Mírame y no me toques
A medida que edificios centenarios van derrumbándose, las parcelas son transformadas en jardines, que siempre están cerrados
La Habana/Un grupo de turistas se detiene a la entrada del "parque ecológico" en calle Mercaderes, a pocos pasos de la Catedral de La Habana. El guía les habla de este solar yermo convertido en espacio público, que no tendría nada de extraordinario salvo por ser el único de su tipo que se mantiene abierto. Fuera del breve circuito diseñado para visitantes extranjeros, los parques de La Habana Vieja están siempre cerrados.
Así funciona el feudo de Eusebio Leal. A medida que edificios centenarios van derrumbándose, las parcelas ahora vacías son transformadas en jardines a los que añaden bancos, cestos para la basura, árboles de sombra y quizá hasta una fuente. Pero, junto con todo ello, también ponen una reja soberbia, clausurada con cadena y candado. Nadie puede pasar a estos remansos urbanos.
En la esquina de Teniente Rey y Habana existió hasta hace pocos años un parque infantil, lleno de atracciones que jamás se utilizaron. Los juegos "se calcinaron" al sol, cuenta una vecina del lugar, quien rememora la imagen de niños preguntándose por qué "su parque" permanecía cerrado.
Hoy, ya desmanteladas las canales para deslizarse, el sitio continúa inaccesible, pero busca al menos otra función en la comunidad. Sobre eso conversa Justo Torres, quien trajo de su natal Isabela de Sagua un interés por la jardinería y la agricultura urbana. Trabaja en Oasis Nelva, un pequeño negocio de jardinería muy cerca de allí que coordinó con la Oficina del Historiador –esa especie de gobierno local– la administración del parque.
Muy animado, Torres confiesa estar lleno de ideas para este lugar: darle un "uso social", practicar la agroecología y la lombricultura, entre otras. "Es un experimento único", dice, y que, además, pretende ser económicamente sustentable. Confía en que, dentro de un tiempo, las autoridades continúen apoyando la iniciativa.
Sin embargo, el resto de los parques no ha corrido la misma suerte y no tiene un uso más allá del visual... detrás de los barrotes. El monumento erigido en honor al médico cubano Carlos J. Finlay, en Cuba y Amargura, no puede ser visto de cerca. También está el parque Las Carolinas, administrado por la compañía de danza moderna Retazos y abierto solo por interés de esta "para algún taller de niños y jóvenes", según refiere un custodio.
El caso de Justo Torres es aislado. El resto de los parques no tiene un uso más allá del visual… detrás de los barrotes
La lista se extiende. En Sol y Oficios, al lado de una dependencia de la Dirección de Patrimonio Cultural, un enorme espacio verde rodea una fuente, tan seca como desierto está su parque. Y en Acosta y Damas construyeron un bonito recordatorio a la comunidad hebrea que vivió allí, solo para que los caminantes pasen de largo por no tener donde descansar sin saltarse la verja.
Uno de los mejores exponentes de este encierro de espacios públicos lo constituye la fuente de la Plaza Vieja, en el corazón de La Habana intramuros. Los poco enterados se extrañan con el fenómeno de las rejas que rodean el agua. No saben que esta zona posee tantos problemas con el abastecimiento del líquido, que ha habido vecinos trayendo cubetas y tanques para llevárselo. Un espectáculo que refleja la Cuba verdadera, esa que no se ve en las postales.
Frente a la Estación Central del ferrocarril –otro decadente ícono de la ciudad– un parque ofrece cualquier cosa menos una invitación a relajarse. Viejas locomotoras de vapor se oxidan tras las rejas, junto a los bancos que tampoco se usarán jamás.
Esta situación forma parte de un círculo vicioso que se completa con el vandalismo
Esta situación forma parte de un círculo vicioso que se completa con el vandalismo. La idea primaria es que los parques permanezcan cerrados para que los vecinos –que no son extranjeros, sino al parecer unos "incivilizados" cubanos– no les hagan daño, al tiempo que la falta de contacto y el "prohibido pasar" podrían estar dificultando la creación de un respeto por el entorno urbano o el sentido de pertenencia.
Por eso Nercy Pérez, quien trabaja en el ya mencionado jardín de Teniente Rey y Habana, quisiera que las escuelas de la zona se integraran más en los proyectos que ella promueve junto a sus colegas. "Si los niños aprenden desde edades tempranas a cuidar, ya después todo será más fácil". La mujer es de la opinión que "la gente no tiene cultura" del cuidado. Efectivamente, tuvo que interrumpir la conversación para regañar a un estudiante que pasó y arrancó sin más una de sus plantas.
Otros vecinos se quejan por la falta de espacios públicos. "Los niños no tienen donde jugar. Tienen que estar en la calle. Los viejitos no encuentran donde sentarse", critica Joaquín, de la barriada El Cristo. La plaza que lleva este último nombre ha estado cerrada por vallas metálicas durante mucho tiempo. Su interior no se parece en nada al lugar por donde corretearon generaciones de habaneros.
También clausurada al público, la Plaza del Cristo enfrenta una de las tantas reparaciones interminables que se pueden ver en La Habana Vieja, entre inmuebles que se desmoronan y calles sucias. Lo que resulta obvio, por desgracia para quienes añoran una ciudad bonita, es que por aquí no pasan tantos turistas.
"La única opción para los hijos es llegar al Parque de los Inflables", se queja Norma, madre de dos pequeñas. Concluye: "Claro, como ese sí da dinero, entonces no lo cierran".