Piscinas en La Habana, el lejano azul
La Habana/A sus 67 años, Juan Carlos cuenta que cuando era niño se subió a una azotea y desde allí vio la piscina de un exclusivo hotel habanero. Se quedó fascinado, pero las estrecheces económicas de su familia le impedían disfrutar de aquella maravilla. Luego, en su juventud, ya estaba extendido el lema "el deporte, derecho del pueblo", y tuvo acceso gratuito a más de un chapuzón. Sin embargo, desde hace años aquella visión azul lo ha vuelto a torturar, porque a su alrededor las albercas están destruidas o son inaccesibles para su bolsillo.
Hoy, ya jubilado, sostiene que en Cuba "acceder a una piscina en julio y agosto debería ser considerado un derecho humano". Cuando la canícula del verano hace sudar a mares, "nada mejor que lanzarse al agua para refrescar", dice con un risita llena de ilusión. Sin embargo, muchas de estas instalaciones tienen ahora un estado ruinoso o un alto precio en pesos convertibles.
La falta de cloro, pintura, rotura de las bombas o deficiencia en el mantenimiento, han terminado por colgarle el cartel de “cerrada” a muchas piscinas
Al hacer un recorrido por esos sitios habaneros donde antes la gritería de los chiquillos alternaba con las piruetas antes de zambullirse, se comprueba que las piscinas ya no están al alcance de todos. Las que brindaban servicio público o masivo son las más deterioradas. La falta de cloro, pintura, rotura de las bombas o deficiencia en el mantenimiento, han terminado por colgarle el cartel de "cerrada" a muchas de ellas.
Quienes suban bajo el sol abrasador la calle que conduce hasta el Hospital Calixto García se sentirán acongojados al mirar el desteñido azul de lo que otrora fue la piscina el Estadio Universitario. Allá abajo, vacío, solitario y sin sentido, descansa el lugar donde los estudiantes una vez practicaron sus brazadas y desarrollaron sus competencias entre facultades.
Otro tanto le ha ocurrido al Pontón, una instalación deportiva ubicada en las calles Oquendo y Manglar, en el municipio de Centro Habana. En el lugar existieron dos piscinas, una para la natación y la otra para el clavado. Esta última con un trampolín de diez metros de altura. Hoy sólo queda un enorme hueco donde se acumula la basura y drenan las aguas de las inundaciones de esa zona baja.
"Esto estuvo lleno de niños una vez" recuerda un anciano que intenta hacer sus ejercicios matinales en medio de la hierba que crece en la explanada donde hace años hubo un terreno de béisbol. "Muchos vecinos traíamos a nuestros hijos aquí para que aprendieran a nadar", rememora. "Ahora tengo una nieta de quince años y si se cae al agua se ahoga, porque jamás ha tenido un lugar para aprender ni siquiera a flotar".
Al Pontón se le suma en la lista de la destrucción el Estadio José Martí, ubicado en la Avenida de los Presidentes a pocos metros del Malecón. Los jóvenes utilizan la piscina vacía para jugar fútbol y no es raro que en las noches algunas parejas se amen dentro de ella, bajo la luz de las estrellas. "Aquí lo único que falta es que le crezca en medio una mata de aguacate, a ver si así se dan cuenta de que hace falta repararla", se queja Fidelio, un vecino de la cercana calle E, que cada mañana corre en la deteriorada pista del complejo deportivo.
A pocas cuadras del José Martí se erige el Hotel Riviera, inaugurado en 1957 con 20 pisos y 352 habitaciones. El coloso cuenta con una piscina de la que es posible disfrutar incluso sin ser huésped del lugar. El servicio tiene un precio de 15 pesos convertibles para los adultos y 10 para los niños, con un consumo incluido que se acerca al 80 % del importe. Juan Carlos necesitaría no tocar un centavo por dos meses de su pensión para darse semejante lujo.
Numerosas familias brindan junto a una licencia de restaurante o alojamiento las piscinas de sus viviendas como un atractivo
A pesar de tan malas noticias, el jubilado no se da por vencido y le ha pedido a un amigo con acceso a internet que le busque alguna oferta privada. Tres días después tenía una lista de más de cincuenta opciones, casi todas en las barriadas del Vedado, Miramar y Casino Deportivo. "Esta es la mía", pensó con la misma avidez con que había mirado desde la azotea de su infancia aquel lejano azul. Pero los números no cuadraban.
Numerosas familias brindan junto a una licencia de restaurante o alojamiento las piscinas de sus viviendas como un atractivo. Otras, alquilan sus casas para eventos como fiestas de quince años, bodas o la llegada de algún familiar emigrado que quiere tener a todos los parientes juntos y brindarle un festejo con comodidades. En las zonas más céntricas de la ciudad disfrutar de una jornada de zambullidas, con un par de bebidas incluidas y quizás un almuerzo ligero no baja de los 10 pesos convertibles por persona.
Después de recorrer los lugares donde practicó la natación cuando joven y hoy están destruidos, Juan Carlos descartó también las ofertas de hoteles y casas privadas e hizo aterrizar sus aspiraciones. Un amigo le prestó una piscina inflable de 170 centímetros de diámetro. El pasado fin de semana la puso en su terraza, la llenó con varios cubos y se sentó en ella con una cerveza Bucanero en la mano. Parecía un chiquillo. Al otro día supo que un vecino lo había denunciado a la policía por usar demasiada agua del tanque del edificio.