Sin su mercado, Cuatro Caminos se deprime

A pesar del deterioro del mercado, la actividad y el bullicio se mantenían hasta el cierre en febrero de 2014. (EFE)
A pesar del deterioro del mercado, la actividad y el bullicio se mantenían hasta el cierre en febrero de 2014. (EFE)
Orlando Palma

30 de julio 2015 - 11:51

La Habana/Cada ciudad tiene sus puntos neurálgicos y en La Habana uno de ellos es la confluencia de las calles Monte, Cristina, Arroyo y Matadero, donde se alza el Mercado Único o de Cuatro Caminos. Ese casi centenario coloso se encuentra cerrado desde febrero de 2014 a la espera de una restauración que le devuelva parte del antiguo esplendor. Sin embargo, la lentitud de las obras amenaza con deprimir aún más la economía de la barriada que lo rodea.

Si alguien buscaba un níspero, un canistel o una deliciosa guanábana, la respuesta de dónde encontrarlos era, hasta hace poco más de año y medio, "en la Plaza". Bastaba decir ese nombre y cualquier habitante de esta urbe sabía que debía dirigirse al otrora Mercado General de Abasto y Consumo, inaugurado en 1920 y en sus inicios gestionado por el empresario y político Alfredo Hornedo Suárez.

El Ayuntamiento de la ciudad favoreció al mercado prohibiendo la apertura de otro lugar similar al menos en un radio de 2,5 kilómetros, y por esa razón se le conocía como "único". Con esa ventaja, Cuatro Caminos reinó por casi medio siglo hasta que en 1959 pasó a desempeñar las funciones de almacén y, en 1968, año de la Ofensiva Revolucionaria, fue cerrada su planta alta por un supuesto deterioro.

A mediados de la década de los ochenta, el sitio, en cuya fachada asoma el cuerno de la abundancia, fue blanco de la batalla contra los campesinos privados durante la "rectificación de errores y tendencias negativas". Sus instalaciones llevan las huellas de los vaivenes económicos que ha vivido el país en el último medio siglo y de la ojeriza de las autoridades contra los intermediarios y comerciantes.

La lentitud de las obras amenaza con deprimir aún más la economía de la barriada que lo rodea

No obstante, la importancia de esta mole pintada de amarillo y rojo no radicaba sólo en el surtido de frutas y vegetales, muy por encima de cualquier otro mercado agrícola habanero. Aquí se ubicaba el epicentro de la venta de hierbas, animales vivos y demás productos necesarios para los rituales de la santería. Ahora, en las salas de algunas casas de los alrededores se intenta mantener la oferta de cascarilla, collares, trajes de santos, flores, velas, albahaca, gallinas y palomas, pero ya no es lo mismo.

Israel, de 72 años, buscaba este martes algunas vasijas de barro que le faltaban para la ceremonia de una sobrina que se "hace el santo" este fin de semana. "La lista de lo que hay que conseguir todavía es larga y antes uno venía aquí y podía resolverlo todo", explica. Por el momento, los clientes deben recorrer varios puntos de venta de la capital para reunir todo lo que exige el ritual. Uno de ellos, el mercado de la calle Egido, cuyo espacio no da abasto para incorporar a los vendedores de Cuatro Caminos.

En una incursión por los portales de la Plaza es posible comprobar que las obras de reconstrucción no avanzan. Un par de hombres enderezaban este lunes unas cabillas de acero, mientras los transeúntes que pasaban evadían las aguas sucias, el polvo y la orina que se acumula detrás de las columnas. Nadie sabe responder con fecha ni cronograma cuándo estará terminada la restauración.

Hace décadas que el piso de arriba no funciona. Por los huecos del techo pasa la luz que se filtra a través de los ventanales a los que le falta un cristal aquí, otro allá. Del sótano queda un hueco como un cráter donde algunos perros callejeros han encontrado refugio. Cada uno de los 10.000 metros cuadrados que ocupa el inmueble parece pedir a gritos que la remodelación llegue cuanto antes, pero las autoridades se toman su tiempo.

Las columnas agrietadas, el techo abofado y un olor como un puñetazo que sale de las áreas donde antes los vendedores pregonaban tamarindos y naranjas, completan el cuadro

En el interior se acumula el agua llegada con las lluvias de las última semanas y que escurre hacia esa zona baja en que confluyen los municipios de Centro Habana, Habana Vieja y Cerro. Las columnas agrietadas, el techo abofado y un olor como un puñetazo que sale de las áreas donde antes los vendedores pregonaban tamarindos y naranjas, completan el cuadro. La decadencia de ese sitio emblemático arrastra en su caída a muchos de los negocios de la zona.

"Este barrio depende de que esto funcione", explica un anciano que vende máquinas de afeitar desechables y estampitas de santos a un costado del lugar. Cartománticas, plomeros, conductores de triciclos, vendedores de maní en cucuruchos, parqueadores que ahora duermen su aburrimiento y hasta prostitutas a la caza de clientes nacionales, cuentan los días hasta que reabra la Plaza, su plaza.

"Lo que falta es una decisión de arriba", especula Gretel, una treintañera que se dedicaba a alquilar dos habitaciones de su vivienda a los camioneros de provincia que llegaban al mercado transportando mercancía. "Se me ha caído el negocio porque esto está muerto", explica. Las calles que antes eran un hervidero de gente con bolsas, carretillas y gritos, ahora apenas ven pasar a los vecinos del lugar.

A la sombra de la Plaza de Cuatro Caminos un hombre pregona el periódico Granma, pero nadie le compra. Se sienta a un costado, aburrido y cansado, mientras se abanica con un ejemplar del diario. En la portada se anuncia la "Victoria de un pueblo".

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