Los hijos huérfanos del “imperio”
La Habana/Les dicen las “casitas de Kohly” y desentonan por su humilde arquitectura en un barrio de mansiones y edificios bien cuidados. En algunas partes, el techo de tejas ha cedido y los vecinos hacen malabares para no mojarse con las lluvias. Sus esperanzas de una remodelación a corto plazo se centran por estos días en el presidente estadounidense Barack Obama.
“Aquí dormían los soldados norteamericanos durante la primera intervención”, comenta Rita, de 66 años y vecina del lugar. Según la leyenda popular –cobra fuerza en estos días– las “casitas de 26”, como también se les conoce, pudieron haber sido campamentos del Ejército de Estados Unidos a principios del siglo XX. Pero todo parece ser fruto de la fantasía de sus moradores. Una fabulación que crece en la medida que se acerca el momento de la llegada de Obama.
“Me duermo todas las noches mirando el mismo techo que un marine hace más de un siglo”, se imagina Ramón, quien habita una de las viviendas en la intersección de las calles 26 y Colón. El hombre tiene la esperanza de que “ahora que todo se ha arreglado con los yumas, de seguro declaran esto patrimonio y lo arreglan”. Una mujer a su lado no puede contener la risa y lo desmiente apuntando que las naves “solo eran los dormitorios de los trabajadores de la finca de la familia Kohly” y no poseen ningún “valor histórico”.
“La gente lo que quiere es que los americanos se hagan cargo de esto y lo reparen”, sentencia. “Están buscando que los adopte el tío rico”
Las cuatro naves largas y estrechas, con su centenar de casitas. son como una biopsia de Cuba. Algunos emprendedores han abierto pequeños negocios. Hay una pastelería, un local de reparaciones de autos y una diminuta tienda que vende artículos religiosos. En las puertas de varias viviendas está el cartel de se vende y la mayoría de los que habitan entre sus paredes superan los cincuenta años.
A la espera de comprar unos dulces está Tatiana, nacida en el lugar y con un niño de tres años. “Creíamos que Obama iba a venir por aquí, pero ya sabemos que no”, aclara la mujer. Cerca del cementerio chino y del custodiado edificio donde por mucho tiempo vivió la familia de Raúl Castro, las casitas son “una mosca en el vaso de leche”, sentencia la mujer. “Este barrio es de pinchos, pero de nosotros nadie se ocupa”, se queja.
En una de las edificaciones, hace años un ómnibus que bajaba la avenida a toda velocidad se impactó contra la fachada. El techo sigue hundido en el lugar y muchos evitan colocarse en los portales donde el riesgo de colisión es más alto. El complejo tiene la atmósfera de un campamento para vivir solo un tiempo, pero varias generaciones de cubanos han echado raíces allí.
“Vivo en este lugar desde que era un niño y mis dos hijas han nacido aquí”, comenta Eduardo. Para este jubilado, el campamento norteamericano es una fábula. “Esto en realidad eran una caballerizas, pero rubios de ojos azules jamás hubo ninguno por aquí”, asegura. En su opinión el mito del cuartel de marines está dado porque “la gente lo que quiere es que los americanos se hagan cargo de esto y lo reparen”, sentencia. “Están buscando que los adopte el tío rico”, remacha con sorna.
Cada barrio habanero parece disputarse el favor de que el inquilino de la Casa Blanca lo visite, pero su agenda en Cuba es apretada. El humor popular ha difundido en las últimas semanas desde el simpático “Bienvenido Míster Obama”, en alusión a la cinta española “Bienvenido Míster Marshall”, hasta el incisivo “Obama, seguro, a los yanquis dale duro”, que expresa todas las contradicciones del discurso oficial sobre la normalización diplomática con el vecino del Norte.
En las casitas de Kohly la expectación crece. “¿Quién sabe si la caravana se desvía y pasa por aquí?”, se ilusiona Tatiana. Campamento militar, simple caballeriza o dormitorio de empleados, los residentes de ese pequeño barrio abandonado a su suerte rehacen hoy su pasado, a conveniencia con los tiempos que corren. Son como esos hijos huérfanos que buscan desesperadamente un padre.