La merienda escolar a capítulo

La merienda escolar marca las diferencias económicas entre los niños cubanos. (Luz Escobar)
La merienda escolar marca las diferencias económicas entre los niños cubanos. (Luz Escobar)
Luz Escobar

20 de mayo 2015 - 06:40

La Habana/Faltan pocos minutos para las ocho de la mañana y el timbre de la escuela suena estridente y prolongado. Cientos de niños entran a la plazoleta del matutino y, aunque van uniformados, las diferencias sociales se evidencian en los zapatos, la cartera donde guardan los libros y la merienda que comerán a media mañana. Algunos apenas tienen un pan con aceite, mientras otros exhibirán un bocadito de jamón y queso. Ese contraste confirma la pertenencia a un estatus económico que el forzado igualitarismo no puede esconder.

La ausencia de una merienda escolar en la enseñanza primaria afecta a los 815.659 alumnos que cursan entre preescolar y sexto grado en todo el país. El refrigerio costeado por el Estado se dejó de repartir durante los años más difíciles del Período Especial y hasta el día de hoy no se ha restablecido la práctica. El tema ya ni siquiera se discute en las reuniones de padres y no se ha aprobado ningún presupuesto para devolver a los niños tan necesario tentempié.

Detrás de cada galleta o refresco que consume un estudiante durante el receso hay una historia de sacrificios familiares, tiempo y dedicación. Para la mayoría de los padres garantizar esa pequeña ración se ha convertido en una verdadera pesadilla. Otros, sin embargo, quieren dejar claro que su hijo no es como el resto a través de alimentos más caros y exclusivos. Es una lucha sorda que se desarrolla cada día en la que los protagonistas pueden ser una coca cola enlatada que rivaliza con un simple pomo de agua con azúcar.

Durante los años posteriores al fin de la merienda escolar, el Ministerio de Educación orientó ciertas medidas para evitar que los contrastes sociales se expresaran de forma evidente. "No estaba permitido llevar productos de la shopping", asegura Marcela Puerto, una jubilada del sector educativo, que ejercía como maestra a mediados de los años 90. "Yo tenía que velar porque un alumno no se apareciera allí con algo comprado en dólares, ni traído de afuera, porque si no, el contraste era mucho", recuerda.

Durante los años posteriores al fin de la merienda escolar, el Ministerio de Educación orientó ciertas medidas para evitar que los contrastes sociales se expresaran de forma evidente

Aquellos niños aprendieron a reenvasar los refrescos para que los maestros no detectaran que eran de las tiendas en pesos convertibles y a comerse las galletas rellenas con crema lejos de la vista de las auxiliares pedagógicas. Muchos de ellos son hoy los padres de una generación que ya puede exhibir lo que merienda. No obstante hay más similitudes que diferencias con aquellos tiempos.

En el país siguen circulando dos monedas y buena parte de los alimentos que componen el refrigerio de los infantes provienen del mercado en pesos convertibles. "Le compro a la niña los paquetes de galletica más baratos, luego las divido entre los días de la semana, las guardo en una lata y cada mañana le doy algunas para que se lleve a la escuela", cuenta Viviana, una madre que ronda los cuarenta años y cuya hija cursa la primaria en una escuela camagüeyana.

Viviana recuerda con nostalgia sus tiempos de niñez. Era la época del subsidio soviético y en todas las escuelas cubanas se le garantizaba una merienda a los estudiantes. Se ofrecían dulces como la tortica, el masarreal, la marquesita o el pastel de guayaba. Un refresco gaseado acompañaba puntualmente a las golosinas. Un juego infantil muy común consistía en batir la botella de refresco y lanzar el líquido a presión sobre el uniforme de cualquier colega que pasara cerca. Eran los años del derroche.

Ahora, por el contrario, el ahorro se impone porque la merienda depende del bolsillo de cada familia. Cuando suena el timbre que anuncia el receso, la escena se repite en muchas escuelas a lo largo de la Isla. Luisito saca un trozo de pan sin nada más y un pomo de agua, mientras que Maikel se lleva a la boca unas galletas de soda con tortilla que engulle junto a un jugo de guayaba hecho por su propia abuela. Melisa, cuya familia tiene más posibilidades económicas, abre un paquete colorido con una magdalena rellena de chocolate y bebe un néctar de manzanas en un reluciente tetra pack.

En esas circunstancias resulta muy difícil que los padres logren un equilibrio alimenticio sobre lo que los niños comerán en la pausa docente. "Eso es un lujo, qué más quisiera yo... Pero si con esto de la galletica y el pan con mantequilla se me va la vida, imagínate si me pongo selectiva", explica una madre a la salida de una escuela primaria del habanero barrio del Cerro. "Ya bastante tengo con las perretas que me da el niño a cada rato porque quiere que le mande lo mismo que llevó un amiguito".

En esas circunstancias resulta muy difícil que los padres logren un equilibrio alimenticio sobre lo que los niños comerán en la pausa docente

Entre los productos que más se repiten están las galletas, los dulces de harina, el pan acompañado de mantequilla, un trozo de confitura de guayaba o –en los casos de más holgura económica– con jamón y queso. Las bebidas casi siempre son jugos caseros, refrescos gaseados –con mucho azúcar– o simplemente agua. El menú lo marca lo que la familia consigue.

Hay casos como el de Sonia Suárez, quien tiene un control riguroso de la cantidad de carbohidratos que consume su niña ya que el médico le ha puesto una dieta por sobrepeso. "Yo sí que me las veo negras, pues todo el mundo resuelve rápido pero yo tengo que comprarle a Emilie frutas frescas y proteínas sin grasas", detalla. "Nadie sabe el trabajo que se pasa para costear y conseguir algo así. La mayoría considera que es un lujo pero en mi caso es una obligación, ya que está en juego la salud de mi hija".

Otros entrevistados coinciden en que se debe restablecer la merienda escolar gratuita en la enseñanza primaria. "Sólo así se lograrán eliminar estas feas diferencias sociales que se hacen muy dramáticas a esa edad, porque los niños están mirando lo que comen otros y que sus padres no pueden comprarles", refiere Suárez. Para ella, la reposición de un refrigerio institucional ayudaría también a que las opciones alimenticias se hagan "de una manera más responsable y teniendo como objetivo una dieta saludable".

Sin embargo, el Ministerio de Educación no planea por el momento volver a asumir entre sus obligaciones brindar una merienda a los infantes en los centros docentes. El tema ni siquiera se discute en sus congresos o asambleas. Atentos a otras urgencias, como el éxodo de maestros y la crisis material de muchas escuelas, las autoridades han dejado de lado un aspecto fundamental del proceso formativo: enseñar a comer bien desde los primeros años y garantizar que los alimentos no se conviertan en símbolos de estatus entre los niños.

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