan el tiempo. Tampoco porque en la madrugada los trenes cargados de caña me iniciaran en los misterios de la distancia. Más bien era toda una cultura industrial, mecánica y a la vez atenta al clima y a la tierra, que lo llenaba todo y a todos, dotando a los encrucijadenses de una amplitud de horizontes que ha desaparecido.

Al día de hoy Encrucijada es un pueblo muy alejado de lo que fue. Del que sus mejores hijos se han marchado a un ritmo alucinante, hacia la Habana o Barcelona, pero sobre todo a Miami y en cigarretas, por las muy vigiladas costas del municipio. Muchos podrían haber hecho sus vidas aquí, pero puestos ante la encrucijada de nuestra realidad, tomaron el camino de marcharse.

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