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El Malecón como embarcadero

El transporte por ferris entre Cuba y Florida llegó a ser muy común en la primera mitad del siglo XX hasta que fue suspendido en 1961

Imagen del ferri Cayo Hueso-La Habana tomada en 1951. (History Miami Archives & Research Center)
Orlando Palma

21 de febrero 2015 - 07:15

La Habana/José Manuel tiene 70 años y más de la mitad de su vida la ha pasado pescando en el Malecón habanero. Para este jubilado, de piel curtida y ojos que han visto casi todo, resulta un sueño el volver a divisar aquel ferri que iba a Florida y que tanto le gustaba cuando niño. "Los chiquillos jugábamos a decirle adiós y aunque nunca pude viajar en él, mi abuela sí lo hacía a cada rato". Ahora, mientras cae la tarde, el septuagenario espera que algún pez pique la carnada y ante él, un mar sin embarcaciones se extiende hasta el infinito.

El transporte marítimo entre La Habana y Cayo Hueso llegó a ser muy común en la primera mitad del siglo XX hasta que fue suspendido en agosto de 1961 a consecuencia de las restricciones del embargo norteamericano sobre la Isla. Ahora, el fantasma de un ferri que enlaza las dos orillas ha vuelto a resurgir a raíz de las conversaciones entre los Gobiernos de Cuba y Estados Unidos.

Esta semana, el empresario Brian Hall, que dirige la compañía KonaCat con sede en Fort Lauderdale, hizo público su interés de operar viajes a Cuba en ferri desde el puerto deportivo de Marathon, en la calle 11. Hall declaró al diario digital KeysInfoNet que confiaba en obtener espacio libre para su catamarán, con capacidad para 200 pasajeros y con el que planea viajar entre los Cayos de Florida y Cuba dos veces al día.

La noticia apenas ha llegado a la Isla, pero desde el 17 de diciembre pasado en que Raúl Castro y Barack Obama anunciaron el proceso de restablecimiento de relaciones entre ambos países, el regreso del ferri se ha convertido en un asunto de relieve para muchos nostálgicos. A las facilidades económicas y la distensión política que traería esta reconciliación entre los dos Gobiernos, conectar ambos países con una ruta marítima tendría, además de sus efectos prácticos, un fuerte simbolismo, aseguran muchos.

Toda gran obra humana tiene algo de locura, dicen los más viejos. El servicio de ferri que conectaba Florida con la capital cubana comenzó con el empeño de un hombre. Henry M. Flagler, un magnate petrolero que en el año 1886 fundó la compañía Florida Faster East Coast Railway para la construcción y explotación del ferrocarril de la costa este de Florida. A pesar de los grandes obstáculos que imponía la geografía de los cayos y el peligro constante de huracanes, la locura de Flagler lo llevó a trazar las líneas ferroviarias hasta Cayo Hueso, donde quedó inaugurado el servicio en enero de 1912. Aquella obra sería considerada por muchos como la octava maravilla del mundo, además de ser la infraestructura más intrépida construida exclusivamente con fondos privados.

Una vez que el ferrocarril estuvo en Cayo Hueso, faltaba vencer de alguna manera la distancia hacia Cuba. Así fue como nació "el tren circulando por las aguas" como se le llamó también al ferri y cuyo servicio La Habana-Cayo Hueso quedó inaugurado el 5 de enero de 1915. El primer cargamento estaba compuesto por un lote de vagones refrigerados y la embarcación recibió el nombre de Henry M. Flagler, en homenaje al emprendedor visionario que había muerto dos años antes.

“Los chiquillos jugábamos a decirle adiós y aunque nunca pude viajar en él, mi abuela sí lo hacía a cada rato”, recuerda José Manuel

El despacho de productos entre ambas orillas creció vertiginosamente a partir de ese momento. En 1957 se llegó a transportar más de medio millón de toneladas de mercancías en ambos sentidos, a lo que se le sumaba el trasiego de pasajeros y autos. La conexión por mar entre las dos orillas duraría 46 años y algunos lo recuerdan como si ayer mismo hubiera zarpado el último barco.

"Mi abuela viajaba frecuentemente a Florida en el ferri", explica José Manuel, que ha tenido un mal día para la pesca. "Éramos pobres, pero parte de mi familia iba allá a trabajar y a veces regresaban en el mismo día", asegura con nostalgia. Cerca de la caña de pescar, sentado sobre el muro del Malecón, un adolescente escucha la conversación y sonríe con incredulidad. Es de la generación que no puede concebir que alguna vez el Malecón no fuera la barrera que separaba Cuba del mundo, sino un punto de conexión con el vecino del norte.

El cordel se tensa y parece que algo ha picado. José Manuel se concentra en recuperar del agua la que va a ser su cena de esta noche, pero a pesar de su concentración alcanza a decir "el día que vea ese ferri de nuevo llegando aquí, ya me puedo morir tranquilo".

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